Por Nelson López Rojas
La Gran Vía es uno de los pocos centros comerciales que no cobran entrada al estacionamiento. Y digo entrada porque parqueo en, digamos, Metro, no hay. La pérdida de tiempo y de paciencia es inevitable. E inevitable también es la avaricia de los dueños de dichos inmuebles que le exprimen lo que puedan al ciudadano indiferente. Me imagino yo que si todos hiciéramos una protesta pasiva privilegiando a aquellos establecimientos que no cobran marcaría una diferencia en la mezquindad de los otros. Pero he ahí el problema: la indiferencia ciudadana.
Y no se trata de ser tacaño, querido lector. No. Se trata de que los conglomerados financieros a los que financiamos nos den el trato que merecemos. Recuerdo que cuando chico, mi madre hacía sus transacciones en cualquier agencia bancaria y había agua o café y hasta galletitas para los niños. Esa práctica se mantiene en otros países, ¿entonces qué ha pasado en El Salvador? La respuesta sigue siendo la misma: la indiferencia ciudadana y la conformidad a lo que sea la voluntad de los banqueros.
¿Acaso ha olvidado el lector que se nos vendió la dolarización como bimonetarismo? Nos aseguraban que los colones tendrían el mismo valor que los dólares y se obligaba a las empresas a mostrar los precios en ambas monedas. Hasta ahí todo bien. Panamá funciona de esa manera: la identidad cultural se mantiene con el balboa mientras el dólar estadounidense le acompaña. En nuestro país, en enero de 2001, los cajeros automáticos dejaron de dispensar colones y los bancos rápidamente dolarizaban las cuentas de sus clientes. Hubo dos o tres peticiones legales para que volviese el colón pero la ciudadanía no acompañó.
Los planes de bacheo no funcionan, salvadoreño solidario; no importa que haya rótulos que digan que equis alcaldía patrocina la reparación de la calle equis. ¿No sería mejor usar el dinero que se usa para el ostentoso rótulo en cuatro bolsas más de cemento y hacer bien aunque sea un tramo? Hay colonias en el metro San Salvador que siguen tirando concreto en las calles, o sea una absurda mezcla de piedras con cemento en pleno siglo XXI. La indiferencia nos hace aplaudirle al organismo ejecutor en lugar de pedir algo digno.
Otro caso a destacar ha sido la vulnerabilidad no solo de los pobres. Somos un país vulnerable y las cosas que deberían ser banales nos doblegan: el tráfico se inmoviliza si un carro se queda o hay un accidente; si llueve demás y los tragantes no dan abasto hay deslices, muros caídos o más dolores de cabeza en el tráfico; si los buseros o los vendedores protestan, la ciudad se paraliza.
No podemos anticipar a la madre naturaleza o las protestas por falta de agua potable, pero como país no podemos ser incautos e improvisar cuando algo pasa. Cada hogar debería tener un plan de emergencia, una ruta de escape, un mapa ante lo inesperado y no improvisar cuando algo pasa. ¿Se ha puesto a pensar qué vamos a hacer cuando el volcán de San Salvador explote?