Por José Arnoldo Sermeño Lima.
El gobierno nicaragüense informó que el expresidente Mauricio Funes falleció el 21 de enero último en ese país, donde se había asilado dado que en El Salvador tenía cargos por desfalcar al erario público. En esa misma fecha, solo que de 2013, en Contrapunto publicamos reminiscencias del líder del partido que llevó a Funes al poder: Schafik Jorge Hándal, quien falleció el 24 de enero de 2006. Esta es una actualización de dicho artículo.
Al acercarse el aniversario de su muerte quiero recordarle como humano, que se equivocaba. No por dañarle, sino para señalar a sus supuestos leales que sólo era un hombre honrado –no un semidiós, como casi dicen sus panegiristas-, que trataba de usar la ciencia política para transformar la sociedad. Y la ciencia avanza por aproximaciones sucesivas…
Nunca fui miembro del PCS, pero conocí a Schafik por mi amistad con Roberto y Florencia Castellanos, ambos ya fallecidos. El primero -atleta olímpico- fue asesinado salvajemente junto a su esposa danesa, Anette Mathiessen, en febrero de 1980. Ellos fueron unas de las tantas víctimas de la represión que ejerció la junta de gobierno que el 15 de octubre previo había derrocado al presidente Carlos Humberto Romero, aduciendo -justamente- que él había ejercido una cruenta represión durante su mandato. Florencia y Roberto eran hijos de Rosita Braña y otro líder de ese partido: Raúl Castellanos. Nuestro grupo de amigos había sido “adoptado” por Rosita por nuestra cercanía con sus hijos; mientras Raúl permanecía más distante, pero nos permitía departir con Schafick cuando les visitaba.
En aquella época Schafik era poco menos que diabólico para la prensa del país conservador en el que crecíamos. En persona impresionaba por hablar de cualquier tema, dada su cultura y experiencia.
Era capaz de debatir respetuosamente con el más retrógrado de los conservadores, pero rápidamente perdía la paciencia con sus ideológicamente cercanos. Nunca con nosotros. Posiblemente por nuestra amistad tanto con los Castellanos como también con su hermano Tony -quien en noviembre de 1980 fue otra víctima de la sangrienta represión-, o quizás por no tomarnos en serio medio apechugaba nuestras irreverencias a la ortodoxia que exigía de sus camaradas. Recuerdo tres de ellas, todas previas a la guerra civil:
Cuando los soviéticos entraron a Checoslovaquia en agosto de 1968, ignoró la hoja volante que distribuimos en el campus de la UES criticando dicha invasión. La firmamos con Eduardo Sancho, Roberto Castellanos, Linda Zaldívar, Salvador Montoya y Arturo Gallegos. Ironizó diciéndonos que “los tanques soviéticos más bien deberían haber seguido hasta llegar a España”, todavía presidida por Francisco Franco. Quienes también sacaron su volante crítico por esa ocupación fueron el rector, Dr. Rafael Menjívar, y el decano de Ciencias y Humanidades, Dr. Fabio Castillo. Contra ellos sí se lanzó criticándoles por “pequeño burgueses, no claros”, a pesar de que ambos ya habían dado pruebas de su militancia de izquierda, lo que continuaron haciendo hasta su respectiva desaparición física.
La segunda fue cuando estaba por desatarse la guerra con Honduras en julio del siguiente año. Schafik se presentó a un auditorio repleto de estudiantes, para arengarles a alistarse en el ejército. Cuando terminó me le acerqué para preguntarle qué pasaba, pues no encontré lógica dicha arenga, dado que para nosotros el conflicto era una contradicción entre oligarquías que tenían términos de intercambio desigual. Me dijo: “Llegate a AGEUS. Ahí lo explicaremos”. Posteriormente, ante la Junta Directiva de la asociación de estudiantes su argumento fue que debía replicarse la estrategia de los bolcheviques que -según él- durante la primera guerra mundial se alistaron en el ejército zarista, y luego con esas armas hicieron la revolución… Mesándose el bigote nos señaló como “compañeros faltos de información”, ante nuestras críticas por tal reduccionismo.
Otra fue cuando los tambores de la guerra civil apenas se intuían en el horizonte… Eduardo Sancho me pidió moderar una mesa redonda donde -frente a una veintena de personas- leyó un documento que elaboró para la ocasión, en el que sostuvo que las avenidas pacíficas se habían cerrado. Además de Schafik, en dicho evento participó Marcial -ya retirado del PCS-, Jacobo Waiselfisz -profesor de Sociología- y Domingo Mira, otro crítico de quien se decía que en su juventud había luchado en el ejército de Sandino. La UES estaba desierta ese domingo. Después de oírle, Schafik se puso en pie indignado y, en la pizarra que teníamos atrás, dibujó un gran rectángulo a manera de mapa del país. Lo dividió en un sinnúmero de cuadrículas internas. “El Salvador tiene 14 departamentos y estos contienen a 262 municipios -dijo, mientras lo seguía cuadriculando-; los municipios a su vez están divididos en cantones, y en cada cantón hay una patrulla cantonal armada. ¿Cómo pueden pensar que una guerrilla tendrá futuro en esas condiciones?”, alegó con furia.
Esa vez sólo su hermano Tony pudo calmarlo, aunque a Eduardo ya no le importaba… El país arrancaba por un nuevo rumbo, al que Simón -seudónimo de Schafik durante la guerra civil- terminó incorporándose y se convirtió en uno de los cinco comandantes; haciendo uso de una autocrítica que es un método aparentemente perdido en la izquierda latinoamericana actual.
Actualización de artículo originalmente publicado por Contrapunto el 21 de enero de 2013.