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Rehabilitar crí­ticamente la utopí­a

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La palabra "utopí­a" cae como una losa

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Cuenta el historiador e intelectual británico Tony Judt en su libro Algo va mal que, al terminar una conferencia sobre la situación mundial pronunciada en octubre de 2000 en Nueva York, la primera intervención fue la de un niño de doce años con una pregunta que dejó al público atónito y al conferenciante sin reacción: “Bien, pero si tienes una conversación cotidiana o incluso un debate sobre algunos de estos problemas [de los que ha hablado Usted] y se menciona la palabra “˜socialismo”™, a veces es como si hubiera caí­do una losa sobre la conversación y no hay forma de retomarla. ¿Qué recomendarí­a para retomarla?”.

Similar impresión he tenido muchas veces cuando, en ambientes académicos o simplemente coloquiales, se pronuncia la palabra “utopí­a”. Se hace un silencio sepulcral. Tal situación es lo que me movió a dedicar a la Utopí­a (con mayúscula, como palabra mayor de mi pensamiento) y a las utopí­as (con minúscula, como encarnaciones históricas de un mundo mejor), mi reciente lección jubilar en la Universidad Carlos III de Madrid, donde he sido nombrado profesor emérito.

Con ello he intentado intervenir en la actual confrontación entre dos concepciones de la razón, la utópica y la cientí­fico-técnica, con un doble objetivo: rehabilitar y activar la utopí­a con sentido crí­tico y dialéctico en medio de la oscuridad del presente y ponerla al servicio de la emancipación humana, que tiene su traducción en la propuesta de Otro Mundo Posible de los Foros Sociales Mundiales. Ilustra esta confrontación la siguiente anécdota relatada por el teólogo holandés Edward Schillebeeckx:

"Una vez aterrizó con su avión un europeo occidental en medio de habitantes africanos que miraban atónitos al extraño pájaro grande. Orgulloso dijo: ‘En un dí­a he recorrido una distancia para la que antes necesitaba treinta’. Entonces se adelantó un sabio jefe negro y preguntó: ‘Sir, ¿y qué hace con los veintinueve restantes?’".

La anécdota refleja las dos actitudes que podemos adoptar ante la realidad, el tiempo, la vida, los demás, la naturaleza. Una es la actitud pragmática y calculadora, que achica la razón hasta convertirla en razón instrumental, contante y sonante, torna lo que es fin en sí­ mismo en medio llegando a mercantilizar el ser humano, en contra del imperativo categórico kantiano. Confunde el valor y el precio haciendo hasta afirmar, con Antonio Machado, que “es de necios confundir valor y precio”. Depreda la naturaleza como si de un bien sin dueño se tratara. Programa la esperanza, sin dejar resquicio alguno a la imaginación creadora. Considera el futuro como repetición de muchos pasados sumados al presente.

Otra es la actitud utópica e imaginativa, que se pregunta por el sentido de las acciones humanas y no se instala cómoda y acrí­ticamente en la realidad, ni acepta que “las cosas son como son y no deben ser de otra manera”, sino que extrae de la realidad lo más espumoso y creativo que posee y tiene la mirada puesta en la meta.

Bernard Shaw ilustra esta actitud utópica e interrogativa con la siguiente re-escritura del mito del paraí­so de la Biblia hebrea. En medio de la discusión en el paraí­so entre Adán, Eva y la serpiente en torno a la necesidad de tener aspiraciones que vayan más allá de la mera subsistencia. la serpiente se dirige a Adán y Eva y les dice: “Vosotros veis las cosas como son y os preguntáis por qué. Pero yo sueño con cosas que nunca han existido y me pregunto: por qué no”. 

¿Qué utopí­a rehabilitar?

La alternativa a la cómoda y acrí­tica instalación en la razón pragmática es la rehabilitación de la utopí­a, que no puede hacerse a cualquier precio y de manera abstracta. A continuación sugiero las caracterí­sticas de dicha rehabilitación:

“¢ Utopí­a no mitificada, que no nos haga regresar a edades de oro que nunca existieron.

“¢ Guiada por un interés emancipatorio y liberador con intencionalidad ética y abierta a la alteridad.

“¢ En la perspectiva de las ví­ctimas.: Escribe Albert Camus: “Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen”.

“¢ Integradora de la pluralidad de alternativas para no caer en la uniformidad.

“¢ Que compagine crí­tica y propuesta.

“¢ Que guí­e la praxis y oriente hacia ella: Escribe Adela Cortina. “Sin futuro utópico en el que quepa esperar y por el que quepa comprometerse, carece de sentido nuestro actual presente”.

“¢ Que contemple la imperfección como inherente al ser humano y la posibilidad del fracaso para evitar construir paraí­sos celestes en la tierra, que, a la larga, pueden convertirse en infiernos, y que sea capaz de levantarse de sus fracasos. “No es la perfección estática -afirma Mumford Lewis-, sino el constante avance, la renovación y la trascendencia, la mejor alternativa de la vida en la utopí­a”. Decí­a Nelson Mandela: “La mayor gloria no es nunca caer, sino levantarse siempre”.

“¢ Que se proponga alcanzar metas, pero también superarlas, para evitar caer en “la melancolí­a del cumplimiento” (Bloch).

“¢ Descolonizadora, que no absolutice ni imponga una visión etnocéntrica del futuro, sino que respete y reconozca otras visiones utópicas, otras miradas al futuro y posibilite el diálogo igualitario entre saberes y sabidurí­as, utopí­as y pensamientos utópicos de las diferentes tradiciones filosóficas, culturales y religiosas.

“¢ Que armonice la democracia y la revolución. Históricamente ambas se opusieron y colapsaron. Para salir de la opción carcelaria en la que, según Boaventura de Sousa Santos, vivimos encerrados entre fundamentalismos distópicos y mañanas sin pasado mañana y para que el futuro sea de nuevo posible, es necesario que democracia y revolución se reinventen y se convoquen de manera articulada, conforme a su lúcida y creativa propuesta: “democratizar la revolución y revolucionar la democracia”.

¿Soy optimista o pesimista, utópico o distópico? Tomando prestada la definición del cientí­fico social Franz Himkelammert y por muy contradictoria que parezca ““es casi un oxí­moron-, me defino como una persona “pesimista esperanzada”. Pesimista, porque la realidad no da para ser optimista. Estamos sometidos a una serie de sistemas de dominación en racimo ““capitalismo, colonialismo, patriarcado, fundamentalismos, imperialismo, racismo, depredación de la naturaleza- que se apoyan y legitiman, con el objetivo último de robarnos la esperanza, de robársela a las personas y colectivos más vulnerables, que es, posiblemente, uno de los mayores latrocinios que está cometiendo el neoliberalismo.

Pero, al mismo tiempo, soy una persona esperanzada. El pesimismo no me lleva a cruzarme de brazos, sino que me induce a actuar, y la acción es ya de por sí­ una respuesta al pesimismo ambiente. Coincido con dos representantes del marxismo crí­tico del siglo xx: el pensador italiano Antoni Gramsci cuando habla del "pesimismo de la razón y del optimismo de la voluntad", y el intelectual peruano José Carlos Mariátegui, que se refiere al "pesimismo de la realidad y el optimismo de la acción".

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Juan José Tamayo
Juan José Tamayo
Teólogo, director de la Cátedra “Ignacio Ellacuría”, de la Universidad Carlos III, Madrid; colaborador de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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