Dos palabras mapuches en la lengua salvadoreña

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Por mera tradición, muchas veces pensamos que las palabras que usamos casi a diario en la lengua salvadoreña transnacional tienen sus orígenes en lenguas como el náhuat u otras de la región mesoamericana. Pero...

En 1758, el sueco Carl Nilsson Linnaeus (Carlos Linneo, en su versión castellanizada) incorporó a la Dendrocygna autumnalis dentro de su nomenclatura binómica para clasificar a las especies animales y vegetales. Esa ave de la familia Anatidae (a la que pertenecen los cisnes, gansos, patos, etc), del orden Anseriformes y de la subespecie autumnalis ya recibía el nombre de PICHICHE, JIJIJE o PICHE en diversas regiones del Reino de Guatemala, fundado por el imperio español desde la segunda década del siglo XVI.

Lo curioso del caso es que PICHICHE no es un término que proceda de ninguna de las lenguas originarias de la región cultural mesoamericana. No viene de ninguna variante del maya ni del náhuat o de cualquiera de las múltiples lenguas y dialectos conocidos en la región centroamericana que sostuvo los primeros encuentros bélicos, genéticos y culturales con los llegados desde más allá del mar.

Es en el mapu-dungún, la lengua del pueblo mapuche o araucano de Chile, donde encontramos la referencia lingüística más acorde al origen de ese término, formado por dos partes: Pichí es persona y Che es niño. “Pequeña persona” hace alusión a un niño de corta edad, que va desde un bebé recién nacido (“chichí” o cachorro, en lengua náhuat de los pipiles). En la actualidad, el término PICHICHE aún lo usan los mapuches para referirse a sus niños en sus canciones, poemas y relatos. La comparación con el ave resulta bastante obvia.

Pero esa no es la única palabra mapuche que usamos en la lengua salvadoreña.

Existe una planta llamada Werneria poposa Phil o Xenoplylum poposum (Philippi), que en mapu-dungún se le denomina pupusanti wallaqtayaña o HIERBA PUPUSA. Es un término adoptado desde el quechua (pupu, ombligo), que en aymara también puede tener connotaciones sexuales (phuphu, vello o pelo corto y suave; p’usa, hinchado, inflado, sobresaliente).

La hierba pupusa forma parte de la misma familia del diente de león, la lechuga y otras 40 especies, distribuidas por casi toda Suramérica. Casi todas esas plantas son arbustos perennifolios o hierbas permanentes y aromáticas, de entre 10 y 15 centímetros de altura, raíces fibrosas, hojas carnosas y apretadas, con pelos muy finos, tallos cortos y gruesos. Las flores son de pétalos blancos, con un centro amarillo. Su período de floración es el otoño y la primavera suramericanas, en suelos arenosos o rocosos, muy húmedos, en tierras situadas entre los 3500 y los 5300 metros sobre el nivel del mar. Así, es una planta sinónimo de resistencia a las inclemencias del tiempo, porque soporta fríos extremos y nevadas.

La pupusa se usa como infusión contra las fiebres, las hemorragias pulmonares y del estómago, así como también en baños contra los dolores musculares y de huesos o para desinflamar las piernas de personas enfermas con gota, reumatismos y otros achaques vinculados con los golpes, contusiones, insomnio, estados nerviosos y frío hepáticos, dinamógeno pectoral, cáustico cicatrizante, tos, resfríos, cansancio. Su cocimiento con un poco de alumbre se usaba para sanar el fuego (herpes) o llagas en el interior de la boca.

Aunque aún se acostumbra a usarla más en forma de té o infusión, en el Chile de los siglos coloniales se le mezclaba con grasa de gallinas para formar una pomada de aplicación local en el tratamiento de reumatismos y otros dolores. Otro de sus usos tradicionales es el de molerla para hacer un condimento para las comidas. ¿Habrá sido este el origen gastronómico que ahora tiene en El Salvador y Honduras?

La pregunta del millón de dólares de premio es cómo llegaron esos términos mapuches a formar parte de la lengua salvadoreña. A eso trataré de dar respuesta en los siguientes párrafos.

Nueve años después de su fallida expedición al señorío pipil de Cuzcatán, el capitán extremeño Pedro de Alvarado y Contreras asumió la gobernación conjunta del Reino de Guatemala y de la provincia de Hibueras (Honduras). Gracias a ello, entró en posesión de valiosos bosques, cuya madera fue transportada hasta la Mar del Sur para construir, en el astillero de Iztapa (Guatemala) una flota de 10 barcos, la que equipó con 500 oficiales y soldados, 530 caballos y cientos de indígenas y africanos procedentes de Santiago de los Caballeros y de la villa de San Salvador.

