Hemos entrado a una lógica de acciones y reacciones políticas cargadas de emotividad. No existe política sin emociones, es cierto, pero el problema surge cuando las emociones arrastran a la mente. La mente es una pausa y una mirada en medio de las acciones y las reacciones: examina el escenario, la sucesión de los lances de la intriga, sopesa consecuencias, busca alternativas.
Quienes utilizan el derecho y los tribunales como herramienta en sus luchas para neutralizar adversarios y acceder al gobierno pueden verse atrapados en su mismo juego tal como le está sucediendo a ese partido que nos ha dado figuras tan ilustres como Roberto D´Aubuisson, Francisco Flores y Antonio Saca. Hace unas semanas, Arena (en complicidad con el FMLN) logró que se suspendiera a CD. Ahora, la vida, en otro giro de sus intrigas, pone a Arena en el mismo trance de ser cancelado (dada su trayectoria corrupta) y sus adversarios, claro está, exigen su cabeza en el altar de los tribunales.
La pregunta que deberíamos hacernos es si los tribunales son el lugar donde pueden encontrar solución esas divergencias profundas en el seno de la ciudadanía que solo podrían resolverse en el plano de la política y los procesos electorales (dado que teóricamente se descarta la violencia). Creo que expulsar a Arena del escenario electoral, puede ser tan peligroso como impedir que Bukele se presente a las próximas elecciones. Dejar sin voto, sin opción, a uno u a otro sector de la ciudadanía contribuiría a tensar más el precario equilibrio de nuestra estabilidad política.
Arena debería comprender que los discursitos publicitarios no le van resolver la tremenda crisis interna a la cual se enfrenta. Si no hace nada (como el FMLN después de las últimas elecciones), si no sacrifica un brazo o una pierna –por no decir su vieja cabeza– para salvar su cuerpo, va a dejar a la intemperie a los operadores judiciales que le son afines y va a socavar la legitimidad de sus futuras decisiones legales. Si lo salvan, será un escándalo. Y si esos mismos tribunales que lo salven, después anulan a Bukele, habría un escándalo mayor todavía y nos acercaríamos a un panorama difícil en el cual se conjugarían en alto grado el descrédito de las instituciones y la frustración y la impotencia de un gran sector de la ciudadanía. Si Arena decide posponer su gran crisis interna para trasladarla al conjunto del sistema, demostraría que además de ser un partido corrupto carece de la más mínima visión de Estado.
Es tiempo, pues, de política y no de tribunales. Eso sí, de una política más allá de las emociones y del politiqueo electoralista. Si acaso existen, bien harían las cabezas pensantes y decentes de los distintos partidos en buscar canales para encontrar esas respuestas que jamás van a encontrar los jueces. Hace falta creatividad política y verdaderos liderazgos para enfrentar esta crisis que revela las crudas desnudeces de la democracia construida en la posguerra.