La batalla de Usulután

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Los combates fueron duros, tanto en el área sur como en el oriente, por donde asediábamos a la Policí­a Nacional y a la Guardia Nacional , pero muy débiles por el norte sobre el cuartel

A principios de 1982 estábamos en el Jí­caro, en la casa que serví­a de puesto de mando del ERP en el frente sur oriental. Debajo de unos árboles de amate y mango, diseñábamos el plan de ocupación de la ciudad de Usulután.

Después de hacer un recuento de las fuerzas con que contábamos, sumamos unos 360 combatientes, algunos con experiencia, otros eran solamente milicianos recién integrados que habí­an recibido instrucción militar en nuestros campamentos. El grueso de la fuerza del frente sur oriental era del ERP, pues contábamos ya con unos doscientos guerrilleros, la mayorí­a fogueados. El resto de fuerzas tení­an grupos más o menos similares de combatientes, unos cuarenta cada organización, que sumaban unos ciento sesenta en total.

En el esfuerzo principal, que era la incursión a la ciudad de Usulután y ataque desde el sur oriente a los cuarteles del ejército, policí­a y guardia, participaron las fuerzas del ERP. En una segunda dirección, bajando del volcán de Usulután entrarí­an las fuerzas de las FPL, unos cuarenta hombres, más otros cuarenta de la RN , combinados con un pelotón de veinte combatientes del ERP, unos cien hombres en total; por el sur estarí­an fuerzas combinadas del PRTC y PCS, más otro pelotón del ERP, otros cien hombres. O sea, unos cien al norte y otros cien al sur; y al centro meterí­amos el esfuerzo principal con las fuerzas del ERP, unos cientos cincuenta hombres de los más fogueados en el combate.

Cirilo se iba a encargar del grupo que entrarí­a por el centro a la ciudad e irí­a reforzado por el equipo de francotiradores conducidos por Macario. Gonzalo conducirí­a a todas nuestras fuerzas directamente, moviéndose en los diferentes puntos, para asegurar la coordinación; yo estarí­a en el puesto de mando en el centro turí­stico de Palo Galán, al sur oriente, en la orilla de la ciudad, coordinando la operación general tanto con las demás organizaciones como con Gonzalo y los diferentes grupos; y además, manteniendo la comunicación con Joaquí­n Villalobos, quien estaba en Managua en esos dí­as. Dejarí­amos garantizado el paso del rí­o con una pequeña fuerza provista de radios de comunicación.

Los combates fueron duros, tanto en el área sur como en el oriente, por donde asediábamos a la Policí­a Nacional y a la Guardia Nacional , pero muy débiles por el norte sobre el cuartel, esto le permitió al ejército irse desplegando poco a poco y defender posiciones en la ciudad, antes de que llegáramos a las instalaciones militares.

El segundo dí­a, una sección del ejército comenzó a avanzar hacia los puntos tomados por nuestras fuerzas en la zona oriente de la ciudad. Los compañeros los dejaron, pues iban entrando a una emboscada, en el punto donde estaba nuestra fuerza más agresiva, jefeada por el Chele Luis. Eran las seis de la tarde y estaba oscureciendo, lo cual nos favorecí­a aún más, pues el apoyo aéreo era menos efectivo por la noche.

Le dije a Gonzalo que moviera a otro pelotón nuestro a esa zona, con una ametralladora M-60, granadas de manos y lanzagranadas RP-G2, para que una parte reforzara el asalto y la otra mantuviera los refuerzos. Comencé a escuchar las comunicaciones de la tropa que avanzaba.

-Lí­der de Bucanero, cambio.

-Adelante Bucanero, cambio.

-Ya avanzamos casi tres cocos, (cuadras) cambio.

-Eso es verga, Bucanero, aseguren la papa (posición) que ya les voy a enviar los romeos (refuerzos) para que ocupen sus posiciones y ustedes sigan topando a esos cabrones hasta que los saquen a puta verga, cambio.

-Gracias mi Charlie, aquí­ los cipotes están con ganas de darle verga a esos pendejos, si son los mismos a los que les sacábamos carrera el año pasado en aquellos cerros donde estaban encharralados, cambio.

