Sabor amargo, mezcla de legítima ira y vergüenza, ha dejado la desafortunada frase: “Algunas masacres son leyenda”, pronunciada en reciente conferencia de prensa por el Ministro de la Defensa, David Munguía Payés, ante los cuestionamientos del Relator Especial de la ONU, Fabián Salvioli, al gobierno y autoridades correspondientes, por la nula o lenta justicia a las víctimas de las masacres y otros crímenes de guerra, perpetrados por el ejército salvadoreño durante el conflicto armado 1980-1992.
Más allá de la penosa incidencia en la vida nacional y mundial de las horripilantes masacres, el hecho de intentar ignorarlas o hacerlas aparecer como leyenda y fantasía, significa claro irrespeto y menosprecio no solo a la memoria de las víctimas -fallecidas y desaparecidas- sino también a las familias sobrevivientes y a la conciencia nacional, cuando los testimonios crecen, como también sigue creciendo -universalmente- la demanda de justicia.
Ante el recuerdo triste de las masacres, crímenes de guerra, torturas y las inhumanas guindas, que golpearon a la sufrida población salvadoreña durante el conflicto, surge la reiterada preocupación de la ONU, a través de su Relator Especial, Salvioli, al afirmar que “las violaciones que sufrieron las víctimas del conflicto armado, son inaceptables…” y, por tanto, es necesario que “se avance en la justicia”, pues “… las víctimas necesitan justicia y (hoy) es el momento adecuado…”. Momento adecuado lo ha sido siempre, diría el pueblo ofendido.
El mayor obstáculo para resarcir el dolor de las víctimas de las masacres -y del resto de aquellos crímenes de guerra- es la impunidad. Y no es justo venderle a las generaciones de la post guerra la idea de que, en algunos casos, las masacres son invento y hasta leyenda, cuando hay tantas pruebas fidedignas y testigos nacionales e internacionales; y cuando, además, a algunos de los responsables de ordenar ales masacres son de todos conocidos: bien como empresarios, como políticos, como religiosos o como académicos…
Ahí están las masacres como hechos históricos irrefutables, en el marco del conflicto bélico y desde antes. Y el Ministro lo sabe. Crímenes selectivos que enlutaban a diario a familias, políticos opositores, congregaciones religiosas y organizaciones populares, todos ejecutados por batallones élites de la Fuerza Armada o por escuadrones de la muerte, insertados en las mismas estructuras del ejército y los cuerpos de seguridad.
¿Cómo ignorar que ya la historia recoge una serie de masacres, como: Tres Calles (26 de noviembre de 1970); Santa Rita, Tejutepeque, Cabañas (18 y 24 de enero de 1980); Río Sumpul (13 de mayo de 1980); La Guacamaya, Meanguera, Morazán (11 de octubre de 1980); El Mozote (diciembre de 1981); El Calabozo (22 de agosto de 1982); Copapayo (4-5 de noviembre de 1984); y los asesinatos selectivos de: los dirigentes del FDR (noviembre de 1980), las religiosas Maryknoll (diciembre de 1980), los Padres Jesuitas (noviembre de 1989) y tantas y tantas otras masacres, en las que fueron vilmente asesinadas humildes familias campesinas…?
Todas las masacres, como los crímenes individuales, duelen, pero fueron tantas que resulta imposible describirlas a todas. Sin embargo, para muestra y por ser una de las más emblemáticas, la masacre de El Mozote puede resumirse así:
Los días 11-13 de diciembre de 1981, el ejército salvadoreño atacó el tranquilo y laborioso Caserío El Mozote, Cantón La Guacamaya. j/ de Meanguera, Morazán, acusando a sus habitantes de ser base de la guerrilla del FMLN. Durante dos días, los fusiles, vomitando plomo criminal, sacudían los frondosos bosques con impacto certero, despiadado, cruel e inhumano; mientras que los centenares de cuerpos, de adultos y niños eran despedazados, como cuando, en el aire, alguien despluma pajarillos inocentes.
La masacre de El Mozote de inmediato se conoció en todo el mundo como uno los hechos más sangrientos durante el conflicto de El Salvador. Ninguna leyenda y menos mal intencionadas fantasías. Es más, la masacre de El Mozote y muchas otras más se registran como delitos de lesa humanidad, sujetos a condena total para los gobernantes, los altos mandos militares y soldados, guardias nacionales y policías responsables de tantos crímenes.
Las masacres de la década 1980 por lo brutal y despiadado de su ejecución, son hechos palpables -nunca simples leyendas- que la historia va recogiendo, como eterna ofensa a la vida y a los derechos humanos de todos los ciudadanos de El Salvador y el mundo.