Por María Elena Romero.
Masacre frente a la embajada de Venezuela.
En el marco de la brutal represión contra los campesinos, la captura y desaparición del secretario general del Bloque Popular Revolucionario (BPR), Facundo Guardado; Ricardo Mena, estudiante de la UCA, miembro del FUR-30; Numan Rodríguez y un miembro de la dirección nacional de la Unión de Pobladores de Tugurios -UPT-, el BPR llevó a cabo una serie de luchas combativas para exigir su libertad y el cese a la represión en el campo y la ciudad. Entre las actividades masivas de denuncia nacional e internacional, se llevó a cabo una manifestación convocada y dirigida por FECCAS-UTC el 8 de mayo de 1979 en San Salvador, misma que se concentró frente a Catedral Metropolitana y fue brutalmente masacrada: 21 compañeros resultaron asesinados entre ellos Roberto Sarmiento y Fidel Castro, estudiantes de la UCA y miembros del FUR-30; Delmy estudiante de sicología de la UES y miembro del UR-19; Norma Valencia, estudiante de secundaria y miembro del MERS; Luz Dilia Arévalo, estudiante de secundaria, miembro del MERS y coordinadora del Comité de Trabajadoras de los Mercados (CTM), entre otros, que a casi cuarenta años de distancia se me escapan de mi memoria.
Con el ánimo de hacer conocer a la comunidad internacional la represión de la cual éramos víctimas, también ocupamos las embajadas de Francia y Venezuela. Por haber precedentes de represión a los ocupantes -el gobierno guatemalteco ya había incendiado la embajada de España con cientos de ocupantes en Guatemala-, nosotros reteníamos al personal diplomático solamente con el fin de evitar represión contra los compañeros ocupantes. Ocurrió que en la embajada de Venezuela, el embajador y el personal diplomático no pudieron ser retenidos. Y como era de esperar, los suministros de agua, energía eléctrica, comunicaciones y alimentos fueron inmediatamente suspendidos y la zona circundante fue fuertemente militarizada.
Los compañeros que ocupaban la embajada tenían un par de semanas de estar sin agua y alimentos, por lo que era de imaginar que su salud se deterioraría, pues no habían visos de negociación a corto tiempo. Era pues, impostergable proveer de alimentos e intentar sacarlos del sitio.
La dirección metropolitana del BPR, conocida como la METRO, planificó la manifestación hacia la embajada, el 22 de mayo de 1979, por la tarde, con el objetivo fundamental de sacar a los compañeros de la embajada.
No tengo consciencia si estábamos todos los miembros de la dirección metropolitana. Si recuerdo con nitidez que un compañero del FUR y Ramiro, del sector obrero, fueron quienes explicaron el plan de seguridad
Nunca supimos lo racional del porqué serían ellos, compañeros ajenos a la METRO y a la Dirección Nacional del BPR, quienes llegaron con el plan de una manifestación cuyos objetivos serían difícil de lograrse en esas condiciones.
Los compañeros presentes, no pasarían la centena, no eran muchos. El compañero del FUR y Ramiro explicaron con vehemencia la necesidad de nuestra empatía y solidaridad con los compañeros que ocupaban la embajada. Después de un largo discurso y discusión se dijo que los compañeros carecían de alimentos y que algunos enfermaban, por lo que era necesario sacarlos de la embajada.
La embajada estaba fuertemente militarizada lo que complicaba cualquier acercamiento al lugar mismo y sus alrededores. Como era de esperar los compañeros expresaron sus temores, que no fueron pocos. Las dudas y la incertidumbre dominaban el ambiente.
Para distraer al enemigo y generar una confusión lo suficientemente grande para sacar a los compañeros era necesaria una manifestación masiva y, sobre todo, una seguridad rigurosa. Pero con la gente que teníamos no se garantizaba el éxito de la actividad
Yo no recuerdo, ni por asomo, haber participado en esa planificación. Es bastante posible que solamente nos hayan pedido, a la METRO, convocar a los sectores.
