Por: José Antonio Alonso Herrero [1]
Instituto de Ciencias de Gobierno y Desarrollo Estratégica
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla
En la fiesta de los toros bravos se critica con esta frase “aquel lance en que el torero yergue su figura y se adorna cuando ya ha pasado ante él la cabeza del toro, con lo que el peligro de una cornada es mínimo”, se nos dice en google. Expresiones como ésta y muchas otras semejantes son útiles para caracterizar una situación en la cual se pretende obtener ventajas a destiempo y en contra de la lógica apropiada. Nuestro objetivo, situado muy lejos del ambiente taurino, es acudir a este símil para evaluar la actuación del Papa Francisco quien acaba de beatificar a Monseñor Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador. Se recordará que Monseñor Romero fue asesinado en una capilla de un hospital salvadoreño el día 25 de marzo de 1980.
Las reacciones del pueblo salvadoreño y del mismo gobierno tras el anuncio papal fueron inmediatas. Para el sacerdote mexicano Miguel Concha (La Jornada, 23 de mayo de 2015) se trata de “un justo reconocimiento del pueblo salvadoreño y de un oportuno acto de justicia a un personaje de talla internacional”. Sería difícil encontrar hoy día a alguna persona bien informada que se atreviera a poner en tela de juicio tan respetable opinión del fraile dominico. En nuestra opinión, sin embargo, sin dudar un ápice de los méritos indiscutibles de Monseñor Romero, creemos oportuno acudir al símil taurino para subrayar, primero, que el Papa Francisco como buen jesuita se ha sabido adornar con este reconocimiento tan justo y tan largamente esperado por las mayorías salvadoreñas y centroamericanas.
Por otra parte, este merecido nombramiento al hacer justicia a la reiterada actuación heroica de Monseñor Romero llega “a toro pasado”, es decir, a destiempo. Si el Papa Juan Pablo II, por el contrario, fue beatificado casi de inmediato después de su muerte, no sería desacertado afirmar que las mayorías bien informadas de América Latina estarían en lo correcto al proclamar que la beatificación de Monseñor Romero debería haber ocurrido hace varias décadas y en el momento oportuno para que tal nombramiento hubiera podido detener la agresión injusta contra las mayorías salvadoreñas, la cual era orquestada por las élites políticas y empresariales nacionales y por el gobierno de Reagan[2]. Esta magnífica posibilidad, por cierto, hubiera ocurrido en contra de la opinión del entonces Cardenal Ratzinger, el cual siendo prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe “condenó el uso de la palabra “˜mártir”™ aplicada a Monseñor Romero, quien había sido asesinado por sicarios del gobierno salvadoreño” (Carroll, 2009: 264).
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[1] Jose antonio alonso herrero: Doctor ‘Honoris Causa’ New York State University en Letras Humanas (1988); Doctor en Sociología (Ph.D) New York University (1979) (Sociología con Énfasis en América Latina); Sistema Nacional de Investigadores de México : Nivel II; Premio del Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Puebla (México) en Ciencias Sociales y Humanidades, 2003. Profesor-investigador del Instituto de Ciencias de Gobierno y Desarrollo Estratégico (ICGDE-Benemérita Universidad Autónoma de Puebla).
[2] Charles Clemens (1986:229 ) se apoya en LOS ANGELES TIMES para afirmar queDeane R.Hinton, embajador estadounidense en El Salvador, aplaudió la visita de Juan Pablo II a El Salvador, pero aclaró que “el llamado del Pontífice para un diálogo entre el gobierno salvadoreño y la guerrilla izquierdista no había modificado la oposición estadounidense a una solución negociada de la guerra”.