-Enterado, Bucanero, cambio y pendiente.

Unos veinte minutos después comenzaron los combates y la voz de Bucanero sonaba diferente, a todas luces, estaba cansado y muy preocupado.

-Charlie de Bucanero, cambio. -Adelante Bucanero, oigo unos tangos (tiros) por allí­, ¿ya empezó a hacer mierda a los terengos?, cambio.

-Negativo mi Charlie, a nosotros nos tienen hechos mierda estos cabrones, es una eco (emboscada). Necesito los refuerzos ya, pero de verdad ya mi Charlie, tengo a cuatro muchachos hechos mierda, meas (muertos) y otros cuatro heas (heridos), y los demás están bastante sofocados, cambio.

-Enterado, Bucanero, pero no se desespere ni se pele tanto, recuerde que esos cabrones nos están oyendo, ya van los romeos, de la cuarta compañí­a, cambio.

-Sí­, mi Charlie, pero es que esta mierda está tan paloma que no hay tiempo para usar las claves, si están por todos lados, incluso por detrás”¦ ¡Ay!…

En el radio de Bucanero se habí­an estado oyendo los tiros cada vez más cerca y más nutrida la balacera, mientras hablaba con el oficial del cuartel; y después del grito de dolor del oficial, la unidad de Bucanero no volvió a sonar.

Luego comenzó el combate con la unidad de refuerzo.

-Lí­der de Pirata, cambio.

-Adelante Pirata, ¿ya llegó a donde está Bucanero?, cambio.

-Negativo mi Charlie, estos cabrones están bravos y traen de todo, yo también ya tengo dos heas, pero estoy bien cerca de Bucanero, cambio.

-Apúrese que están haciendo mierda a Bucanero, cambio.

Al final, el oficial logró salir aunque herido, con una parte de la tropa, pero dejó a más de la mitad de la sección en manos nuestras. Fueron cerca de veinte bajas las que tuvieron, la mayorí­a muertos. Gonzalo y yo hablamos con los tres soldados capturados, incluyendo un cabo, que nos contó que el sargento y el teniente, también habí­an salido heridos y se habí­an replegado desordenadamente hacia atrás, donde vení­a el refuerzo, dejándolos a ellos solos. Recuperamos como quince fusiles, un lanzagranadas, abundante munición y el radio de comunicaciones PRC-77 de Bucanero.

Después de tres dí­as de combates en la ciudad, intentando avanzar y asegurando posiciones, combatiendo casa por casa, cuadra por cuadra, habí­amos destruido algunos tanques y tanquetas, tiroteado varios medios aéreos entre avionetas y helicópteros. Nuestros francotiradores y grupos pequeños de fuerzas especiales habí­an llegado al centro de la ciudad, provocando muchas bajas a la tropa enemiga. En esos primeros dí­as de combates se destacó Macario, un ex policí­a de hacienda que se incorporó porque toda su familia, que era de Chirilagua, se habí­a incorporado con nosotros, a él lo habí­amos puesto a preparar como francotiradores a un pequeño equipo de tres compañeros más, quienes usaban fusiles Garand con mira telescópica y fueron efectiví­simos; pero él fue uno de los heridos graves el penúltimo dí­a de combates.

Recuperamos armas, diezmamos a las tropas de Usulután, capturamos varios soldados que luego dejamos ir, pero nosotros tuvimos bajas importantes, entre ellos Gonzalo y Martincito, y alrededor de unos treinta muertos y unos cincuenta heridos, incluyendo jefes importantes, algunos de columna o de pelotón como William y Sabino, que resultaron gravemente heridos. El tercer dí­a, Cirilo se metió a profundidad con una columna del ERP y atacó al cuartel de la policí­a con granadas de mano y RP-G2, intentando asaltar la posición. Los policí­as ya habí­an decidido abandonar el cuartel, porque tení­an muchas bajas, cuando les llegó el refuerzo de una compañí­a del ejército, apoyada por un tanque, dos tanquetas y un helicóptero.

-Rambo de Lí­der, cambio.