Con esa flota –construida de prisa, con gran mortandad y dolor entre los trabajadores indígenas- puso rumbo al sur del continente, más allá del estrecho de Panamá, en una fecha indeterminada de inicios de 1534. Levaron anclas desde el puerto de La Posesión, en la costa nicaragüense del océano Pacífico. En sus manos, el gobernador llevaba una autorización del rey español para explorar las tierras del sur que no estuvieran bajo el control administrativo y militar de los capitanes Francisco Pizarro y Diego de Almagro, respectivos gobernador de la Nueva Castilla (hoy Perú) y mariscal del Reino de Quito (ahora Ecuador).

Forzados por las malas condiciones del mar y tras echar por la borda a 64 caballos para aligerar el peso de los navíos, el 25 de febrero de 1534 anclaron en la bahía de Caráquez. Desembarcaron en aquellas tierras de Puerto Viejo y se dirigieron a pie hacia Charapotó, donde el gobernador de Guatemala fundó la Villa Hermosa de San Mateo de Charapotó. Luego hubo otras caminatas hacia Jipijapa, Paján y río Daule. Tras detenerse por varias semanas entre la espesura boscosa de Paján, continuaron su camino, perdidos durante meses, porque los guías locales que llevaban capturados se les habían fugado.

A inicios de mayo, sus fuerzas militares se separaron para cubrir más terreno, aunque la marcha era dificultosa por las fuertes lluvias invernales y los terrenos cenagosos. Por el sur recorrieron hasta mucho más allá de Chonana, al mismo tiempo que la otra columna bajó por el norte con rumbo a Nono (provincia de Pichincha), hasta llegar a pocos kilómetros de San Francisco de Quito, cuyo cabildo registró en sus actas los desmanes y escándalos que aquellas fuerzas estaban causando dentro de su jurisdicción, así como las decisiones oficiales tomadas para enfrentar aquella amenaza a los intereses de los capitanes Pizarro y de Almagro.

Aquellas quejas de los lugareños no eran para menos. La tropa expedicionaria de Alvarado y Contreras se juntó en la zona pantanosa de Chimbo, desde donde comenzaron su travesía por la cordillera de los Andes hasta salir por la planicie de Ambato. Para entonces ya era agosto y la zona se cubría de nieve. Muchos indígenas murieron en aquellas caminatas, porque sus cuerpos no estaban acostumbrados a esas alturas ni a las feroces condiciones invernales.

Con un ejército aún numeroso pero cada vez más debilitado, Pedro de Alvarado y Contreras advirtió el acercamiento de los capitanes Diego de Almagro desde Cuzco y de Sebastián de Belalcázar desde Quito. Tras algunos incidentes –como la captura y pronta liberación de 7 jinetes exploradores y de la deserción de un intérprete y un cacique hacia el campamento de Alvarado-, Almagro y Alvarado se reunieron el 126 de agosto de 1534 en la llanura de Rivecpampa (llamada Riombamba por los castellanos), donde muchos de aquellos soldados se reconocieron como vecinos de localidades de Extremadura y desistieron de la actitud hostil inicial.

Gracias a eso, los capitanes pactaron que Alvarado podría seguir con su flota exploratoria hacia el sur, mientras Almagro y Pizarro consolidaban la conquista por tierra. La verdad de las cosas es que el pacto público hecho ante escribano distaba mucho de las verdaderas intenciones de Almagro, quien pretendía comprar en 50 mil pesos oro la armada de Alvarado, despojarlo de sus hombres y pertrechos de guerra y devolverlo a la mayor brevedad posible al Reino de Guatemala.

En San Miguel de Tangarara, el adelantado de Alvarado y Contreras dejó que muchos de sus soldados se fueran con Belalcázar para pacificar la siempre inestable región de Quito, mientras que permitió que García Holguín se marchara con Diego de Mora a la costa y le entregara la flota para dominio de Almagro y Pizarro. Mientras, él se quedaba en tierra, para acompañar a Almagro en tres duras batallas contra el ejército del jefe quechua Huaypallcoa, que transportaba ganado y bienes valiosos fuera del alcance de los europeos.

En esas escaramuzas por terrenos escabrosos y alta maleza, los españoles perdieron 53 de los suyos, 18 resultaron heridos de gravedad y 34 caballos murieron. A cambio, se hicieron con el control de muchos kilogramos de oro y plata, 15 mil cabezas de ganado andino y liberaron a unos 4 mil indígenas esclavizados por los quechuas e incas. Todo eso causó inquietud en la mente de Francisco Pizarro, quien decidió que Almagro no debía conducir a Pedro de Alvarado y Contreras dentro del recinto amurallado de la imperial Cusco. El temor a su ambición desmedida se hizo manifiesto.

