domingo, 14 abril 2024
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II. Violencia de género y migración según Jaraguá

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Por Rafael Lara-Martínez

Desde Comala siempre…

Resumen: La violencia de género contra la mujer y la confrontación masculina entre iguales exhibe una causa desdeñada de la migración.  Este motivo local provoca un problema global el cual —según la literatura regional salvadoreña— diseña una larga dimensión de la expulsión de mujeres y niños tan prevalente como el desempleo y los asuntos económicos. 

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En su anhelo de establecer leyes universales, la ciencia suele desdeñar lo regional.  Lo global absorbe lo local.  Lo invisibiliza.  Lo anula hasta suprimirlo por completo de su agenda.  A este proyecto único de imposición se contrapone su antónimo inédito.  La localidad regional explaya vivencias particulares que anticipan el descubrimiento de lo universal.  Tal es la paradoja —el diálogo interrumpido— entre lo concreto y lo abstracto.  He aquí un ejemplo de la costa de El Salvador que —desde mediados del siglo XX— enlaza la migración a la violencia de género.

En el vaivén entre lo universal y lo local, una de las novelas cumbres de la literatura regionalista salvadoreña se intitula “Jaraguá” (1950) de Napoleón Rodríguez Ruiz (1910-1987).  A través de emblemas arquetípicos, narra la historia de vida del campesinado de la costa salvadoreña, alrededor de la Barra de Santiago, en el departamento de Ahuachapán.  El título mismo —apodo descriptivo del personaje principal, Nicasio— simboliza la experiencia universal y contemporánea de la migración.  Su carácter de hierba estimula la necesidad de arraigarse para sobrevivir, pese a las dificultades.  Valga la breve cita siguiente para entender cómo ese lugar marginal proyecta su imagen hacia lo global.  Luego del bautismo del joven Nicasio, su futuro padre adoptivo o tutor le revela lo siguiente como alegoría del destierro. 

“Nicasio te puso tata cura, pero yo te viera puesto Jaraguá, porque, juiste como el zacate dese nombre, quionde quiera que lo siembran nace, y nada necesita para crecer, y anque lo corten cien veces, nua dado uno la vuelta cuando ya él está creciendo otra vez.  Talmente juiste vos.  Onde quiera que te tiraron, ayí naciste.  Y fue un milagro que te criaras”.

El niño no puede llevar el nombre del padre biológico muerto.  Así lo asegura su madre, La Loncha, ya que el hijo es un engendro de la violencia.  La violencia viril define la imposibilidad de la mujer por decidir a quien ama.  Su gracia singular atrae la atención morbosa de varios hombres quienes intentan seducirla a la fuerza de las armas.  A machete en mano, el peón —a pistola, el pudiente— dos hombres impiden que La Loncha decida su propio destino matrimonial.  Las armas celosas descuartizan su amor, en el instante mismo en el cual queda en cinta de su hijo. 

Previo a la guerra civil —antes de toda mara— La Loncha debe emprender la fuga migratoria en el anonimato.  Hasta su padre —”huérfana de cariño”— duda de ella por ser mujer.  La ausencia del Nombre-del-Padre —sin patria ni patrimonio— la hereda Jaraguá.  Pese a la orfandad paterna, desarrolla las aptitudes ideales de todo campisto, hasta asumir el prestigioso papel de mayordomo.  Gracias a su respeto, en el ex-silio obtiene el ex-sito y logra que la hacienda de su patrón florezca.  Jaraguá florece (Anthos) gracias a su reverencia hacia ambos lados de la jerarquía social.  El propietario es el padre simbólico que colma la ausencia original; sus colegas y peones, los hermanos a quienes trata como iguales.  Por una ley del don y del contra-don, al patrono le aconseja apoyar la alimentación, vivienda y salud de sus colonos; mientras al campesinado le recomienda corresponderle con su labor eficiente. 

En esta utopía migratoria, la novela regionalista ofrece una metáfora agrícola de la actualidad.  Para obtener un reconocimiento en su terruño, la mujer asediada —sin libertad de elección— debe abandonar su lugar de origen.  Empecinada en su amor entrañable, solitaria da a luz en la montaña según el testimonio único de “la pandilla (mara) de urracas” que lame “la sangre y el dolor” del parto.  En la hojarasca, el zacate montés (hyparrhenia rufa) de origen africano —su hijo— nace y perdura pese a la desventura del desarraigo.  Con la fuerza de su raíz, se adhiere a todo suelo para sobrevivir, hasta levantarse del subterráneo de la muerte que lo expulsa de la patria.  Reverdece, ya que su propio empeño edifica un nuevo terruño.  Desde el interior de sí mismo, proyecta la equidad hacia quienes lo reconocen como ente vivo, aunque los suyos ignoren su (re)nacimiento.  Desdeñan su labor de floración constante, quizás por el enlace de su tesón laboral a la flora africana en un país que la desconoce. 

En breve, al clasificar “Jaraguá como novela regional, no hay que excluir su hipótesis global.  La migración femenina e infantil deriva de la violencia de género que —sin importar la clase— el hombre le impone a su compañera posible.  Lo social despliega un complejo poliedro a múltiples aristas.  Si a menudo sólo se evalúa lo sociopolítico y lo económico, el género —la disparidad hombre-mujer en el mismo grupo— y la lucha entre varones del mismo rango ofrecen ángulos inexplorados del problema migratorio.  Por costumbre, la ingenuidad de la historia califica de ficción una temática que su análisis censura por tabú: la violencia contra la mujer y el origen africano de la metáfora salvadoreña del arraigo migratorio. 


Abstract: Gender violence against women and male fight among equals exhibit a disdained cause of migration.  This local motif provokes a global problem which —according to Salvadoran regional literature— traces a long durée of female and child expulsion as prevalent as unemployment and economic issues. 

El autor es Professor Emeritus, New Mexico Tech/

Email: [email protected]

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Rafael Lara-Martí­nez
Rafael Lara-Martí­nez
Investigador literario, académico, crítico de arte. Salvadoreño, reside en Francia. Columnista de ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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