Por Hans Alejandro Herrera Núñez
Un profesor no es lo mismo que un maestro. Y eso precisamente era Russo, un formador de hombres, un hombre con fuego en la palabra en tiempos de oscuridad e ignorancia. El 27 de julio se cumplen 25 años de su deceso, lo cual no es otra cosa que una oportunidad para descubrirlo leyéndolo.
José Antonio Russo Delgado nació en Chiclayo el revolucionario año de 1917. En pleno renacimiento republicano sumado a su carácter inquieto, llevaron a Russo a una decidida actividad política. Se volvió militante y miembro del ejecutivo del APRA en 1941, el partido de izquierda republicana cuando la sangre de los mártires de Chan Chan estaba todavía fresca.
Con timón y en el delirio de los tiempos, Russo supo apostar por el país cuando todos los pronósticos daban para la derrota. Siendo estudiante, llegó a presidir en 1941 la Comisión Organizadora de la Federación de Estudiantes del Perú. A pesar de los peligros supo sortearlos. Sin embargo sufrió el destierro en 1944 y luego en 1948, está vez junto a su esposa, María Teresa Checa. Llega a México, el país donde se fundó el APRA. En México asiste a la Universidad Autónoma a fin de concluir sus estudios de Filosofía. Allí conocerá a la diáspora intelectual española de la Guerra Civil. Su comprensión del mundo, sus problemas y el Hombre ensancharán su mente.
En Guatemala profesó en la Universidad San Carlos de Guatemala. Un país que sería pocos años después abatido por una operación de la CIA, la cual sería más recientemente recogida en la novela de MVL, Tiempos Recios. En 1956, se reincorpora a la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de San Marcos.
Seguirán después años de alejamiento de los partidos pero no del Hombre y sus problemas. Desde sus cursos de filosofía formará las también inquietas mentes de la generación del sesenta y del setenta. Luego vendrán los años negros de Sendero, su dogmatismo de secta, sin embargo Russo será un haz de luz de sensatez entre la demencia de los amargados, los impacientes y los psicópatas.
Abocado con afán a la filosofía, Russo abordaría todos los grandes filósofos con maestría, pero especialmente los presocráticos. Y no desde el trono de mármol de un capital corintio, sino aproximándonos a la era atómica, la urgencia de cambios estructurales y las dinámicas de un mundo bipolar repartido en la influencia de los dos imperialismos sobrevivientes a la Segunda Guerra Mundial. Con ese afán supo usar la filosofía para ver con un lente más preciso los fenómenos de nuestros tiempos, que son los fenómenos de todos los tiempos: qué queremos, qué necesitamos, a dónde vamos, por qué vamos y la fragilidad de la condición humana. En una era, la nuestra, con pseudoprofesores, influencers de pacotilla y guerras culturales, un maestro así hace falta. Han pasado 25 años del deceso del Maestro Russo, y este año falleció otro maestro, también filósofo, Robert Burns. Sin embargo quedan sus libros, y lo más importante sus discípulos, hijos y hermanos en la fe, la razón y el Hombre. Si, hermanos, los tiempos son amargos pero sobre todas las sombras cabalga el sol…
Tal como lo cita Saúl Rengifo Vela, quien hace algunos años lo recordaba en un paper académico: «La filosofía -enseñaba- es ver, un ver claro como incumbencia de cada uno … Un ver al que acompaña una transformación, la del ser que ve. Ese ser del conocer verdadero que produce un cambio en el ser: diviniza».