Pizarro recorrió las 120 leguas que separaban a Cusco del valle costero de Pachacamac, adonde arribó tres semanas antes de la llegada de Alvarado y Almagro. Todo lo dispuso para homenajear al adelantado, que en todo momento fue llamado gobernador por Pizarro y su gente. Con ricas viandas, muchas lisonjas y en contra de la opinión de Almagro, Alvarado recibió de Pizarro 120 mil pesos de oro, muchas esmeraldas y turquesas, así como múltiples vasijas con oro y plata. Una parte del fabuloso tesoro de los incas entraba a manos de Alvarado, que no quiso disputar más de aquella riqueza, pues quizá le bastaron aquellos bienes que le entregaban, que representaban como el 20% del total de lo encontrado en los palacios de Tenochtitlan.

Pedro de Alvarado y Contreras dejó en manos de Pizarro a muchos de sus soldados, armas de infantería y artillería y caballos, los que causarían posterior admiración en el inca Atahualpa y sus lugartenientes. Con aquel arsenal, Pizarro se aseguraba un mayor control del territorio peruano-quiteño, mientras que Alvarado y Contreras se hacía con los altos recursos económicos que no había obtenido en sus expediciones por tierras aztecas y del norte centroamericano. Además, se aseguraba un número indeterminado de indígenas quechuas y mapuches, que embarcó en su flota de regreso hacia el Reino de Guatemala.

Dos de los soldados españoles que se quedaron a las órdenes de Almagro fueron Luis de Moscoso y Alvarado (el fundador de la villa de San Miguel de la Frontera, en 1530) y Gómez de Alvarado y Contreras, el hermano menor de la familia de conquistadores gestada en Badajoz por Gómez de Alvarado y Mexía de Sandoval y Leonor de Contreras, su segunda esposa.

Llegado al Caribe en 1510, anduvo al lado de sus hermanos en las misiones de exploración y conquista en Cuba, Tenochtitlan, Iximché, Cuzcatán y Quito, donde decidió quedarse e incorporarse a las huestes de aquel servidor y amigo de Francisco Pizarro.

Pocos meses después, en 1535, Almagro decidió continuar las exploraciones hacia el sur, por lo que un amplio contingente de soldados e indígenas utilizaron el complejo sistemas de caminos construido por los quechuas desde y hacia Cusco, mientras que otra parte de las tropas se embarcó y llegó hasta la bahía de Valparaíso. Los jinetes y la infantería recorrieron la cordillera costera hasta salir por zonas como Isla Negra, Algarrobo y El Quisco. En todo ese trayecto se hizo evidente la falta de riquezas por parte de las tribus y reinos indígenas, que ofrecieron escasa resistencia militar. En las cercanías de los ríos Itata, Ñuble y Perquilauquén, los 90 hombres y caballos que componían a la fuerza de avanzada liderada por Gómez de Alvarado y Contreras sostuvo la legendaria batalla del valle de Reinohuelén, en el duro invierno de 1536, en la que derrotaron a un numeroso ejército araucano.

Pese a la victoria y a las escasas bajas en sus filas, sus soldados estaban desanimados por el duro clima y la falta de riquezas, por lo que ante el temor de un movimiento rebelde en su contra, el menor de los Alvarado decidió retornar al valle de Aconcagua y reunirse con el resto de la expedición. Para entonces, se había desatado una cruenta guerra entre las tropas seguidoras de Pizarro y las de Almagro, centradas en el dominio del poder colonial y las riquezas obtenidas entre el tesoro de los Incas.

El 8 de abril de 1537, Gómez fue uno de los almagristas que ingresaron en la derrotada Cusco, de la que expulsaron a los pizarristas. Después, tomó parte en la batalla del puente de Abancay, cerca de Cusco (12 de julio de 1537), fue uno de los fundadores de la localidad de Chincha y sufrió seria derrota militar en la batalla de Las Salinas, el 6 de abril de 1538, en la cual tuvo el rol de ser el portaestandarte de Almagro. Capturado con otros cientos de soldados, no aceptó rendir su espada ante un español, sino que se la entregó a un africano esclavo. Todos fueron obligados a presenciar la decapitación post mortem de su jefe Diego de Almagro.

