NUEVA YORK.- Este mes se celebra el 75o aniversario de la firma del acuerdo de Bretton Woods, que creó el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Para el FMI también es el inicio del proceso de selección de un nuevo director gerente que suceda a Christine Largarde, quien ha renunciado al ser nominada para la presidencia del Banco Central Europeo. No hay un mejor momento para volver a pensar el rol que desempeña el FMI en el mundo.
El papel más importante que ha jugado el FMI a lo largo de su historia ha sido el de ofrecer apoyo financiero a los países durante las crisis de balanza de pagos. Pero la condicionalidad asociada a los programas correspondientes ha sido objeto de mucha controversia. En particular, las políticas que el FMI exigió a los países latinoamericanos durante la década de 1980 y a Europa Oriental y Asia Oriental durante la de los 1990 terminaron por crear un estigma a los programas del Fondo que perdura hasta nuestros días.
Se puede argí¼ir que los efectos recesivos de los programas del FMI son menos dañinos que los ajustes que debían enfrentar los países bajo el patrón oro que precedió al sistema de Bretton Woods. No obstante, el próximo director gerente debe continuar con la revisión y simplificación de la condicionalidad, como se hizo en 2002 y 2009.
El FMI ha hecho también contribuciones importantes a la cooperación macroeconómica global. Este papel ha sido particularmente importante durante períodos de turbulencia, entre ellos en los años 1970, tras el abandono del sistema de tasas de cambio fijo establecido en Bretton Woods, y en 2007-2009 durante la crisis financiera global. (El FMI también lideró el proceso de desmonetización del oro en las décadas de 1970 y 1980).
Pero, crecientemente el FMI ha sido relegado a un papel secundario en la cooperación macroeconómica, que ha sido liderada por agrupaciones ad hoc de las principales economías ““el G10, el G7 y más recientemente del G20″”, las cuales han contado de todas maneras con el apoyo indispensable del Fondo a través de sus análisis de las condiciones económicas mundiales. El FMI y no los “Gs” deben servir como el foro principal para la coordinación internacional de las políticas macroeconómicas.
Al mismo tiempo, el FMI debe promover la creación de nuevos mecanismos de cooperación monetaria, entre ellos los fondos de reservas regionales e interregionales. De hecho, el FMI del futuro debe ser el centro de una red de fondos monetarios. Esa malla institucional sería la base de lo que se ha venido a denominar la “red de seguridad financiera global” en las discusiones recientes sobre el sistema monetario internacional.
Es importante reconocer además el manejo prudente de los flujos internacionales de capital por parte del FMI. El acuerdo de Bretton Woods exigió que los países redujeran gradualmente sus controles a los pagos asociados al comercio y otras transacciones corrientes, pero no a los flujos de capital. El intento que obligar a los países a liberalizar sus cuentas de capitales fue derrotado en 1997. Y desde la crisis financiera global, el FMI ha recomendado que el uso de algunas regulaciones a los flujos de capital como instrumentos “macroprudenciales” para manejar los auges y colapsos del financiamiento externo.
Sin embargo, no todas las iniciativas importantes del FMI han tenido el impacto deseable. Entre ellas se cuenta la creación, en 1969, de los Derechos Especiales de Giro, la única moneda realmente mundial. Aunque las asignaciones de DEG han jugado un papel importante en la creación de liquidez internacional durante grandes crisis, incluida la de 2009, como complemento de las reservas internacionales de los países, ha permanecido como un instrumento de cooperación subutilizado.
El FMI debe usar mucho más activamente los DEG, especialmente para financiar sus propios programas de crédito, tratando los DEG no utilizados por los países como “depósitos” en la institución que proporcionan los recursos para los préstamos a los países. Esto sería particularmente importante cuando hay un aumento fuerte en la demanda de los recursos del Fondo, permitiéndole que “imprima dinero”, de manera similar a lo que hacen los bancos centrales durante las crisis, pero a nivel internacional.
Esto debe estar acompañado de la creación de nuevos instrumentos de crédito, complementando el proceso de reforma de las líneas de préstamo que se adoptó después de la crisis financiera global. Como lo propusieron el año pasado los funcionarios del FMI, así como el Grupo de Expertos sobre Gobernabilidad Financiera Global del G20, el Fondo debe crear un sistema de canjes de monedas (swaps) para el financiamiento de corto plazo durante las crisis. Los bancos centrales de los países desarrollados usan con frecuencia este instrumento, pero marginan generalmente a las economías emergentes y en desarrollo de los acuerdos correspondientes.
Hay otras iniciativas del FMI que han fracasado totalmente, En particular, en 2001-2003 se intentó crear un mecanismo para la reestructuración de las deudas soberanas, pero las negociaciones colapsaron por la oposición de Estados Unidos y algunas importantes economías emergentes.
Sin duda, el FMI ha hecho importantes contribuciones al manejo de las crisis de deudas soberanas, especialmente mediante sus análisis sobre la capacidad de los países en crisis de pagar sus deudas, y la recomendación de que sean reestructuradas cuando son insostenibles. Pero la creación de un mecanismo institucional de reestructuración de deudas soberanas es esencial y debe estar nuevamente en la agenda.
Finalmente, el FMI necesita unas reformas ambiciosas en su gobernabilidad. La más importante es persistir en la línea de la reforma de 2010, que se hizo efectiva solo en 2016, orientada a reconocer el peso creciente de las economías emergentes y en desarrollo en las cuotas y poder de voto en la institución. En ese mismo sentido, el FMI debe terminar con la práctica de elegir siempre a ciudadanos europeos como directores gerentes, así como el Banco Mundial debe permitir la elección de ciudadanos de fuera de Estados Unidos en su presidencia.
La salida de Lagarde es una oportunidad de oro para orientar al FMI hacia un futuro más efectivo e incluyente. Aprovechar esta oportunidad es más importante que dar simplemente la bienvenida a una nueva cabeza de la institución.
José Antonio Ocampo es miembro de la Junta Directiva del Banco de la República, el banco central de Colombia, profesor de la Universidad de Columbia y Presidente del Comité de Políticas de Desarrollo de la ONU. Ha sido Ministro de Hacienda de Colombia y Secretario General Ajunto de la ONU para Asuntos Económicos y Sociales. Es autor del libro Resetting the International Monetary (Non)System, y coautor (con Luis Bértola) del Desarrollo Económico de América Latina desde la Independencia.
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