El pasado 2020, en plena pandemia no pudimos despedir a nuestros seres queridos como se debía, con las exequias cristianas correspondientes, la Trinidad de Sonsonate perdía al bastión de oro de la generación del Siglo XX, Josefa Campo Imendia, la tía Fita Campo, que Dios le permitió vivir un siglo, y que sus últimos años estuvo tan lúcida, elocuente y hospitalaria, atendiendo ella siempre el teléfono como lo hizo por años en su negocio en el corredor de su caserón colonial, frente a un tupido y fresco jardín central, vigilada por una lora, y una palomita de alas blancas, al cuidado de otra tía, Blanca Calderón Imendia. El origen es ilustre, Josefa Campo Imendia es Bisnieta del ex presidente Rafael Campo Pomar ( 1813-1890) y nieta del poeta y profesor Carlos Arturo Imendia Sigüenza (1864- 1904), su casa era prácticamente un museo, un pedazo del Sonsonate colonial y republicano, con santos antiguos, como un San Antonio Abad que recibía a la entrada, y un mueble de madera rustica que contenía fotografías inéditas del poeta Carlos Arturo Imendia y doña Rosa Boquín y Guzmán sus abuelos maternos, también de su padre y hermanos, Memo Campo, en el gran corredor, adornaba la sala una urna o cuadro de rosas hechas minuciosamente con conchas de la playa Mizata, una impresionante manualidad hecha por las hermanitas Arce ( Hijas del prócer General Manuel José Arce) valioso obsequio a su profesor Don Carlos Arturo. Un marzo caluroso que la fuimos a visitar, quiso heredar en vida al primogénito tío Carlos Arturo III, saco de sus archivos el libro original del poeta amigo de Darío, Lugareñas (1899) y Estelas (1900) , la primer obra traducida a tres idiomas, cuyo ejemplar gemelo se encuentra nada más y nada menos que en la biblioteca de la universidad de Harvard. También la tía Fita se desprendió de valiosos tesoros como un canutero de plata perteneciente al poeta Imendia. “Se lo entrego a usted Carlitos porque es el primogénito y debe de resguardarlo, esta es Lugareñas, la obra más famosa de papá Carlos en el mundo literario” fueron las palabras de la tía Fita al tío Carlos en esa ocasión. En la interesante plática, la tía Fita explicaba a detalle la muerte del poeta, en un parque de Ahuachapán en un acto cívico, antes de subir al podio. “Notó que llevaba las cintas de los zapatos desamarradas, se detuvo a amarrárselas, se agachó y en eso se desplomó por el infarto fulminante” decía la tía Fita. El poeta fallecía a los 40 años, dejaba una viuda joven con una buena “marimbita” de hijos. Cuenta la tía Fita, que Rosa Boquín, años después, con cúmulos de papel de su fallecido esposo y en aras de no seguir sufriendo por el vacío de su ausencia, entregó a Alfredo Espino, papeles y obras que aún estaban sin editar. “Cuando mamá Rosa escuchó el poema de los pericos pasan, dijo que esos pericos ya los había oído pasar”.
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