Luz a los poetas(1), salud por ellos, sector marginal exiliado de la república de Platón. Desde esos confines y tiempos remotos se condenó a la poesía a vagar entre lo sórdido y los amaneceres, ese arte combinatorio de esculpir la palabra con la imagen y la música.
En El Salvador abundan los poetas, brotan como el pulso exacto de su tiempo, son seres errabundos que irradian dulzura y hiel, almas que abrumadas caminan hacia el firmamento, sufren la vida como si fuera su último día en ella.
Y muy a pesar de escribir versos hipnóticos, conmovedores, amorosos o sociales, en el fondo, a nadie le importa lo que escriban, son fantasmas vivientes hasta que los matan, se suicidan o mueren, luego los declaran Hijos Meritísimos en sesiones solemnes, estrellas rutilantes de la nación e ingresan con honores al cementerio de los ilustres aunque ni siquiera tengan el óbolo para pagarle al antiguo barquero.
A contados poetas, siendo aún jóvenes, les regalaron la inmortalidad a balazos, ahora la mayoría sobrevive a tropezones con escasas posibilidades de mantenerse entre el hambre y la medianía económica.
La sociedad guarda distancia con los poetas, nacieron malditos y así permanecen, deambulan en el hedonismo y la bohemia, son ajenos a las convenciones sociales que para ellos funcionan como corsés del comportamiento libertario.
Y en la actual pandemia, la lírica salvadoreña se cubrió de un manto de luto ya que en circunstancias inciertas fallecieron cuatro poetas en menos de dos meses: Dany Portillo Flores, Vidal Garay, Jim Casalbé y Jorge Alberto Ramírez.
Dany Portillo editaba plaquets para otros poetas en La Cabuda Cartonera, encontró una forma nada usual de difusión de versos en bellísimas ediciones artesanales impresas en papel y cartón, exaltando el libro-objeto como algo memorable y recurrente.
Jorge Alberto Ramírez promovía la esperanza a través de la lectura, librero de aliento y corazón, tenía su puesto de ventas en las afueras de la Casa de la Cultura de San Salvador.
Vidal Garay labraba versos desde el mítico pueblo de Suchitoto, su tierra natal, lector de poesía en escuelas, una labor noble y poco reconocida.
Jim Casalbé, dramaturgo de larga trayectoria pero también poeta, fundó el Grupo Razamaya y formó parte del Taller Abrapalabra junto a Javier Alas, Carlos Cañas Dinarte y Wilfredo Peña, todos ellos muy cercanos a quien esto escribe en proyectos conjuntos irruptores del panorama del periodismo cultural en la década de los años 90.
Hoy más que nunca la solidaridad es fundamental entre poetas, sirva este sencillo homenaje como recordatorio para los que se fueron y para los que nos quedamos, porque “luz es lo que falta, escribir a oscuras como ciegos, cuando punza la verdad”(2)
Salud.
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(1) Luz a los poetas: Canción de Eugenio León
(2) Luz a los poetas: Letra de Marcial Alejandro