Aunque no nos demos cuenta, el patriarcado y el capitalismo determinan la forma en que establecemos relaciones de convivencia y, las relaciones de pareja no están exentas de reproducir sus mandatos.
Esta columna no busca invalidar la vida en pareja, sino cuestionar la división sexual del trabajo y señalar que entre los mandatos de estos sistemas están: que solo se admite la pareja heterosexual y que aunque suena moderno “apoyar", hay roles diferenciados para mujeres y hombres.
Estos mandatos se vuelven cruciales en “el contrato” que rige las relaciones de convivencia y, como en todo contrato, hay cláusulas en "letra chiquita": expectativas y compromisos que no se expresan claramente cuando formamos pareja, pero que en lo cotidiano tienen carácter obligatorio.
De esta manera, una de las principales cláusulas que las mujeres firmamos para tener una pareja es la del cuidado, y en cumplimiento del contrato ponemos el resto de nuestra vida en función de ello. En letra de tamaño normal dice que formamos pareja para querernos, pero en letra chiquita dice que para que nos quieran, a las mujeres nos corresponde lavar la ropa, preparar la comida, lavar los platos, limpiar la casa, administrar el fondo familiar, cuidar a los hijos e hijas, etc.
Todo esto se convierte en nuestro trabajo no-remunerado y nuestras condiciones para acceder a un trabajo remunerado están determinadas no solo por la situación de empleo en el país, sino también por si encontramos una manera de repartir el tiempo entre ambas ocupaciones (conciliar la vida familiar y laboral).
Esto no niega que de una pareja a otra, varía el aporte en tiempo de trabajo que los hombres brindan a los hogares, pero está comprobado que este tiempo es menor que el que brindamos las mujeres.
Pero, ¿qué hace que las mujeres aceptemos esto?, ¿de qué se valen el patriarcado y el capitalismo para lograr que no impugnemos el contrato y/o demandemos nuevas cláusulas?
Las economistas feministas hacen referencia a que los afectos juegan en contra de nosotras en la división sexual del trabajo, es decir que las mujeres aceptamos ese rol impuesto porque el amor a la familia, el miedo a que no gocen del mayor nivel de bienestar posible o a perderlas, y la necesidad propia de amor, nos presionan a aceptar ese tipo de condiciones (como cualquier trabajador/a que para recibir un salario, acepta condiciones laborales precarias).
Los hombres en cambio, suelen acomodarse a ser cuidados sin compromiso recíproco, y cuando voluntariamente aceptan una distribución distinta, se sienten “buenos” y “no-machistas”. Y no es que no identifiquen el contenido de la letra chiquita, es que prefieren ofrecer el “salario en amor.”
Así el señor que hace unos ocho años en Chalatenango dijo a su sobrino:
-“¦Me casé
– ¿Cómo que se casó, con quién?
– Con “la Fulanita” (la empleada que desde hace tiempo se encargaba de su casa)
-¿Por qué se casó con ella?
– Es que hice numeritos y vi que me salía mejor casarme con ella que seguirle pagando.