A finales de los sesenta, surge un gran movimiento juvenil, con ingredientes del existencialismo, espiritualismo indú, experimentación psíquica y sobre todo, pacifismo. La guerra del Vietnam había llegado a su agotamiento, miles de jóvenes, especialmente de los estratos más pobres de los Estados Unidos morían cada mes. De ellos surgió la consigna “Paz y amor”. La paz y el amor, como complementarios.
A veinticinco años de la paz concertada entre dos fuerzas militares, como salvadoreño me pregunto sobre los resultados de aquellos Acuerdos en que albergamos la esperanza de iniciar un nuevo país. Es cierto que trajeron cambios políticos y militares, que han favorecido un avance en derechos civiles como la libertad de expresión, tolerancia política y otros, pero algo ha fallado, es innegable, puesto que en lo económico, lejos de abrir una convivencia democrática, se implantó el neoliberalismo, como método de explotación económica y, lo peor, como ideología.
Es sintomático, también, que justo cuando se abre el terreno para la democracia política, cuando la izquierda asciende en la Asamblea Legislativa y municipalidades, del 25% en 1994, a tener un 37% en la actualidad, la ideología de derechas no ha tenido ningún contrapeso y el pensamiento neoliberan ha campeado libremente por las cabezas de nuestra gente. El darvinismo social ha permeado incluso las estructuras de izquierda.
Paradógicamente, los Acuerdos de Paz también son el inicio de una mayor atomización de nuestra sociedad. La guerrilla se desmovilizó, cumpliendo en un 100% el mandato de los Acuerdos de Paz y sus combatientes se reincorporaron a la vida civil; a la que pertenecieron siempre. Eran pueblo en armas. El Ejército también se replegó a sus cuarteles, cumpliendo igual ese mandato. ¿Pero se desmovilizaron las ambiciones, la violencia doméstica, el autoritarismo, el exclusionismo? ¿Acaso se abrió el terreno a la tolerancia, el perdón, el respeto, la solidaridad?
Lamentablemente, tengo que señalar que la izquierda, ahora ejerciendo gobierno, no pudo desmantelar las taras ideológicas de nuestra gente; lejos de eso, volvieron la cara a otro lado, con tal de no perder clientes electorales. Las mujeres de izquierda levantaron bandera por sus reivindicaciones y han luchado aun en contra de la incomprensión y hasta la respuesta violenta del resto de la sociedad, pero nada más. Durante la guerra, los ejércitos sustituyeron las organizaciones civiles, hasta casi desaparecer los sindicatos y las gremiales; en la actualidad, son los partidos los que sustituyen, dictan, rigen y controlan a la sociedad civil. Estaría bien, si se actuara de cara a un futuro que todos anhelamos, de bien común, de acuerdo a las consignas del presidente Sánchez Cerén, sobre “el buen vivir”, pero pareciera que todo se ha enredado en mantener el mercado electoral.
Mientras tanto, la Paz es cada vez más frágil. Los ejércitos de la antisociedad, han crecido al punto de crear un gobierno paralelo en la sombra, que manda y ejerce su veto a través del terror.
Cuánta razón tenían los hippies. No se puede tener Paz, sin Amor.