Recién recibimos en el periódico una nota sobre la deportación de una salvadoreña, residente en Virginia desde hace más de 10 años y con dos hijos nacidos en territorio norteamericano.
Hasta el gobernador de Virginia, Terry McAuliffe, le perdonó una infracción de tráfico, lo que significó un indulto para evitar su deportación, pero aun así la mujer, con dos hijos nacidos en suelo estadounidense (se supone que por eso la protegen leyes), fue enviada de regreso a El Salvador.
Residente en Falls Church, Virginia, Liliana Cruz Méndez fue deportada pese a que su alegato para haber logrado residir en Virginia fue que había sido víctima de la violencia en su tierra natal.
La noticia se ha regado por el mundo a través de la Agencia de Prensa (AP), el diario The Washington Post y las redes sociales, que indican que “miles de inmigrantes deportados durante el gobierno del presidente Donald Trump no tienen antecedentes penales“.
Esto lo que indica que en su imaginario racial Trump no amaga. Sus funcionarios le endulzaron los oídos a líderes políticos y empresariales de Centroamérica en la Cumbre de Miami, pero al mandatario le vale y no amaga: el deportará a maras y no maras; deportará a vagos y a trabajadores… al que le ronque la gana.
Pero aquí nos han venido a “dorar la píldora” (bien venenosa, por ciento) de que EEUU tiene todo la intención de ayudarnos…
No sé, pero en lo que a mí respecta, siento pena ajena por nuestro liderazgo político-empresarial por su falta de dignidad y de patriotismo frente a Washington. ¿Será ingenuidad?
Me pregunto si el fin del TPS para los haitianos se debe a que son negros? Pero para los racistas, negro, indio, morro o chino, es igual.
Dejémonos de creer las serpientes encantadas. Ya la orden de deportar está dada y lo que tenemos que hacer es lo que patrióticamente corresponde. Preparar el terreno para recibir a nuestros miles de deportados y arreglar las cosas en el país para que el grave problema no sea catastrófico.