viernes, 26 abril 2024
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A derrotar la peste

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La pandemia de la Covid-19 no concluye, pero se comienza a avanzar en el camino de su superación con la llegada de las vacunas. Hay quienes creen en estas, hay quienes no. A ver qué le depara el futuro a la humanidad. Algo parecido pasa en nuestro país. Estamos al final de la peste electorera en la que ha estado sumido, lamentablemente, desde la campaña proselitista adelantada para los comicios de hace dos años. Al menos eso espero, aunque no estoy tan seguro pues en tres años habrá que acudir nuevamente a las urnas y ‒siempre lo he dicho‒ la propaganda para esas votaciones arrancará cuando se declaren firmes los resultados de las recién consumadas. Es la “normalidad” nacional a la que, irremediablemente, regresaremos y en la que siempre ha tenido un sitio privilegiado la impunidad que favorece a los grupos de poder visibles y ocultos.

A esa última faceta de la referida “normalidad” guanaca es a la que, desde Víctimas Demandantes (VIDAS), nos negamos a regresar. Por ello, estamos y continuaremos estando en pie de lucha para sortearla vacunando a quien sea necesario con nuestros reclamos de verdad, justicia y reparación integral. Entre los organismos contagiados hasta el tuétano al cual urge inyectarle doble o triple dosis está, sin duda, la Asamblea Legislativa ahora que una de las partes que hicieron la guerra y se cobijaron con la cochina colcha de la amnistía apenas tendrá una minúscula representación; la otra, me atrevo a pensar, navegará siendo acomodaticia e inofensiva.

La institucionalidad que ambas pactaron mientras todavía permanecían combatiendo, o no la repararon bien o no la construyeron como se esperaba. Así la recibió Nayib Bukele, quien ha desnaturalizado aún más las piezas que hasta ahora ha podido; lastimoso ejemplo de ello es el caso de la Policía Nacional Civil. Por eso, a pocas semanas de cumplirse 31 años del día en que firmaran el Gobierno y la guerrilla de la época el Acuerdo de Ginebra, VIDAS propone rescatar esa “hoja de ruta” que casi nadie conoce y que es la esencia de un fallido proceso de pacificación. Siempre insistiré: el único compromiso que cumplieron los signatarios del mismo, fue el de terminar la guerra por la vía política en el más corto plazo posible. Se podría decir que lo hicieron bastante bien, por no decir del todo bien. Pero el resto…

No contribuyeron a democratizar en serio y a fondo el país ni a garantizar el respeto irrestricto de los derechos humanos; mucho menos a lograr que la sociedad salvadoreña se conciliara. No lo hicieron; al contrario, dinamitaron las posibilidades de convertir a El Salvador en un país normal. Ese al que Lanssiers describe, entre muchas linduras que escribió, como aquel “donde la justicia sea personalizada y se transmute en equidad, donde el verdugo no sea considerado como el garante de la civilización”.

Hoy es la hora, pues, de las víctimas que desde antes del fin del conflicto bélico han esperado respuesta a sus demandas de justicia por las atrocidades que sufrieron antes y durante el mismo; justicia que no han obtenido ni en conjunto ni mucho menos personalizada. Es su hora porque ya no tienen ningún peso específico en el tinglado político los dos partidos que, a su conveniencia, siempre le dieron la espalda a esos reclamos; pero, sobre todo, es su hora porque ya no pinta para nada el partido que se llenaba la boca asegurando estar comprometido con el dolor de aquellas y pretendió erigirse como el abanderado de esa causa.

“¿Quién dijo que todo está perdido?”, nos interpela Fito. Y yo respondo que ahora ‒como siempre‒ vamos a ofrecer nuestros corazones, nuestras almas y vidas. Habrá que seguir en esa entrega para lograr lo que buscamos. ¿Ahora será más fácil porque ya no están ese par de estorbos en el camino? ¿Quién sabe? En lo personal, pienso que no; ojalá me equivoque. Pero viendo el proceder de Bukele, me surgen enormes aprensiones; sinceramente, no creo que la próxima legislatura coloreada de celeste esté en condiciones de cumplirle a las víctimas de graves violaciones de derechos humanos, crímenes de guerra y delitos contra la humanidad.

¿Por qué desconfiar? Hay dos razones principales. La primera: fuera del muro del cuartel que mandó pintar hace más de un año, no ha hecho nada más; al revés: se negó a entregar archivos militares requeridos judicialmente, vetó la ley de reconciliación que aprobaron en febrero del 2020 pero no formuló una acorde a los estándares establecidos por la Sala de lo Constitucional y además afirmó que la guerra ‒esa que produjo tantas víctimas de ambos bandos‒ era una farsa. La segunda razón: nadie entre su gente que ocupará una curul el próximo 1 de mayo propuso nada al respecto durante la campaña. Claro, solo cumplirán los dictados de su líder.

Pero, dicen, que “el que quiera azul celeste que le cueste”. Así que a seguir batallando, ahora sin “falsos profetas”. Las víctimas de algún atropello a cualquier derecho en cualquier tiempo y por cualquier responsable, somos más en este país. Seamos, además, ¡decididas  y firmes demandantes!

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Benjamín Cuéllar Martínez
Benjamín Cuéllar Martínez
Salvadoreño. Fundador del Laboratorio de Investigación y Acción Social contra la Impunidad, así como de Víctimas Demandantes (VIDAS). Columnista de ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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