Por Álvaro Rivera Larios.
Imaginen ustedes que el año próximo, de forma imprevista, la oposición derrota en las urnas a Nayib Bukele. Aventurando cuáles serían las primeras medidas que adopte el nuevo gobierno constitucionalista ¿Creen ustedes que pondrá de golpe en libertad a los 10,000 inocentes y a los 50,000 presuntos mareros que pueblan las cárceles impuestas por Nayib Bukele? Si fueron encarcelados por una dictadura, lo más lógico sería que un gobierno democrático hiciera eso, pero ¿Lo haría de forma inmediata o contaría despacio hasta cien antes de hacerlo?
Imaginen ustedes que las fuerzas constitucionalistas también controlasen la alcaldía de San Salvador. Entre sus primeras decisiones quizá estaría el devolver las aceras que rodean la iglesia del Calvario a los vendedores ambulantes. Y lo mismo se hará en todas aquellas zonas del centro histórico de San Salvador de las cuales fue desalojada la venta informal.
Dado su enorme costo económico, el nuevo gobierno y la nueva alcaldía abandonarían el proyecto de restauración y embellecimiento del centro histórico de San Salvador. Para megalómano, Bukele. Las nuevas autoridades serán austeras y de ninguna forma emplearán la inauguración de obras públicas o el reordenamiento urbano como forma de propaganda política.
Otra cosa, esa biblioteca faraónica construida para mayor gloría del líder –ese exceso arquitectónico que tanto desentona con el conjunto del centro histórico, ese gasto inútil en un país donde nadie lee– será reconvertida en sede ministerial.
Y desde luego, cesarían esos vastos y teatrales operativos que monta el ejército rodeando colonias enteras para capturar a diez mareros. Con un nuevo gobierno democrático y constitucionalista, el ejército abandonará sus funciones policiales retornando a los cuarteles. Por imperativo legal y razones éticas, tendríamos a 50,000 mareros en la calle, a los militares encuartelados y al centro de San Salvador abandonado como en los viejos tiempos.
El juego de las suposiciones, perteneciente a la imaginación, nos pone en aprietos al encararnos frente a lo que hay y frente a lo posible. Aunque después de Bukele se abran maneras distintas de hacer política, de ciertos errores suyos no será factible desembarazarse pronto (salvo que se hagan falsas promesas) y ciertas obras suyas probablemente quedarán como una herencia entre sus adversarios, aunque se repudien los procedimientos con que se han logrado.
Supongamos que después del derrumbe histórico de Arena y el Frente, la oposición se explica su crisis y pone en movimiento las herramientas teóricas y políticas para salir de ella y recuperar sus más que maltrechos puentes con la ciudadanía.