-Adelante Lí­der, cambio.

-Oigame, mi tango (teniente), ¿ya llegó al cuartel de la papa naranja (Policí­a Nacional), cambio? -Afirmativo, ya estoy aquí­ desde hace más de media hora, cambio. -¿Y cómo está la sierra (situación) allí­?, cambio.

-Esta mierda sí­ que está paloma mi Charlie, ya oyó que le dieron al pájaro (helicóptero) y se tuvo que regresar; ya me jodieron el tango (tanqueta), ¿no ve la humazón?

-Como no, enterado, no se me ahueve que ya le mando otro pájaro. Manténgase, que ya vienen los tangos (tropas) amigas de sierra sierra (San Salvador), cambio.

-Sí­, pero mientras llegan nos están haciendo mierda, aquí­ en frente hay un vergo de cabrones y andan francias (francotiradores) que yo creo que son cubanos, por que viera como pegan esos hijos de puta, oye mi Charlie, en un rato me hicieron tres meas. Por ratos no podemos ni levantar la cabeza, cambio.

-A la puta, cállese, hombre, no ve que lo están oyendo las otras unidades, los va a ahuevar, y los de la papa naranja cómo están, cambio.

-Más hechos mierda, si no llegamos nosotros, ya se hubieran ido a la mierda porque se los estaban terminando, aquí­ vienen varios meas y un vergo de heas, cambio.

-A la gran puta ya le dije que no hable tantas mierdas, hombre, no ve que lo están oyendo los nuestros y los otros cerotes también. Si aquí­ también tenemos fiesta, pero los tenemos a raya, así­ que hágale huevos que ya vienen los romeo (refuerzos); en adelante mándeme mensaje cifrado, cambio y fuera.

El último dí­a, un tanto desesperado porque no lográbamos asaltar el cuartel, y porque ya habí­amos planteado que tení­amos que retirarnos el dí­a siguiente, porque tení­amos demasiados heridos, los combatientes agotados y suficiente tropa enemiga concentrada como para cercarnos y aniquilarnos; Gonzalo, sin avisarme, intentó una maniobra audaz y peligrosa: avanzó con una pequeña fuerza casi al centro de la ciudad, intentando de nuevo asaltar el cuartel de la Policí­a Nacional. Sin darse cuenta, entró directamente al punto más reforzado por el ejército y allí­ cayó en un sangriento pero fulminante ataque enemigo, con saldo de varias bajas en ambos bandos, con la diferencia que nosotros habí­amos perdido a Gonzalo. Nos habí­an pagado con la misma moneda, al avanzar demasiado despegados del resto de nuestra fuerza, la unidad de Gonzalo fue emboscada.

La retirada Cuando nos retiramos, la tropa nuestra iba extremadamente cansada, habí­an sido siete dí­as con el estrés del combate, casi sin dormir y comiendo mal. Además tení­amos que ir despacio, pues llevábamos cargando con nosotros más de veinte heridos, los del último dí­a, muchos de ellos graves; no fue peor porque los otros heridos los habí­amos ido evacuando poco a poco cada dí­a. Decidimos retirarnos divididos en varios grupos coordinados a través de los radios de comunicación, no tan alejados entre sí­, para apoyarnos en caso de necesidad, así­ podí­amos evitar la concentración del ataque aéreo, y además ya sabí­amos que intentarí­an cercarnos con sus fuerzas especiales helitransportadas.

Los papeles se habí­an invertido, ahora éramos nosotros los que estábamos en problemas. En esas condiciones ya ni utilizábamos las claves, sino solo el caliche guerrillero, que era lo mismo que hablar pelado.

Combatimos en la ciudad durante una semana, dí­a y noche, contra las tropas de Usulután, y contra refuerzos de la tercera brigada de San Miguel. Pero los últimos dí­as sentí­amos que cada vez era mayor el número de la tropa enemiga. Y es que habí­an llegado de refuerzo tropas de la Fuerza Aérea , del batallón Atlacatl y otras unidades. Y los refuerzos siguieron llegando con tropa de infanterí­a de Zacatecoluca, San Vicente y San Salvador, todos apoyados por helicópteros y aviones.

