A Jano, mi carnal hincha pelotas
Recordar a Óscar Chávez en estos tiempos pandémicos no es fortuito puesto que en la lucha desigual de este Goliat del canto popular mexicano y latinoamericano contra la ponzoña moderna llamada Covid-19, él resultó ser el perdedor. Aunque la Calaca Flaca nunca avisa cuando llega, Óscar, seguro estoy, estaba preparado para recibirla, ya que sabía cuánta razón tenía el conocido compositor mexicano Vicente Garrido, al afirmar en la letra del Vals “Dios nunca muere ” de Macedonio Alcalá, que “una nueva luz habrá de alcanzar nuestra soledad, y que todo aquel que llega a morir empieza a vivir una eternidad… Muere el sol en los montes, con la luz que agoniza, pues la vida en su prisa nos conduce a morir”.
En la cultura e idiosincrasia de la gran nación mexicana, el culto a la muerte es parte de una filosofía popular y trascendental sui generis. Más allá del carácter metafísico, idealista e incluso religioso de la misma, el hecho es que efectivamente nadie “muere” en la medida en que los vivos sigan recordando a los que dejaron de ser y estar. En este sentido, Óscar Chávez Fernández, trovador irreverente y acérrimo enemigo del poder político-económico y militar en cualquier parte del planeta, solidario con la causa de los pobres más pobres de su México lindo y querido, seguirá viviendo.
“Para cuando muera – cantó – quiero que mi tumba, que mi tumba huela, ay, huela a primavera”. “No acabarán mis flores, no acabarán mis cantos, yo los elevo no más soy un cantor…”
Una eterna primavera –pienso yo– en la cual las flores anuncien la nueva vida que germina después de la muerte.
Así es el circulo de la vida. Yo comencé esta remembranza con el inesperado y luctuoso final de su camino, que fue muy largo, creativo y fructífero. Conozco muy poco, casi nada, de su biografía, pero sí conozco gran parte, casi toda, su obra musical. Corrían los años 70 del siglo pasado cuando lo advertí llegar al bar-restaurante La Costa del Sol, administrado por andaluces. Era él, después lo supe. El Charro Ponciano venía pegando respingos porque le habían dado mucha lata obligándolo a contar las partículas pequeñas que emitía un aparato extraño. Calla, Guanaco calla, – comentó con voz de bajo–deja de tanto “huevear” que esta noche con la luna nos vamos a emborrachar. Efectivamente, esa noche nos echamos todo lo que contenía alcohol en su habitación en la residencia estudiantil de la Universidad de Konstanza, República Federal de Alemania y también un par de viejas…canciones del norte. Era él, sin duda, Óscar Chávez, disfrazado de mi amigo El Mejicano, gentilicio escrito a propósito con J y no con X, ya que, durante algún tiempo, mi amigo, nuestro amigo, fue para toda la bola de cabritos y cabrones enanos que lo rodeaban un Mexican Curios, un extra large debido a su alta estatura. Prejuiciados, pensábamos que todos los mexicanos eran bajitos, “guatones” y bigotudos.
A pesar de que desde joven el arte y la cultura mexicana no me fueron desconocidos – ¡cómo podía serlo, sí la radio, el cine y la televisión en la década de los sesentas, setentas, ochentas, noventas y …, se encargaron de difundir la idiosincrasia del pueblo mixteca! –, yo ignoraba la existencia de Óscar Chávez y además de ser él el autor de gran parte del repertorio musical que cantaba El Mejicano. Debo reconocer, en honor a la verdad, que todas las canciones me gustaron por ser muy divertidas. Sin profundizar en su contenido político-social. Había en ellas mucho de la picardía típica de los barrios populares que conocía de mi paisito.
Óscar Chávez supo lanzar con elegancia, inteligencia y mucha picardía dardos letales a todos los presidentes en todos los sexenios que le tocó vivir. Por su personalidad, por su lucha contra la injusticia social y económica, por su conducta y aporte a la cultura y el arte nacional la Universidad Autónoma del Estado de México le otorgó el titulo de Doctor Honoris Causa. El pueblo, por su parte, ya lo había nombrado desde hace muchos años el Caifán Mayor, es decir, el mero mero del México popular, del de la calle, del de a pie, de ese México que en resumidas cuentas es un Gran Barrio.
A diferencia de algunos representantes latinoamericanos de la nueva canción rebelde que surge a partir de la revolución cubana en 1959, prefiero llamarla así y no “de protesta” como la llaman algunos, Óscar Chávez supo sazonar sus interpretaciones musicales de manera muy creativa –le gustaba mucho cocinar, sobre todo preparar ensaladas– incluyendo en su amplio repertorio diversos ritmos y géneros musicales de América Latina aderezados todos con una pizca de ironía y sarcasmo, de manera tal que el menú que él ofrecía a su público, sobre todo en las presentaciones en vivo, era un opíparo bufé.
