miércoles, 11 diciembre 2024
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El estanque salvadoreño del mejor poeta chileno

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Las «casualidades» llevaron a Erick Chávez Salguero, escritor y estudiante salvadoreño de filosofí­a en Chile, a un encuentro enriquecedor con la poesí­a de Humberto Dí­az Casanueva

Cuando se construye una relación más o menos cercana con la poesí­a, ocurren ciertos encuentros con personas, libros y frases que empiezan a dotar la vida de un sentido un poco más amplio, ocurren «señales» que llevan a otros encuentros, con otros libros, personas y frases, que a veces nos dan una respuesta fugaz a una pregunta que no se tení­a conscientemente elaborada. 

En el año 2013, antes de realizar mi primer viaje a Chile, donde estudio, el poeta salvadoreño Noé Lima, mi amigo, me compartió una reflexión de manera sentenciosa: «El mejor poeta de Chile, no es Pablo Neruda ni tampoco Vicente Huidobro, es Humberto Dí­az Casanueva». Como se sabe, uno de los paí­ses que posee no sólo una gran tradición poética, sino una prolí­fica producción literaria en Latinoamérica, es Chile, cuenta con Pablo Neruda y Gabriela Mistral, ambos premios Nobel de Literatura, además de contar con grandes figuras que resuenan en el mundo entero: Enrique Gómez Correa, Teófilo del Cid, Braulio Arenas, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn o el recién fallecido Nicanor Parra.

Resulta que una de las primeras noches en Chile, me llevaron a una pequeña sala cultural en Valparaí­so, ahí­ mientras los músicos tocaban, observaba las antigüedades que habí­a en la sala, entre los libros viejos encontré una antigua revista, la abrí­ al azar y me encontré con un entrevista que le hací­an precisamente a Humberto Dí­az Casanueva, donde él comentaba su encuentro en Alemania con Martin Heidegger en un tren hacia Friburgo, sin saber el chileno que con quien dialogaba era con el gran pensador que abrió para la filosofí­a un camino de diálogo con la poesí­a, y con quien posteriormente tomarí­a unos cursos sobre la poesí­a de Hí¶rdelin.

A partir de esa «casualidad» la recomendación de Noé se me hizo prioritaria. A los pocos dí­as me contactaron con Dimitri, un mí­tico «dealer de libros» en Valparaí­so; al comentarle sobre mi interés en Dí­az Casanueva, simplemente se sonrió irónicamente, y me dijo: «No es fácil». Me preguntó sobre mi inquietud en los libros de Dí­az Casanueva, le comenté la recomendación de mi amigo y simplemente llegué a balbucear mi interés acerca de la relación entre filosofí­a y poesí­a.

A los pocos dí­as Dimitri me llamó, me dijo: «Ê¹Mostroʹ, ya se los tengo, debemos hablar del precio», no comentaré cuanto pagué por dos libros de Dí­az Casanueva, fue mucho pero lo justo.

Humberto Dí­az Casanueva (1906–1992) no sólo fue poeta, sino también un diplomático, Premio Nacional de Literatura en Chile en 1971, cuya obra poética se considera de difí­cil acceso, calificada de «hermética» por su búsqueda de sí­mbolos universales que encierren una trascendencia inmanente a la existencia humana, considerada también limí­trofe entre lo mí­stico y lo metafí­sico, muy cerca de la poesí­a de Rilke, Trakl o de Paul Celan por ello su obra encuentra diálogo con las obras de Carl Jung, Mircea Elí­ade, Martin Heidegger, Jacques Lacan y muchos otros autores que han realizado una búsqueda de significados universales en la parte oscura del ser humano. 

Entre sus poemarios más representativos se haya Réquiem (1945), poemario a la memoria de su madre y que recibió elogiosas palabras de Gabriela Mistral, para quien, con Dí­az Casanueva se tení­a en Latinoamérica un heredero directo de los grandes trágicos griegos. También se pueden mencionar: Vigilia por dentro (1931), El blasfemo coronado (1940), La estatua de sal (1947), La hija vertiginosa (1954), El niño de Robben Island (1985), Trinos (trenos) del pájaro Dunga (1985), Vox tatuada (1991), etc.

Las preocupaciones de Dí­az Casanueva se mueven en una reflexión constante sobre la vida y la muerte, por ello en vida fue un entusiasta promotor de los derechos humanos, desde su labor como diplomático, denunciando el régimen de Apartheid en Sudáfrica, y creando conciencia sobre la educación y los derechos humanos cuando fungió como embajador chileno ante la ONU, en el Gobierno de Salvador Allende.  

Su obra, publicada en su mayorí­a en la desaparecida editorial Nascimento, sufrió durante muchos años del ostracismo institucional, al ser una figura relevante de las letras, y haber estado emparentado tan í­ntimamente al Gobierno de la Unidad Popular. A partir del año 2017, se ha iniciado la publicación de sus obras completas, así­ como valiosos estudios acerca de su producción poética.

Su paso por El Salvador

Carmen Foxley, estudiosa de la obra de Humberto Dí­az Casanueva, hace constar en su prólogo a la antologí­a preparada por la Editorial de la Universidad de Chile, que en 1949 «viaja en misión diplomática hacia El Salvador, visita que no olvida a causa de ʹlos volcanes, la magia y la gente sufrida y soñadoraʹ».

En 1986, en una entrevista con Blanca Espinoza, recuerda que en El Salvador el Popol Vuh «lo encegueció» y en una de sus últimas entrevistas, del año 1992, año en que fallece, recuerda estas emotivas palabras acerca de El Salvador en una entrevista con Ana Marí­a Larraí­n, cuando se le pregunta acerca del «suceso poético» y del «acontecimiento» de la poesí­a: 

Cuénteme uno de esos sucesos poéticos cotidianos que ha habido [sic] directamente en su propia vida.

Cuando yo representaba a Chile en El Salvador, viví­a en una casa que tení­a un estanque para las garzas azules, maravillosas, cuidadas por una joven india. Como un señor oriental, sólo las mantení­a por el «vuelo crepuscular» en torno a la casa. Como a las seis y media, usted sabe que en el trópico la noche se viene de golpe, en ese momento las garzas emprendí­an su magní­fico vuelo… Un dí­a la joven me advirtió que las garzas codiciaban los grandes ojos móviles de mi hija de dos años: creí­an que sus ojos eran peces. Yo me asusté mucho, imagí­nese. La joven hizo unas ceremonias mágicas y las garzas emprendieron el vuelo para no volver jamás. Entonces llené el estanque de peces azules… ¿Ve usted la imagen? ¡Qué terrible! y cruel, ah… 

 Así­, en esta búsqueda que tuve de Humberto Dí­az Casanueva, en medio de estas «casualidades» donde ahora poseo algunos de sus libros y algunos estudios de su obra, me llevaron después de mucha vuelta, a ese otro extraño encuentro, que es el regreso a casa: El Salvador. 

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Erick Chávez Salguero
Erick Chávez Salguero
Escritor y columnista

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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