La reunión extraordinaria de la CELAC que se celebró hace unos días en San Salvador a solicitud de Venezuela ha servido para oír aplaudir en nuestro país a aquellos que Martí llamaba “pensadores canijos” por el supuesto “fracaso” de la cita del CELAC. Con ello han evidenciado que no están dispuestos a apoyar las vías pacíficas -el diálogo entre el gobierno bolivariano y la oposición, apoyado por el Papa Francisco-, sino a
para derrocar al presidente Maduro, sin importar las muertes de personas indefensas. Es esa la filosofía del “daño colateral”, del “cálculo de vidas”, donde la vida humana es superflua.
Como una contribución de parte del gobierno de Maduro a una salida pacífica a la crisis se da la convocatoria a una nueva Asamblea Constituyente. Este es un paso sumamente audaz de parte de la revolución bolivariana. Se está ofreciendo la oportunidad de someter el orden político revolucionario a la prueba más crucial, a la prueba más válida de todas: la de la voluntad popular, que será la que ratifique, rechace o corrija el texto constitucional del país, reflejando, así, el consenso social. Además, el referendo está diseñado para que participen, como miembros de la constituyente, representantes de todos los sectores sociales, incluyendo a la empresa privada. Pero este paso audaz, esta muestra de voluntad política para buscar un gran consenso nacional y frenar la situación de violencia, no ha bastado para que la oposición venezolana cambie de actitud y dé también, por su parte, una muestra de buena voluntad al cesar la violencia.
Este momento histórico es delicado para el país sudamericano. Sobre él pende la amenaza de una escalada de guerra abierta, ya sea mediante la agresión de los elementos de la derecha fascista local o mediante una intervención desde el exterior. En este sentido, es una locura exacerbar la violencia. La oposición, día tras día, promueve agresiones, incendios, “guarimbas”, para provocar al gobierno bolivariano para que este responda de forma igualmente violenta. Sin embargo, este ha hecho acopio de una sensatez que algunos confunden con cobardía, pero que es responsabilidad por las vidas humanas.
La oposición está jugando con cerillos sentados en el barril de pólvora que ella misma ha colocado. Una guerra civil promocionada por la derecha o una intervención militar norteamericana atentarían contra la paz en la región y estarían diciendo que ningún gobierno, por mucho que haya sido respaldado por su pueblo en las urnas, debe desobedecer a las cúpulas empresariales y a las oligarquías locales, porque le espera el mismo camino. Un camino en el que la OEA, por cierto, ha dado una triste contribución. Pero el camino de la paz y de la verdad en Venezuela lo apoyamos los hombres y mujeres que no queremos más guerras.