viernes, 3 mayo 2024
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El poeta en la ciudad

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Por Álvaro Rivera Larios

(La poesía comprometida hoy, en El Salvador)

Aunque vaya enmarcado en un tiempo y un lugar precisos, el término compuesto “poesía comprometida” no deja de ser una etiqueta abstracta y de naturaleza ética. Como la mayoría los conceptos, este arrastra viejas polémicas teóricas y una historia política y cultural. Es por eso que no es posible abordarlo sin unas aclaraciones previas.

Podríamos irnos tan lejos en el tiempo y el espacio como a la Grecia de Platón. El filósofo griego fue de los primeros en razonar la exigencia de que los poetas subordinaran sus creaciones al interés general de la ciudadanía y a dos valores centrales como son el bien y la verdad, pero no nos vayamos tan lejos en el tiempo.

Ya filósofos ilustrados como Voltaire y Diderot utilizaron la literatura para divulgar sus ideas reformistas en las sociedades europeas de su tiempo. En ambos casos, el de Platón y los filósofos ilustrados, la literatura cumplía una función social. Esta noción de la belleza que “instruye”, esta noción del deleite didáctico, también puede encontrarse formulada en la poética de Horacio.

Demos otro salto, porque aquí saltar es inevitable, y caigamos en la escena cultural y política salvadoreña de la segunda mitad de los años veinte del siglo veinte. Ahí podemos encontrar a un hombre de letras, Alberto Masferrer, que también creía en el poder transformador y democrático de la literatura. Masferrer también hizo suyo el ideal de una poesía para todos, de una cultura para todos como elemento constitutivo de una conciencia ciudadana crítica y libre.

A principios del siglo XX, los marxistas reformularon la relación del escritor con la ciudad ideal platónica convirtiendo a esta última en la ciudad proletaria. Si para el filósofo griego los artistas debían someter su creación a la vigilancia ética y epistémica de un comité de sabios, para el marxismo soviético (muy clásico él) los creadores debían adscribirse a las directrices emanadas del Comité Central.

Saltemos hasta los años sesenta del siglo veinte salvadoreño y observemos a esa figura delgada y contradictoria que encarna plenamente las virtudes y los fracasos del compromiso político del escritor. Me refiero, claro está, a Roque Dalton, ese poeta revolucionario tan citado y al mismo tiempo tan mal interpretado por sus simpatizantes y por sus detractores.

Apuntemos que tanto Dalton como Masferrer fueron escritores comprometidos, es decir, fueron creadores que se introdujeron con su vida y su lenguaje en esa tormenta política turbia que se llama El Salvador. Y a los dos la historia les impuso su danza errática y trágica. Tanto uno como el otro encarnaron modelos distintos de compromiso. El Viejuemierda no solo fue una gran falacia ad hominem, fue un ataque a cierta manera de concebir la relación del escritor con la ciudad.

Aunque Dalton apueste por un modelo de compromiso, en contra de otros (como el liberal de Masferrer), no sitúa el vínculo social del escritor en un espacio y un tiempo abstractos. Mal que bien, se zambulló en libros de historia, antropología y sociología; mal que bien, se involucró en los debates políticos y culturales de su época para terminar elaborando una perspectiva general del lugar y el tiempo donde sus palabras y sus manos intervenían dialécticamente. Su poesía comprometida parte de un aquí y un ahora profundamente reflexionados, no era solo un gesto que buscase mitigar la alienación del poeta culto en una sociedad monstruosa. Esta actitud reflexiva de Roque podría servirle de advertencia a quienes hoy invocan de manera abstracta el retorno a la poesía comprometida.

No es que Dalton fuese un poeta que además escribía ensayos y monografías sobre temas en los cuales no era especialista. Su trabajo en esa zona le dio una perspectiva social e histórica a su palabra y, yendo más allá, nutrió a su palabra. Podemos disentir del modelo de compromiso político que Dalton propuso a los escritores y que él mismo asumió, pero no ignorar su complejidad reflexiva.

Recapitulemos:

a) El conocimiento de que la poesía cumple una función social y de que los creadores deben adquirir conciencia, y hacerse responsables, de los efectos sociales de su arte es quizás tan antiguo como la palabra de Platón.

b) No existe “El compromiso”, lo que existen son diversos modelos de compromiso político del poeta.

c) La poesía comprometida puede asumirse de dos maneras: como una simple reacción ética y creativa ante una determinada situación social y política o como proyecto que se asume como una intervención literaria meditada, crítica de sí y crítica de su entorno , cuya meta es influir en la sensibilidad y la mente de cierto público en un determinado momento histórico.

Quienes se proponen escribir poesía comprometida, yendo más allá del simple gesto que lava la mala conciencia del poeta culto ante las injusticias y arbitrariedades de la sociedad en la cual vive, han de enfrentarse a las malas relaciones que sostiene el lenguaje de la poesía moderna con la retórica.

Roque Dalton levantó su obra justo en esta zona incómoda donde retórica y poesía hermética se disputan la conciencia de los poetas modernos. Si lo suyo no es un simple monologo ante el espejo, el poeta actual que desee compartir versos ácidos con los demás ciudadanos deberá plantearse la relación entre el estilo literario y el trato con un público determinado en un momento determinado. Un problema recurrente en la poética daltoniana fue, por lo tanto, el de cómo darle a su poesía eficacia comunicativa sin traicionar a la musa vanguardista. A quien escribe versos comprometidos se le piden gestos, pero es un error no pedirle la exactitud del buen arquero cuando elige las palabras.

Y por último, aunque no para terminar porque este es un debate que nunca termina: sin una reflexión previa que sitúe lucidamente a los creadores en el escenario donde ciertos grupos se disputan el poder de la ciudad, será difícil que sepan dónde colocan sus palabras más ácidas y quiénes podrían usarlas, en último término, como vehículos de sensibilidad crítica. Una poesía comprometida, a estas alturas de la experiencia histórica, no puede permitirse ser ingenua, menos en un mundo como el nuestro en el cual los políticos suelen usar a los poetas como secretarios de prensa desechables.

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Álvaro Rivera Larios
Álvaro Rivera Larios
Escritor, crítico literario y académico salvadoreño residente en Madrid. Columnista y analista de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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