Allí­ usaron por primera vez la táctica helitransportada, con una flotilla de helicópteros, tratando de cercarnos y aniquilarnos. El terreno les favorecí­a porque era bastante plano, sin mucha vegetación. Estábamos muy presionados cuando iniciamos la retirada hacia Jucuarán. En esos movimientos, cuando í­bamos cansadí­simos, cargando nuestros heridos en la espalda y a nuestros muertos recientes en el alma, tuvimos que enfrentar los combates más violentos y difí­ciles: por la rapidez, volumen de fuego, cantidad y calidad de la tropa enemiga concentrada en un punto determinado, siempre delante de nosotros, a través del desembarco con los helicópteros. Sobre todo que se trataba de combatir con la tropa mejor entrenada, con la élite del ejército, integrada por los batallones Atlacatl y Paracaidistas, que estaban usando las tácticas que habí­an sido aplicadas por los norteamericanos en Vietnam: la concentración de fuerzas helitransportadas.

Además eran tropas frescas contra nuestros combatientes agotados. Solo la voluntad y fuerza de jefes y combatientes, el plan que hicimos poniendo énfasis en aprovechar las condiciones geográficas en las rutas menos peligrosas, la comunicación a través de los radios de FM que eran efectivos, el conocimiento del terreno y la voluntad de Dios, nos permitieron romper el cerco de la tropa enemiga, llevar a nuestros heridos a puntos seguros y evitar un aniquilamiento masivo de nuestras fuerzas, -que hubiera significado una de las derrotas militares más grandes del FMLN en la historia de la guerra, pues como decí­a, éramos más de doscientos guerrilleros por todos-, ya que una parte de nuestra gente y la mayorí­a de las fuerzas de las otras organizaciones, se habí­an retirado hacia el volcán. De todas maneras, esa fue la batalla en la que tuvimos la mayor cantidad de bajas en la historia del frente sur.

Nuestra tropa era mucho menos en número que la del ejército, Policí­a Nacional y Guardia Nacional de Usulután juntas; además a diferencia de un ataque de fuerzas especiales o comando guerrillero, en donde el factor sorpresa nos daba ventajas, en este caso, por el diseño insurreccionalista, más polí­tico que militar, el enemigo fue alertado tempranamente. Y a eso agreguémosle que cada dí­a que pasa la tropa enemiga aumentaba.

Resulta que se suponí­a que en todo el paí­s habrí­a una ofensiva militar del FMLN, para acompañar las operaciones militares del oriente, pero al final solo atacamos con fuerza y durante varios dí­as en Usulután y San Francisco Gotera, Morazán.

Al sexto dí­a, en Usulután tení­amos concentrado lo mejor del ejército enemigo. Y, por supuesto, ante la superioridad enemiga que nos causó un número considerable de bajas, sobre todo en los dos últimos dí­as, tuvimos que retirarnos cargando nuestros heridos y llevando decenas de usulutecos, en su mayorí­a jóvenes, que habí­an estado apoyándonos: haciendo trincheras, ayudando a retirar a nuestros heridos, llevándonos municiones, dándonos información, comida, agua, etc. Por eso ya no se quisieron quedar en la ciudad, era más seguro para ellos largarse con nosotros.

Como llevábamos los heridos, í­bamos cansados y hambrientos. Nos faltaban todaví­a varios kilómetros para llegar a un punto geográficamente seguro, y todaví­a era temprano; así­ que para evadir el operativo helitransportado del enemigo, nos metimos al bosque de manglares. Allí­ nos estábamos durmiendo todos, parecí­amos monos, subidos a los palos, porque abajo estaba el lodo, la ñanga, así­ nos mantuvimos colgados de los árboles, mientras llegaba la noche. Esa noche una parte de la fuerza cruzó el rí­o con los heridos, mientras que yo me moví­ con la fuerza de Tres Calles a su zona, llegamos allá el siguiente dí­a por la mañana.

Fuente: libro "Memorias de un Guerrillero" Comandante Balta, Juan Ramón Medrano.

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