Por Carlos Francisco Imendia
Una mujer se levanta de madrugada, aun su habitación está en penumbra, la noche no se ha ido, pero los primeros reflejos del sol comienzan a encender la atmosfera, en el guacalón azul está el maíz alcalinizado, listo para ir al molino cercano, los gallos cantan, y la aurora en el árbol vigila, sólo se puede enjugar la cara y peinarse un poco, pero debe ir de prisa porque el molino se llena de las tortilleras de la zona, sale de su casa a la calle, mientras ajusta el yagual y acomoda el guacal en su cabeza, los perros comienzas a ladrar y a menear la cola, en el firmamento observa el Nixtamalero (Venus) , aun el alumbrado eléctrico no se ha apagado, los chontes y zanates empiezan a despertar, los murciélagos buscan los huecos para descansar.
También la gente que trota en la accidentada acera, entre la frescura matutina cuando ya pasan los primeros buses con personas que se dirigen a sus trabajos. La mujer llega al ruidoso molino y ya está lleno, y sin pensarlo se adentra en un ritual solar, de muchos siglos por el que se sostuvo por mucho tiempo la sociedad nahua de Cuzcatlán, el culto a Venus Diurno, como en tiempos primitivos en el Valle de Xilomen. La estrella que salía en medio de las milpas agitadas por la brisa, que en aquel entonces se celebraban con danzas y canticos e incienso, la victoria de Venus sobre los demás astros que se apagaban con el sol asomándose.
Y en Cuzcatlán la serpiente emplumada desciende del Amatepec (Cerro de San Jacinto) o cerro de la mañana, hasta el Acelhuate y purifica el valle de Quetzal –coatl- titán, mientras sus plazas y teocales hay regocijo y se reparte chicha, semillas de calabaza y maíz. El cerro de San Jacinto ve al naciente Tunal (SOL) (emerger en Chichontepec) y pronto a devorar a sus enemigos del inframundo (todos los animales de la noche) y a la serpiente que lo devoró en el ocaso, y nuevamente da inicio el ciclo cósmico y su relación con el maíz.
Mientras tanto en el molino la masa está lista para la joven mujer, que se la lleva a su casa balanceada en su cabeza, en el mismo guacalón azul. Se pierde en los callejones de la ciudad seudo-moderna, cuidando de no caer, ni ser atropellada, como ya ha sucedido con anterioridad, solo falta que mover una bardita con astucia para entrar al hogar y bajar el guacal, mientras la plancha está encendida, son las 8 de la mañana y la faena comienza, tres mujeres comienzan a tortear las trecientas tortillas, entre humo y calor, en el mismo ritual de Venus en el pasado, ellas sin saber, lo siguen haciendo. Ya las once han dado, mientras ordenan los pantes en el mismo guacal, para repartir, sigue subsistiendo el antiguo ritual nahua, tortillas en la mesa, alimento de generaciones y Venus Diurno.