El compañero del FUR y Ramiro no parecían convincentes con el plan de la manifestación lo que generó miedo y dudas a los compañeros. La gente quería estar segurísima que en casos de una represión habría un buen plan de seguridad. Hubo gente que casi exigió que se les garantizara que habría compañeros armados. Querían que se les asegurara que sí, que en caso de represión, saldrían de los montes, de cualquier parte, las milicias urbanas, la guerrilla urbana, en fin, las invencibles FPL, a defendernos; era una ilusión, una utopía…
No tengo conciencia de cómo y en qué momento me vi involucrada en una actividad en cuya planificación yo no había participado. No quiero especular pero es muy posible que nunca tuvieran plan, que fue un “lapsus” de un organismo superior.
El tiempo nos apremiaba y los compañeros al no sentirse seguros se fueron retirando. El aula se estaba quedando vacía. Creo que la concentración se haría una cuadra antes del edificio de la embajada, en dos grupos, al norte y al sur. El compañero del FUR y yo llegamos primero. La gente no llegaba o se iban al ver el fuerte cerco militar. Al hacer el llamado para encaminarnos hacia la embajada, la presencia de compañeros no era lo suficiente numerosa como para intimidar a los policías que tenían acordonada la zona de la embajada. Decidimos, el compañero del FUR y yo, que si no había suficiente gente suspenderíamos la actividad. El compañero del FUR era el de seguridad, y dadas las circunstancias en ese preciso momento, sus valoraciones de seguridad sobrepasaron las mías que eran políticas.
El compañero del FUR no mostraba tanta seguridad y eso me inquietaba. Miraba con demasiada frecuencia hacia atrás de la manifestación, hacia el sur y hacia el norte, Probablemente buscando con su mirada a la gente de seguridad -no lo sé-. No era mi responsabilidad, pero si la suya.
Tengo consciencia de haberle repetido que lo más sabio sería un pequeño mitin, relámpago y colorido. Con eso habríamos muy bien mostrado nuestra solidaridad a los compañeros, les levantaríamos la moral y los ánimos revolucionarios.
El compañero del FUR con visible vacilación me dijo que si, que había condiciones de seguridad para llevar a cabo la manifestación. Debido a la compartimentación y, sobre todo, a lo que yo llamo tabú, asumí que él tenía control de la seguridad periférica por lo que no me atreví, ni siquiera, a cuestionarlo.
Oscurecía, el sol tenía prisa hacia el occidente y no mostraba ninguna empatía por nuestra preocupación. Nos tomamos la calle, sacamos las mantas y el megáfono. Por disciplina, los responsables encabezaban la actividad. El compañero del FUR, más pendiente de lo que pasaba a la cola de la manifestación que al frente, se mantenía como a unos dos metros fuera de la manifestación pero lo suficientemente cerca para comunicarnos. Tomé el megáfono y un extremo de nuestra colorida bandera, y Marianito de apenas 12 años, miembro de la UPT cargaba el megáfono y el otro extremo de la bandera.
Me dirigí a los policías en un tono amable, conciliador más bien, nada provocativo, sino más bien suplicativo; como tratando de implorarles que nos dejaran pasar con los alimentos para a los compañeros, pero al mismo tiempo, amenazadoramente avanzábamos lentamente hacia la embajada.
El nerviosismo de los policías era cada vez más visible y amenazador. El jefe de los policías dijo que nos paráramos, que no avanzáramos. Por supuesto, que yo insistía, que nos dejaran pasar los alimentos y el agua. El policía dijo que dejaría entrar a una sola persona con los alimentos. Yo seguía avanzando sentía el cañón de la escopeta en medio de mis ojos.
Por un momento percibí que el policía no tenía tanta prisa en dispararnos. Pero de pronto comenzaron a dispararnos por el flanco sur, a la cola de la manifestación, era la policía motorizada con sus subametralladoras de asalto Uzi… En ese momento también nos dispararon los policías de la embajada.
Marianito fue el primero en ser alcanzado por las balas de las escopetas. Cayó al suelo, herido o tal vez muerto. No tengo consciencia.
Al lado de la embajada había un tugurio entre escombros y matorrales que nos sirvió de protección a los que estábamos a ese lado. Todo transcurría lentísimo y rápido al mismo tiempo; las ráfagas cada vez más cercanas, más nutridas y parecían interminables. Rápidamente nos vimos dentro de un cerco militar infranqueable.
Imposible olvidar una voz joven, tenue y casi suplicante:
-Aaay me dieron, Malena. Era el Misisiopo, un estudiante del MERS.
