En el marco de este marzo cuaresmal, dos fechas conmemorativas recuerdan los asesinatos de Monseñor Romero (ahora San Romero), acaecido en San Salvador el 24 de marzo de 1980; y el del P. Rutilio Grande, acaecido en El Paisnal el 12 de marzo de 1977, ambos crímenes perpetrados: el primero, por los escuadrones de la muerte; y el segundo, por agentes de la extinta Guardia Nacional.
Además, dos noticias relacionadas con los hechos sangrientos contra miembros de la iglesia católica y otros honestos ciudadanos, cobran nueva relevancia en este marzo: 1. La orden de la Cámara 3ª. de lo Penal al juzgado respectivo, para la reapertura del juicio contra los asesinos de los seis Padres Jesuitas: Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio Martín Baró, Joaquín López y López, Juan Ramón Moreno y Amando López, y sus colaboradoras: Elba Ramos y su hija Celina (16 de noviembre de 1989); y 2. La insistente gestión del diputado Rodolfo Parker y otros, para que se decrete una Ley de Amnistía, la cual, indudablemente, pretende ser instrumento legal para seguir favoreciendo a la impunidad.
Serio contraste en el ser y quehacer socio jurídico y legislativo del país. Mientras por un lado, sectores universales conmemoran las fechas en las que fueron asesinados Monseñor Romero (hoy San Romero) y el P. Rutilio y, además, se ordena reabrir el caso de los Jesuitas; por el otro lado, el representante de la democracia cristiana, diputado Rodolfo Parker, en uso de sus facultades y principios cristianos (¿?), promueve la aprobación de la Ley de Amnistía…
Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la ONU, la aprobación de la Ley “sería un grave error para El Salvador…”, misma opinión que, en términos parecidos, plantean reconocidos juristas y varias organizaciones nacionales de derechos humanos, mientras para la mayoría del pueblo salvadoreño, la Ley constituye un riesgo para otorgar total impunidad a los autores.
Así, para la población ávida de justicia, varios horrendos crímenes pasarían a engrosar la lista de impunes, tales como las masacres de: El Mozote, Sumpul, Las Tres Calles, El Calabozo, los del FDR, los Jesuitas y muchas más… e individuales como los de Monseñor Romero, Rutilio Grande, Lil Milagro Ramírez, Roque Dalton, Marianela García Villas… los de sacerdotes, religiosas, catequistas, obreros, campesinos, amas de casa…y los de tantos otros salvadoreños, sin distingos de credo político o religioso, caídos en el marco de los sucesos violentos de 1970-1992.
En medio de la espiral de violencia de las décadas 1970 y 1980, la arenga oficialista: “Haga patria, mate un cura”, impulsada por todos los medios de comunicación, fue la fatídica sentencia que propició la muerte de varios sacerdotes, de distintas parroquias del país. De igual manera, centenares de ciudadanos fueron asesinados por su discrepancia con el gobierno de turno y, especialmente, por su lucha por la defensa de los derechos humanos.
Ahora, mientras la patria sigue debatiéndose entre convulsiones diversas, la paz y el bienestar general de la población, siguen siendo la mayor aspiración del Pueblo Salvadoreño.
Asunto nada fácil. A pesar de la conciencia de todos sobre la urgente necesidad de unificación, a raíz de los efectos en la presidenciales del 3 de febrero/2019, en algunos sectores hay todavía resistencia a concretarla; bien, por no apoyar al nuevo gobierno y, por el contrario, hasta intentar boicotearlo; bien, por revanchismo político con pronósticos fatalistas de un inminente fracaso gubernamental; o por descalificaciones infundadas…
Gran responsabilidad para la unificación, tienen los políticos activos. Cuando las acciones de los partidos políticos, sean genuinas aspiraciones democráticas, y no solo la desesperada cacería de votos de siempre en su lucha por lograr la mayor cifra de diputados y alcaldes, la población salvadoreña, honesta y laboriosa, quizás les devuelva la confianza y credibilidad.
Ojalá que la conmemoración de los asesinatos de Monseñor Romero y Rutilio Grande; la reapertura del juicio de los Jesuitas, ordenada por la Cámara 3a, de lo Penal; y la aprobación de una Ley de Amnistía, que de veras de reconciliación y no culto a la impunidad. contribuyan a unir -más que a desunir- a los buenos salvadoreños, amantes de la paz y el progreso. Cuestión de tiempo, cuestión de esperar…