Después de haber escuchado Macondo en la versión del Caifán, todas las otras, incluso las más pachangueras al estilo de la Billo’s Caracas Boys por mucho que motivaran hasta a los tetrapléjicos a mover el esqueleto, la de Óscar Chávez, además de lograr lo mismo, induce de forma tranquila a revivir cada uno de los Cien años de Soledad. La única condición para alcanzar este estadio perceptivo es obviamente haber leído previamente la novela de Gabriel García Márquez.
Lo mismo me sucedió luego de haber escuchado las diferentes letras de Óscar Chávez con la melodía de Las Golondrinas del mexicano Narciso Serradell. Después de eso solo Ventejos veía en el firmamento debido a que los textos estaban dedicados a los pendejos politiqueros y politicastros del PRI y del PAN. ¡Al pan pan y a ver Gabino, échate un vino!
El collage musical característico en muchos de sus conciertos es, a mi parecer, el resultado de la simbiosis de muchas culturas y diferentes formas del arte. Estilo que se me antoja definirlo como Cul y Arte. De esta manera, Óscar Chávez, penetraba en lo más profundo del cuerpo y alma de sus espectadores y seguidores.
Y, ¿qué decir de los albures en las famosas Parodias Políticas? Simplemente geniales. Óscar Chávez en cada sexenio cambiaba el color y la textura de sus temas de acuerdo con la tesitura política del momento. Pero siempre mantuvo un planteamiento crítico al sistema político establecido y sin compromisos con ningún gobierno que le tocó soportar como ciudadano. Por lo menos mi cuenta llega a doce y podría quedarme corto.
Cada seis años mi amor – cantaba un presidente– “prometo ser diferente, pero nunca te lo cumplo, pues cada seis años quesque hay otro presidente. Y siempre es igual, la misma camada, pura burocracia, pero revolcada. Y siempre es igual este mitotito pura demagogia que el 15 era el grito (de independencia 1810). Y siempre es igual es picoso el mole, diferente el dedo, pero el mismo atole Y siempre es igual desde aquí te digo se baila el jarabe al son de lo gringo”.
A Gustavo (Diaz Ordaz) siempre le dio en el clavo y fue mordaz con el trompudo de Ordaz por lo de Tlatelolco(2) que con cada canción lo fue dejando cholco (3). A de la Madriz (Miguel) después de darle en la madriz lo desplumó como a una perdiz. A Fox (Vicente) le opacó la vox y lo hizo bailar Foxtrot a solas. A Zedillo (Ernesto) le dio una patada en el fondillo y con el dedillo le rasco el anillo. A de Gortarí (Carlos Salinas) lo mandó a parir por irse a un safari con lo del tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá, donde la única presa que cazaron fue a un pobre Rarámuri en representación del pueblo mexicano. A Echeverría (Luís) no le perdonó que la jauría y un grupo de halcones masacraran a un grupo de estudiantes en ciudad de México en 1971.
Óscar Chávez, a quien los grandes y mega poderosos de los Estado Unidos de México no pudieron doblegar ni a nivel musical ni político, cayó bajo las garras de un microorganismo conocido como SARS CO 2, el virulento y letal virus que ha puesto “patas pa’ arriba” al mundo entero.
El Caifán Mayor, seguro estoy, seguirá haciendo conciencia en el gran barrio de la América Latina, de la popular, de la obrera, de la campesina, la del estudiantado militante, la de Simón Bolívar, la de Benito Juárez, la de Augusto Sandino, la del Che Guevara y la de Salvador Allende, a través de su cancionero popular junto a Víctor Jarra, Violeta Parra, Benjo Cruz, Jorge Cafrune, Alfredo Zitarrosa, Alí Primera y muchos otros trovadores y trovadoras rebeldes, vivos o muertos, cimarrones con guitarra que alzaron, alzan y alzaran su voz y su instrumento en contra de la opresión y la ignominia en sus países y en el mundo entero.
Por Óscar Chávez y por todos aquellos que murieron o cayeron en la lucha, hasta la victoria siempre.
Citas:
- Caifán: Personaje de barrio que se distingue entre los demás, ya sea por su fuerza física, por su físico, por su talento o por su personalidad. Empero ser un físico experimental, por muy guapo e inteligente que se fuera, no era suficiente para ser considerado un Caifán.
- Tlatelolco: Masacre de estudiantes ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas en ciudad de México en 1968.
- Cholco: Sin dientes, salvadoreñismo.