-A mí, también-, otra voz dolorosa e implorante… era la Lupita Carpio, miembro de ANDES e hija de Salvador Cayetano Carpio…
-También a mí-, dijo la Delfi -Delfina Góchez- del equipo de seguridad del FUR-30, no te parés, seguí hacia adelante, que es de atrás que nos vienen atacando, apostillaba.
Es muy posible que fuera yo quien escuchara por última vez la voz angustiosa y moribunda del Misisiopo, de la Delfi, y de la Lupita.
No tengo consciencia de cuánto tiempo permanecí en el suelo, pero cada vez que intentaba pararme me disparaban. En la lúgubre noche, se escuchaba el tropel de los soldados disparando esporádicamente. Presa del miedo y de la incertidumbre, arrastrándome logré subir los escombros hasta una champita del tugurio. Ahí estaban dos o tres compañeros. Sólo me acude a la memoria que era la hermana de un compañero del UR-19 – millón de disculpas por olvidar tu nombre compañera entrañable-.
En grupo nos sentíamos más fuertes, pues podríamos apañarnos. Intentamos refugiarnos en la vivienda pero los moradores estaban tan atemorizados que nos pidieron de favor que no los comprometiéramos con nuestra presencia. El tugurio había sido cercado militarmente con la intención de no dejar salir a nadie. Los soldados se movían constantemente, al mínimo ruido. Decidimos que saltaríamos al otro lado del tugurio, hacia la colonia Escalón, donde podríamos muy bien, confundirnos con los transeúntes y poder pasar desapercibidos. Yo la primera, como para abrir el camino. Mala valoración: al descubrir nuestra presencia, el soldado como un energúmeno disparó copiosamente hacia mí.
Tenía sus ventajas ser bajita y flaquita, las ráfagas no me tocaron. Los otros compañeros ya no pudieron saltar. Me quedé sola. Le pedí a los de la otra champita que me dejaran pasar. Al principio no fueron tan simpáticos, sino más bien hostiles.
Las monjas del Belén administraban la cocina de la Nunciatura, yo la conocía bastante bien, pues la Madre Alicia María solía sacarme del Colegio para que la acompañara ahí. Convencí a los moradores del tugurio que yo venía de la Nunciatura y que me vi atrapada en la manifestación. Pero ellos me aseguraban que yo era la del megáfono, el pantalón azul y la blusa me delataban. Finalmente, me dejaron entrar, me ofrecieron comida y me acomodaron en su casita de cartón y láminas. Ahí pernocté.
Temprano en la mañana la señora iría al molino, le pedí que me dejara cargarle el huacal con el nixtamal y cambiar de ropa. Les dejé un pantalón de buena calidad, de los que le tomaba prestados a una compañera y mi blusa, casi en buen estado. Por otra muda más acorde a las vestimentas de la gente de ese sitio.
Al día siguiente, temprano en la mañana llegué a mi casa. Mis hermanas estaban llorando. Recién había llegado alguien a preguntar por mí. Claro, bien podría ser algún compañero de la UCA o bien un oreja. Mi hermana menor con tristeza, cólera, dolor y, sobre todo, impotencia, me reclamó por mi desconsideración hacia la familia:
-No hemos podido dormir porque vinieron anoche en dos ocasiones a preguntar por vos. No quisieron decir quiénes eran, pero uno de ellos parecía buena gente, no tenía aspecto de escuadroneros ni orejas; era chele un poco bajito y bien guapo, por lo que sospeché que serían compañeros tuyos de la UCA, dijo mi hermana llorando.
Al ver las noticias de los diarios, una foto donde aparecía Marianito, con la bandera y el megáfono tirado, muerto en el suelo, y, además, que no tenían noticias mías, imaginé que me creían muerta.
Por vivir en los edificios próximos al Colegio Ricaldone, fui a las famosas cabañas de la UES como para que me borraran de la lista de los muertos. Todo el mundo me daba por muerta por la foto de la prensa y por lo que habían contado los otros compañeros vieron cuando me dispararon. Para dar la noticia de mi buena suerte los compañeros del FUR-30 fui a la UCA. Ahí me di cuenta que quien había ido a buscarme era Roberto Funes, el hermano mayor del expresidente Funes, pues era el único quien conocían mi casa.
Continuaré.
El Salvador: La memoria popular no olvida la masacre del 22 de mayo de 1979