O las iglesias como tumbas de la fe
En su Antología del humor negro, André Breton reproduce algunos “Pensamientos sobre diversos temas morales y entretenidos” de Jonathan Swift, entre los cuales se encuentra este que, en forma de pregunta, sacude los cimientos de nuestra falsa fe: “Pregunta. ¿Las iglesias no son acaso los dormitorios de los vivos al igual que de los muertos?”
En el lenguaje esotérico del Cuarto camino, una persona “dormida” es aquella que actúa sin plena conciencia de lo que hace y, por tanto, posee una falsa imagen de sí misma. Si religión es un término que viene del acto de religar al ser humano con su origen eterno, este ligue es producto necesario de un desarrollo intenso de la capacidad consciente de relacionarse con la Trascendencia, de modo que una persona religiosa lo es si comprende a cabalidad el sentido que para volverse a vincular con su origen divino tienen los rituales de su congregación religiosa. De aquí se sigue que la práctica mecánicamente ritualista de la religiosidad popular implica una absoluta ignorancia de este sentido trascendente. Por ello, la observancia de la religiosidad sólo en clave ritual implica que el feligrés sea una persona “dormida” y espiritualmente muerta. Este tipo de religiosidad desemboca en fundamentalismos y “guerras santas”. Y es a esta modalidad de falsa fe a la que se refiere Swift cuando piensa las iglesias como dormitorios de vivos y muertos.
El sueño de la inconsciencia produce estupidez, como la droga. Por eso Marx dijo que la “religión es el opio del pueblo”. No se refería a la fe consciente que obra (por ser consciente) y que brota de la experiencia espiritual. Ésta no es una fe que cree en lo que no ve. Cree porque ha experimentado espiritualmente sus efectos. Por eso es viva y transformadora. Pero esta fe nada tiene que ver con la inculcada por las iglesias al populacho ignaro, al cual se le fetichizan sus divinidades y hasta se le pone precio a su salvación trascendente, la cual cree obtener por medio de ritualidades mecánicas que implican expiaciones y catarsis, o mediante la compra en oferta de indulgencias y el puntual pago de diezmos progresivos.
Si coincidimos con Swift, las iglesias son las tumbas de la fe. La ciencia social ha demostrado con creces que la función histórica que ha cumplido siempre la religiosidad eclesial ha sido la del control poblacional por medio de la manipulación de los corazones y las mentes de los individuos y sus familias. Y esto, con fines concretos de poder político. El sueño de opio de la dormida religiosidad mecánicamente ritual produce pues pueblos manipulables. Y esta es la tarea de las iglesias que no enseñan al feligrés a desarrollar una fe consciente, basada en la experiencia de la espiritualidad, cuando lo que necesita este mundo plagado de fundamentalismos, fanatismos y esencialismos asentados en la ignorancia, son seres espirituales, no religiosos. Y no hablamos de ateísmo, pues éste es otra forma de religiosidad fanática, sólo que por obsesiva negación.
Ser un devoto feligrés es absurdo si atendemos la definición que en su Diccionario del Diablo ofrece Ambrose Bierce de la religión como “Hija del Temor y la Esperanza, que vive explicando a la Ignorancia la naturaleza de lo Incognoscible”. Y agrego: no hay nada incognoscible para la fe consciente que obra y transforma, pues surge de la experiencia cognitiva espiritual.
Por todo lo dicho, y hecho, es obvio que ―hoy― no podéis ir en paz…