domingo, 12 mayo 2024

China no es una amenaza, es un socio

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Pekí­n – Estados Unidos bajo el pretexto que amenazaba con convertirse en una segunda Cuba, invadió República Dominicana en 1965. El entonces embajador estadounidense en San Salvador, Raúl Castro, se presentó ante el presidente para «ordenarle» que enviara tropas a la isla caribeña para ayudar a disfrazar aquella invasión que estaba siendo condenada mundialmente y dejaba en entre dicho la honorabilidad de EE.UU. El presidente Julio Rivera se negó a intervenir en asuntos internos de un paí­s hermano.

El embajador comenzó a insultarlo y acusarlo de comunista. Todos los cercanos al mandatario salvadoreño se sorprendieron (por el temperamento y complexión fí­sica del presidente) que no se fuera a golpes con el diplomático y solamente se limitara a decirle: que jamás habí­a tenido contacto alguno con comunistas; que era un insolente y que no volviese a poner los pies en CAPRES porque entonces si lo molerí­a a golpes.

Esta es una notable excepcionalidad en la tradicional postura exterior salvadoreña que siempre fue alinearse con la polí­tica exterior estadounidense.

En 2003 El Salvador envió tropas a Iraq. Otra ilegal invasión estadounidense que, justificada por un falso informe de posesión de armas de destrucción masiva, (jamás encontradas) en poder de Sadam Hussein permitió a EE.UU. formar una alianza militar en «apoyo» a la reconstrucción de aquel paí­s.

El presidente Francisco Flores lo vendió ante la opinión pública como una estrategia de polí­tica exterior que colocaba a El Salvador en el mapa mundial pero que en realidad abrió la puerta para –entre otras- aspiraciones personales del ex presidente ser de la mano de George Bush junior secretario general de la OEA.

Intereses aparte en aquella decisión del gobierno Flores imperó el pragmatismo polí­tico del bien mayor: si bien murieron al menos siete soldados salvadoreños aquel apoyo logró el TPS para 190,000 indocumentados que viví­an en la nación del norte igualmente operó una regla muy común en polí­tica exterior que parte de una premisa sencilla: debe privar el interés salvadoreño y la frí­a competición de intereses nacionales cuando de aliarse con alguna potencia se trate. El Salvador se convirtió en el referente de EE.UU. en Centro América.

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Donald Trump ha cambiado las reglas (ya no existen) de juego diplomático con los tradicionales aliados estadounidenses.

Si bien Barak Obama cuando se refiere al actual presidente de EE.UU. lo define como un «punto y coma» en la historia democrática de aquel paí­s está claro que su lenguaje racista y bélico amenaza con dejar huella en el discurso polí­tico del norte y esto obliga al sur igualmente a no quedarnos callados ante las tropelí­as polí­ticas del trumpismo.

El primer cambio es comenzar desmontando la falacia ad verecundiam (la propagación del terror a China) incluyendo en el análisis y discurso la diferenciación entre polí­ticos y pueblo estadounidense.

Lo segundo, entender (si es posible) a Donald Trump. Este exige tres cosas a Latinoamérica: que las elites de paí­ses productores y tránsito de droga, la detengan, esto porque las muertes por sobre dosis en EE.UU. son alarmantes. Que retengan de cualquier forma a nuestros ciudadanos y que eliminen la complicidad nacional en promover la migración hacia su paí­s y, que, detengan el avance de China Popular en el continente.

La administración Trump pasa o pretende ignorar el realismo polí­tico que prevalece en el mundo de la geopolí­tica y relaciones internacionales. Como ya lo demostró la inventada invasión a Iraq ese y no otro es el escenario natural donde se mueven los paí­ses. Pecan de ignorantes o ingenuos provincianos los nacional-populistas estadounidenses si creen que ví­a humillación racista o infundir miedos contra China lograran alinear a Latinoamérica.   

Es una corriente en nuestros paí­ses: renunciar a anteponer la ideologí­a por los intereses nacionales, incluso debemos dejar (como pretende con sus declaraciones la embajadora Jane Manes) de difundir la falacia del falso dilema de que estamos con EE.UU. o con China. Debemos estar con los dos.  

Corolario:

Nuestro paí­s jamás ha creado una posición internacional. Quizá sea debido que luego de Gustavo Guerrero (1876-1958) no hemos vuelto a poseer un diplomático de amplio backgraund que hubiera creado escuela y desarrollado expertos en Derecho Internacional (y si existen) que hayan podido influir en los gobiernos contemporáneos para tener una postura internacional que nos haga un actor de respeto en la arena internacional.

Trump nos orina y quiere que digamos que llueve. No nos pueden exigir a un Estado débil controlado por narcos, pandilleros y polí­ticos corruptos como el nuestro que rechacemos a cambio de nada las ofertas de otros inversores cuando la actual administración de Estados Unidos no solo da la espalda (cancelando el TPS o arrestando niños salvadoreños) y desprecia (llamándonos hoyo de mierda) a un tradicional aliado.

China ofrece comercio, inversión y cooperación financiera en rubros amplios: energí­a; infraestructura; agricultura; manufactura; ciencia y tecnologí­a; informática y estos negocios o desarrollo pueden ser realizados no solo por medio del gobierno sino que también a través del sector privado y la sociedad civil.

No están exportando comunismo, es reactivación económica nacional para poder hacer negocios en igualdad de beneficios y un gran mercado lo que representa para El Salvador la oportunidad china.

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Marvin Aguilar
Marvin Aguilar
Analista político, historiador, colaborador y columnista de ContraPunto
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