Septiembre, mes de la patria, independencia…Y automáticamente evocamos 15 de septiembre de 1821. Hablar de la independencia es referirnos a un proceso ubicado dentro entre 1811 a 1821.
Diez años de no cejar en la lucha por obtener la independencia frente a la corona española, la cual desde su “descubrimiento” colonizo todo lo que vio y pudo dentro de los territorios, hoy conocidos como americanos.
El proceso de Independencia es continuo y permanente, el cual sigue vigente desde 1821 hasta nuestros días, lo que le convierte en hechos que pertenecen tanto al presente como al futuro, que si bien alcanzamos la independencia política de España, no la logramos en todos los ámbitos: política, económica, social y cultural por lo tanto continúa, con avances y metas por alcanzar.
Lograr la independencia de una población significa que tanto hombres como mujeres se apropien de ese ideario que sirvió como motor y de sus logros, de lo contrario no se podrá hablar de una independencia para toda la población; sino, se hablara de una independencia para unas cuantas personas, aún y cuando haya participado toda en su consecución.
Reflexionando sobre este proceso y el significado que para nuestros pueblos ha tenido, cuando de pronto me surge otra línea de reflexión, la cual quiero compartir. Es el significado de las relaciones de género en el proceso de colonización e independencia. Pero, ¿nos habremos independizado las mujeres del patriarcado? O continuamos colonizadas desde un patriarcado colonial moderno que muchas veces nos vende la idea de estar “empoderadas” porque contamos con una “independencia económica”, o que hoy en día trabajamos en lo que “queramos” y en poder decidir, hasta donde el patriarcado lo permite.
Es innegable que en el siglo veinte ha tenido cabida a grandes decisiones en Naciones Unidas referentes a la situación y posición de las mujeres en la sociedad, tales como la aprobación de la Carta de las Naciones Unidas, el cual fue el primer instrumento internacional en donde queda establecido el principio de Igualdad de derechos de hombres y mujeres en 1945; pasando por una serie de convenciones, conferencias leyes y otros, hasta la CEDAW y la Conferencia Mundial de la Mujer conocida como Beijing. En ese sentido podríamos decir que desde las Naciones Unidas se ha dado una disputa permanente para alcanzar avances significativos en la vindicación de los derechos de las mujeres. A nivel nacional se cuenta con las dos Leyes, una la de Igualdad, equidad y erradicación de la discriminación contra las mujeres y la Especial integral para una vida libre de violencia para las mujeres.
Sin embargo, considero que esa colonización patriarcal la continuamos viviendo, sintiendo y algunas veces hasta muriendo, sin darnos cuenta, por la opresión que desde nuestros cuerpos se ejerce en nuestras vidas, la cual va se pega en nuestra piel y va a lo más hondo de todo nuestro ser mujer.
A que me refiero, actualmente las mujeres ejercen ciudadanía con ejercer el sufragio y con eso nos damos por satisfechas, no pensamos en la posibilidad de que “la ciudadanía se ejerza en la medida que somos capaces de interrelacionarnos como sujetas, entre nosotras mismas y con los otros, con el Estado, con sectores de la sociedad civil. Esto pasa necesariamente por la politización de lo privado, que tiene que ver con los derechos individuales y la conciencia de la apropiación del propio cuerpo y el acceso al mundo político” como lo sostiene la socióloga Ana Cecilia Escobar.
Por lo que resulta esencial comenzar por construir una ciudadanía diferente desde la niñez, lo que implica brindar a las niñas una educación de calidad con igualdad de condiciones, reconocerla como ciudadana con los mismos derechos de participación y expresión de sus opiniones en la escuela, la familia, la comunidad.
La ciudadanía de las mujeres está en estrecha relación con las condiciones de subordinación en las que nos encontramos. Especialmente este replanteamiento del concepto de ciudadanía sirve para que demandemos la garantía de la indivisibilidad, integralidad y universalidad de los derechos humanos, incluidos los derechos sexuales y reproductivos, y todo lo que ello significa, como un requisito para el desarrollo de las capacidades individuales y de la participación con un cuerpo y una mente descolonizada.