jueves, 12 diciembre 2024
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Tlatelolco, un fenómeno sangriento y perturbador en México 68

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En 1968 México era un paí­s expectante y animado por las olimpiadas en la que sus estructuras deportivas y artí­sticas eran vestidas de lujo, calles y avenidas de la ciudad se remozaban, pero subterráneamente se tejí­a una ola de protestas que concluirí­an en la Masacre de Tlatelolco.

La ciudad era una algarabí­a por los Juegos en los que el gobierno invirtió 502 millones de dólares –los más baratos entre 1964 y 1988-, y mostraba una capital flamante para recibir visitantes de todo el mundo.

La actividad cultural se masificaba a través del cine, la televisión y la radio, apoyada por los diarios que destacaban las producciones cinematográficas, el teatro y la discografí­a de la música juvenil, generalmente covers del rock y otros ritmos que llegaban del norte o de Inglaterra, pero calladamente se montaba una generación de cantores.

Los grupos, contagiados por el movimiento musical en Estados Unidos, fueron el sí­mbolo del rompimiento generacional que dividió al México revolucionario del moderno.

Pero por las protestas callejeras que se iniciaron a finales de julio en la capital mexicana, el Comité Olí­mpico Internacional (COI) amenazó suspender los juegos en un año histórico para el movimiento de la juventud y en medio de una ebullición polí­tica mundial.

El COI decidió unos años antes que los juegos fueran en México, justo cuando la Guerra Frí­a entre Estados Unidos y la Unión Soviética estaba en apogeo, porque el paí­s latinoamericano habí­a mostrado bastante independencia en torno al poder de ambas potencias.

El Mayo Francés, la Primavera de Praga, las protestas en Brasil y luchas revolucionarias en América Latina y el mundo, así­ como el “Verano de Amor” en San Francisco -cuando nacieron los hippies-, y el disgusto masivo contra la Guerra de Vietnam o el racismo en Estados Unidos, alimentaron la rebeldí­a de los jóvenes, aunque no fueron los detonantes de la violencia en México en 1968, según analistas.

La Olimpiada Cultural

Ariel Rodrí­guez Kuri, historiador, profesor e investigador del Colegio de México dijo en un artí­culo en la revista Nexos que los Juegos Olí­mpicos y el movimiento estudiantil fueron dos procesos complementarios. El gobierno logró la adaptación de los espacios deportivos y culturales, y “los jóvenes pusieron en el centro sus demandas y ejercieron sus libertades”.

Eran tiempos difí­ciles en el mundo, de exasperación y dolorosos, pero México se apropió de la cuestión y de toda esa realidad angustiante, de protestas estudiantiles, de violencia, deporte, arte y cultura, lo que Kuri llama “de los lí­mites y alcances de una década”.

Y en medio de todo el rock mexicano destacaba, aunque influenciado por las disqueras que les imponí­an a las bandas y solistas un pop con covers para el consumo, pero en la clandestinidad se gestaba otro movimiento que no llegaba a los grandes medios, aunque también influenciado por el movimiento mundial pero buscaba su propia expresión.

Por esos dí­as se dio la eclosión de grupos en Guadalajara y Tijuana, ésta última la tierra de origen del rock chicano y donde surgió Carlos Santana, con un sonido más áspero y fuera del medio discográfico que retomaron la vena de rebeldí­a.

Las manifestaciones sociales de esos años que se dieron de forma global, se incorporaron al rock: la música de protesta, los hippies, el movimiento beat y el existencialismo en pleno; era una juventud que crecí­a con nuevos patrones.

También es cierto que esos Juegos fueron un momento muy alto en la cultura Mexicana y a la par se organizó una olimpiada con grandes representantes del arte y la cultura mundial.

En 1968 se presentaron el Ballet Bolshoi, la cantante de jazz Ella Fitzgerald, Maurice Chevalier, Duke Ellington, la Ópera de Berlí­n, el Ballet de la Ópera del Rhin y el Ballet de Senegal, entre otros. El Palacio de Bellas Artes estuvo lleno todo el año, según los recuentos de la época.

Kuri aseguró que la ciudad de México se convirtió en “un museo del universo”.

La Masacre de Tlatelolco

50 años después se reconoció que "La masacre de Tlatelolco, acaecida la tarde del 2 de octubre de 1968 (…) constituye un episodio histórico en el cual el Estado mexicano mostró su rostro más autoritario al silenciar las voces de la movilización ciudadana", concluyó Jaime Rochí­n, jefe de la estatal Comisión Ejecutiva de Atención a Ví­ctimas de México.

Y también se reconoció el grito de protesta en las calles de México con una exposición de carteles con los que el movimiento estudiantil agitó la vida polí­tica y cultural del paí­s hasta que fue brutalmente reprimido por el gobierno de Gustavo Dí­az Ordaz. La muestra se montó en el museo de la Universidad Nacional Autónoma (UNAM).

La matanza fue cubierta con un oscuro manto del olvido, pero hoy se reescribe masificando la memoria colectiva.

La noche del 2 de octubre de 1968 una masiva protesta finalizaba en una concentración pací­fica en la Plaza de las Tres Culturas -10 dí­as antes de que iniciaran los XIX Juegos Olí­mpicos-, fue entonces que el ejército, policí­as y paramilitares arremetieron violentamente y causaron unos 300 muertos, 700 heridos y 5,000 capturados, según la Comisión de la Verdad.

Muchos de los capturados están aún desaparecidos y la matanza sigue en la impunidad.

