jueves, 25 abril 2024
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(At) Agua pura en la memoria histórica de Cuzcatlán

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Las grandes civilizaciones se asentaron a las orillas de los grandes rí­os (El Tigris, el Indo, el Ebro, el Ganges, El Nilo, Yang Tsé) porque el agua es vida, desarrollo y prosperidad para los pueblos. La sociedad nahua – pipil de Cuzcatlán floreció armónicamente junto a afluentes de aguas cristalinas y subterráneas, ellos nombraban a este valioso elemento de la naturaleza: At, que es agua. Los grandes caudillos pipiles llevaban en sus nombres el sí­mbolo de la vida: Atlacatl o Atágat señor de las aguas y Atonal el prí­ncipe Sol de agua. En el siglo XVI los conquistadores españoles tení­an una gran preocupación, encontrar fuentes de agua dulce. Caballos y hombres necesitaban del vital lí­quido para sobrevivir en el inclemente sol canicular y las selvas espesas antes de llegar a los núcleos indianos. Según los relatos de los cronistas como Bernal Dí­az del Castillo los conquistadores y sus aliados encontraron “Fuentes de aguas boní­simas” (como ellos decí­an), encontraron a su paso afluentes de aguas puras como el Zentzunapan (o rio de los muchos afluentes o donde convergen muchas aguas) que bajaban de la sierra y se filtraba en las piedras volcánicas proporcionando agua fresca y saludable. También cisternas naturales convertidas en lagunas o apazcos, caudalosos rí­os como el Atcelcuate o Acelhuate (afluente de cañas y aguas gemelas) provenientes de las montañas del Soyatepec y que pasando por el calor del magma del Amatepec (San Jacinto) se transformaban en auténticas aguas termales. Lugar de ritos religiosos y de gran estima medicinal por las sociedades nahuas. Los frailes dominicos tuvieron mucho aprecio a estas aguas calientes pero muy medicinales. El San Salvador colonial pudo gozar de las bondades del agua pura, en el Siglo XIX el cientí­fico y diplomático estadounidense Ephraim Squier describe la cosmopolita San Salvador con su respectivo acueducto quizás parecido al Acueducto de Pí­nula de Guatemala, sin embargo los continuos sismos sufridos en la ciudad el acueducto sansalvadoreño quedó inhabilitado o destruido, serí­a una buena tarea histórica conocer donde estuvo ubicado. Las clases altas de San Salvador como las eclesiásticas gozaban de los recreativos baños en las cristalinas aguas del Acelhuate, incluso los próceres de nuestra independencia.

En mis épocas colegiales, en el Externado San José, durante la década del 90 pude ver vivo el afluente Tutunichapa (Tutuni: Pájaros; Chapa: rí­o. Rio de muchos pájaros) junto a mi compañero Ricardo Pérez León (biólogo radicado en Costa Rica)el rí­o que se miraba serpentear puro en lo que hoy se conoce como Pricemart y la octava etapa de Metrocentro , donde muchos torogoces o talapos revoloteaban en su fresco andar. Hoy eso podrí­a ser hasta leyenda. La realidad acuí­fera en San Salvador es deplorable, irracional, egoí­sta, destructiva. No hay respeto por lo que tanto veneraron las antiguas sociedades nahua pipiles. Dicha realidad es nuestra propia autodestrucción, que bueno recordarlo en el Dí­a internacional del Agua.

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Carlos F. Imendia
Carlos F. Imendia
Comunicador, publicista y mercadólogo salvadoreño; columnista y colaborador de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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