jueves, 25 abril 2024

Los Acuerdos de Paz y la memoria del moscardón

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La comunicación política del presidente Bukele siempre se ha caracterizado por apelar más a los sentimientos que a la razón. Explotar la animadversión hacia los partidos tradicionales (y universidades, instituciones del estado, algunas ONG y hasta organismos internacionales) es una de las estrategias mejor usadas para quitar el reflector sobre una gestión que pareciera seguir el guion de “los mismos de siempre”, y donde lo único nuevo son sus actores de reparto (a excepción de algunos cuantos, como Walter Araujo, quien pretende reengancharse por quinta vez de un curul).

Hablo del gobierno de la esperanza con gorra y camiseta celeste, donde políticos reciclados no nos prometen otra cosa más que “tener el cordón umbilical pegado al presidente”. No hace falta pensar, ni discutir, ni reflexionar sobre las propuestas y planes estratégicos de cada candidato. ¿Para qué? Como si de una película postapocalíptica se tratara, una enorme masa de autómatas repite un discurso que ha sido reiterado hasta el hartazgo desde 2019: “los mismos de siempre van para afuera”.

Pero, ¿quiénes son los “mismos de siempre”? ¿Será Francisco Alabí, quien mejoró la vida de sus familiares con la compra de 26 mil pares de botas para el personal médico? ¿O Koky AguilarCarolina RecinosAlejandro Zelaya, familiares y amigos beneficiados por su cercanía con Bukele? Porque, debemos admitirlo: las nuevas ideas son invencibles, siempre y cuando la Corte de Cuentas, la Fiscalía General de la República, el Instituto de Acceso a la Información Pública, la prensa y las universidades, no se metan con ellas.

Incluso los Acuerdos de Paz no lograron salvarse de los zarpazos del poder. Sabemos que la arbitrariedad es el corazón de la violación de los derechos humanos, y que este gobierno se caracteriza por ser arbitrario, pero ¿deslegitimar procesos históricos de nación y reducirlos a discurso de mitin no es también una muestra de perversidad extrema? La etiqueta #ProhibidoOlvidarSV surge precisamente como respuesta al desprecio gubernamental por un proceso que significó un antes y un después para los salvadoreños, con sus fortalezas y debilidades, por supuesto, como todo proceso humano.

Pareciera que estos políticos poseen la denominada “memoria de moscardón”. Ese insecto que “choca cada dos segundos contra el mismo cristal porque a los dos segundos ya olvidó la existencia de éste”, como señala Horacio Castellanos Moya en una de sus novelas más conocidas. O a lo mejor no son nada desmemoriados como imaginamos: sencillamente buscan reinterpretar la historia con claros fines electorales. Rastrero, pero el fin justifica los medios.

Tarde o temprano, ese discurso llano de división e intolerancia les pasará factura a “los mismos de siempre 2.0”, como se reflejó recientemente con la derrota de Donald Trump. Promover división y miedo no es algo nuevo en nuestra historia contemporánea. De hecho, ya sabemos cómo terminan esa clase de regímenes autoritarios y con vocación antidemocrática.

Apelamos pues, a la sabiduría de los votantes para que comprendan que el nepotismo, la poca transparencia, la corrupción y la confrontación no son cosas del pasado: los estamos viviendo también en el presente, aunque la propaganda oficial se desviva por ocultarlo. Porque apoyar a un gobierno que nos imponga el olvido, que ataque a los defensores de derechos humanos, a la academia, a la gente que ofreció su vida para que tuviéramos las libertades que hoy gozamos, es olvidarse de las lecciones aprendidas en el pasado. Sería como chocar contra un cristal que nos deslumbra, y olvidarnos del peligro que para nuestras vidas representa. Sería rompernos la cabeza contra el mismo vidrio pintado de celeste, tropezar con la misma piedra, meternos en el mismo hoyo, y en ese caso, los moscardones seríamos nosotros.

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Ricardo Hernández Pereira
Ricardo Hernández Pereira
Columnista de ContraPunto
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