Esa noche trágica lí­deres del Consejo Nacional de Huelga encabezaban la protesta, después de que desde fines de julio se enfrentaban en las calles y desde las universidades al gobierno autoritario, que dos semanas antes envió al ejército a la UNAM para reprimir y capturar estudiantes, violando la autonomí­a universitaria con la justificación de que en el campus estaba el estadio olí­mpico en que se inaugurarí­an los juegos.

Casi al final de los discursos un helicóptero que sobrevolaba la zona lanzó bengalas de colores rojas y verdes sobre la plaza, era la señal para que militares y policí­as atacaran a mansalva a los manifestantes, que sorprendidos trataban de huir por los únicos dos accesos a la plaza. Muchos vecinos de los edificios alrededor fueron testigos y declararon su estupor por la acción.

Según las investigaciones la matanza fue organizada por las fuerzas armadas y participaron policí­as de la Dirección Federal de Seguridad y agentes del parapolicial Batallón Olimpia o “Brigada Blanca”, quienes de civil se infiltraron en la multitud portando un guante blanco en la mano izquierda.

El gobierno de Dí­az Ordaz aceptó entre 20 y 28 muertes, y un año después dijo que era el responsable de todo lo ocurrido en su gobierno, pero nunca dijo que la matanza la cometieron fuerzas gubernamentales.

Antecedentes de la Masacre y el rock de los 60

La huelga ferrocarrilera de 1958 o el triunfo de la revolución cubana el 1 de enero de 1959, de acuerdo al documental “Dí­az Ordaz y el 68”, son los antecedentes a la matanza de 1968 cuando a fines de julio estudiantes de la juventud comunista expresaron su apoyo a Cuba y se enfrentaron con otros jóvenes; y ése fue el argumento para la represión oficial.

El paro de 1959 fue decisivo en la historia de los movimientos sociales mexicanos, ya que hubo huelgas de electricistas, telegrafistas, maestros, campesinos y otros sectores.

En 1964 y 1965 hubo huelgas de los medicos, en 1966 estudiantes y ciudadanos de Morelia coincidieron en un movimiento en contra del alza en las tarifas del transporte público y una manifestación fue disuelta a balazos en la que murió un estudiante. En 1967 estudiantes en Sonora realizaron otra protesta que terminó con la ocupación de la Universidad del Estado.

El “Juego politico no es Olí­mpico”, decí­an los estudiantes en sus protestas de 1968 mientras entonaban canciones de la Guerra Civil Española. Dí­az Ordaz sostuvo que “hemos sido tolerantes pero todo tiene su lí­mite”; y la amenaza se cumplió sangrientamente.

Mientras el ambiente social se volví­a tóxico, los jóvenes rockeros se moví­an en el bajo mundo, el de los barrios, bares y cafés, el de sitios clandestinos para dar a conocer su música y cuyas convocatorias para los conciertos, como los de la manifestaciones, eran de viva voz, en hojas de papel sueltas y de avisos que no llegaban a los medios.

Entre esos estaba el joven músico tijuanense Javier Bátiz, quien se estacionó en la capital en busca de un mejor futuro. Fue maestro de rockeros como Carlos Santana, Alex Lora y Fito de la Parra –de la banda estadounidense Canned Heat-.

Bátiz –hoy de 74 años- es un guitarrista reconocido como el padre del rock mexicano, fundó en 1957 en su ciudad natal el grupo LOS TJ’S que recogió influencias de la música negra, el blues y R&B de gente como Muddy Waters, Chuck Berry, B.B. King y James Brown, entre otros.

En 1964 Bátiz representó a la generación existencialista de rockeros mexicanos, iniciando lo que algunos cronistas llaman “el primer movimiento de rock auténtico” en México.

En 1968 surgió “Three Souls in my Mind” o Tres almas en mi mente, la agrupación rockera previa a la banda “El Tri” de Alex Lora, otro reconocido músico y vocalista rebelde.

En la ola de represión posterior al festival Avándaro de 1971 Three Souls se acerca a sus raí­ces urbanas y Lora con Carlos Hauptvogel escriben canciones que reflejan lo cotidiano de los habitantes de la capital y lanzan crí­ticas a la brutalidad policial y la corrupción polí­tica.

Los temas de esas bandas subterráneas no llegan a la radio ni a la televisión, pero logran una inmensa popularidad presentándose en lugares clandestinos conocidos como "hoyos funkies", famosos en los 70.

El rock mexicano, en inglés y español, tuvo que refugiarse en las zonas pobres de la ciudad, en lugares acondicionados precariamente para realizar conciertos, que despertaban suspicacia y el temor de nuevas revueltas como la acontecida en la Ciudad de México en el movimiento de 1968. Pese a esta opresión hubo bandas que dieron continuidad al movimiento.

La protesta que comenzó la ola de represión que finalizó con la Masacre de Tlatelolco, fue iniciada como el derecho al ejercicio a las libertades de reunión, de manifestación pública y exigecias al gobierno, y en ningún momento parece haber sido un fenómeno contracultural o de la agenda mundial contra el desarme nuclear o contra la Guerra en Vietnam, según concluyó el historiador Ariel Rodrí­guez Kuri.

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Documentos consultados: Revista Nexos “La Otra Visión” de Ariel Rodrí­guez Kuri –Septiembre 2018-; Documental “Dí­az Ordaz y el 68”, Netflix; Historia del rock mexicano, Resolución de la Comisión Ejecutiva de Atención a Ví­ctimas de México y Exposición de Carteles en el museo de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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Alberto Barrera
Alberto Barrera
Periodista y columnista ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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