Trasladado como reo hasta Lima, obtuvo el perdón del gobernador y capitán Francisco Pizarro, con la intención de que se pusiera al frente de una tropa expedicionaria y marchara a la sierra central peruana, con la intención de fundar una población española y combatiera los últimos focos de la resistencia quechua opuesta a la conquista de su antiguo y extenso territorio imperial. El 15 de agosto de 1539, en los límites de la urbe incaica de Huánuco Pampa, Gómez de Alvarado y Contreras fundó la efímera ciudad de León de Huánuco, al frente de la cual impuso a los alcaldes Rodrigo Martínez y Diego Carvajal. El nombre del lugar o topónimo hacía referencia a la urbe española de León y, por otra parte, a la palabra quechua huanu, guano, guanaco, relacionada por igual con muerte y podredumbre. En aquellas elevaciones andinas, abundaban las llamas, alpacas y guanacos como animales camélidos de tiro, pero también había amplia presencia de la pestilencia del guano de los murciélagos y vampiros, animales asociados en diferentes culturas prehispánicas con la oscuridad, la muerte y la descomposición o putrefacción.

Aquella población duró poco tiempo, por la hostilidad demostrada por las tropas quechuas. Entre 1540 y 1541, la guerra entre almagristas y pizarristas se incrementó y se llevó al extremo de asesinar al gobernador Pizarro, en una conjura liderada por Diego de Almagro el Mozo, hijo del decapitado capitán y conquistador. Para entonces, es muy probable que Gómez se haya enterado de que su hermano Pedro se había embarcado de nuevo en otra empresa náutica y de exploración, que lo llevó a armar una nueva flota, despoblar de nuevo a la villa de San Salvador y buscar las tierras costeras del casi inexplorado rumbo norte, más allá de Jalisco.

Cuando la corona española decidió intervenir en el enorme lío abierto entre almagristas y pizarristas, Almagro el Mozo y sus seguidores abandonaron Lima y se marcharon hacia la serranía andina. Poco tiempo después, mientras acampaban en Jauja, Gómez de Alvarado y Contreras decidió abandonar aquella empresa absurda y regresar a Lima junto con el párroco Juárez de Carvajal, el fraile Tomás de San Martín, Juan de Saavedra, Diego de Agüero y otros. Tras ser readmitido en el ejército regular con el rango de capitán de caballería, sus pugnas con otros almagristas y pizarristas no cesaron, al punto que se batió en duelos y hasta los enfrentó en el campo de batalla en Chupas, donde el 16 de septiembre de 1542 derrotó a una amplia fuerza seguidora del joven Almagro.

Su estado de salud no era bueno, por lo que después de aquel combate entró en fiebres y falleció a los pocos días en la localidad peruana de Vilcas, cuando rondaba los 60 años. Su cadáver fue trasladado a Huamanga, en cuya iglesia parroquial recibió sepultura. Sus bienes materiales debieron haber sido escasos, pero aun así su sobrino Julián Becerra los reclamó desde Badajoz al Consejo de Indias, que en mayo de 1545 ordenó por carta a la Audiencia de Lima que hiciera lo posible por trasladar aquel legado hasta la Casa de Contratación de Sevilla. Lo más valioso de aquel mortual eran dos caballos.

Desde el siglo XVI, varios cronistas de Indias e historiadores han cometido el error de confundir a Gómez de Alvarado con un homónimo, que también viajó de Guatemala a Quito en la expedición de Pedro de Alvarado y Contreras, de quien se decía era hijo bastardo, nacido en la isla Terceira, en las Azores portuguesas. A ese otro Gómez se le designa muchas veces como el Mozo o el Mancebo. Soldado de la causa pizarrista, falleció en tierras peruanas poco antes de 1550, año en que sus hermanas reclamaron desde Valladolid su herencia de oro, plata y otros valores.

Para cuando Gómez de Alvarado y Contreras falleció, su León de Huánuco ya llevaba casi dos años deshabitada y despojada de su rango de ciudad. Hubo necesidad de dos intentos más para refundarla y asegurar su subsistencia, a varias decenas de kilómetros de su sitio original. El 8 de agosto de 1543, el emperador Carlos I de España y V de Alemania le otorgó el rango administrativo de Muy Noble y Muy Leal Ciudad de los Caballeros de León de Huánuco.

PARA SABER MÁS

-ANÓNIMO. “Relación de las cosas acaescidas (sic) en las alteraciones del Perú…” (Lima, 2003, edición anotada).

-LARRAIN VALDÉS, Gerardo. “Dios, sol y oro: Diego de Almagro y el descubrimiento de Chile” (Santiago de Chile, 1987).

-THOMAS, Hugh. “Quién es quién de los conquistadores” (diccionario, Barcelona, 2001).

-VALLEJO GARCÍA-HEVIA, José María. “Juicio a un conquistador. Pedro de Alvarado: su proceso de residencia en Guatemala, 1536-1538” (Madrid, 2008, dos tomos).

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Carlos Cañas Dinarte
Carlos Cañas Dinarte
Historiador, escritor e investigador salvadoreño, residente en España. Experto en temas centroamericanos, columnista de ContraPunto
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