spot_img
spot_img

¡Felicidades civilización de la paz escandinava!

¡Sigue nuestras redes sociales!

spot_img

Por Milson Salgado

La civilización escandinava siempre nos ha provocado admiración. Por ahí aparecen sus vidas apacibles en medio de la nieve, sus hermosas auroras boreales, sus días con sol interminables, sus bucólicos marjales, y sus vodkas a tiempo para espantar el frío de sus cuerpos.

Quizás alguno de nosotros en más de alguna película de Ingmar Bergman o en una superficial lectura de Knut Hamsun o de Selma Lagerlot o tal vez pasando revista a alguna clase de geografía europea nos hemos enfrascado en sus vidas frugales, en sus maneras reposadas, en sus antiguas leyendas de vikingos, en sus dioses de martillos y relámpagos, en su contemporánea neutralidad en las guerras, pero sobre todo en su educación formal, que según muchos expertos resulta ser la mejor del mundo.

La cultura cotidiana de la nieve, y sus inmensos parajes de montañas bañadas por su blanca baba, nos recuerdan las hermosas navidades donde todos somos buenos, y los malos se recetan vacaciones de cielos de algodón, y los explotadores se dan baños de arrogante generosidad.

La neutralidad de Suecia ha sido abundantemente promocionada en el mundo, pero no siempre había sido así. Suecia fue en el siglo XVII un país guerrerista, que después de enrolarse en varias guerras expansionistas resultó ser la gran derrotada en la Gran Guerra del Norte que colocó a Rusia como la vencedora del conflicto, y por lo tanto garantizó su acceso y monopolio de la ruta del Mar Báltico, así como su entronización como unas más grandes potencias del norte de Europa.

Esta neutralidad percibida ahora con mucha aceptación mundial fue proclamada en la II Guerra Mundial, es decir, cien años después de participar en las guerras napoleónicas. Sin embargo, su rol pasivo en esta guerra no evitó que, durante la invasión alemana a la unión soviética, permitiera que las tropas de Hitler utilizaran los ferrocarriles suecos para transportar a la 163 Tropa de infantería junto con abundantes pertrechos militares. Además, el hierro sueco fue vendido para la fabricación de armas alemanes. ¿Neutralidad?

Con estos antecedentes hemos de afirmar con aplomo y sobrada evidencia que las huellas de las revanchas históricas jamás se olvidan por parte de estas naciones, por mucha neutralidad que prediquen. Y para corroborar esta tesis, a esta altura del tiempo cuando Rusia libra una guerra contra Ucrania, se ha divulgado una pretendida adhesión de Finlandia y Suecia a la OTAN. ¿No es esta una provocación gratuita a Rusia?

Nadie que tenga dos dedos de frente ignorará que la presente guerra se genera precisamente por esa voluntad expresada por Ucrania de unirse a la OTAN, y cercar en la práctica a Rusia, de tal manera que las ojivas atómicas que suele instalar esta fuerza militar internacional liderada por Estados Unidos para marcar su territorio tocasen las puertas mismas de las propias fronteras rusas. Por esa razón, estas movidas diplomáticas-militares de Suecia y Finlandia son en cierta forma una declaración de guerra implícita, que se convertiría en explícita de formalizarse y consolidarse esta adhesión.

Independientemente de las razones geopolíticas de Rusia, y las movidas marciales o económicas de las fuerzas pro occidentales para ganar mercados, mermar hegemonías económicas, políticas y militares, e ir alargando la línea del expansionismo geográfico de uno y otro bando, nos cae como balde de agua fría este exabrupto de esas dos naciones civilizadas, que durante tanto tiempo nos han inspirado el espíritu de la paz, sin embargo, en esta hora histórica y en este momento crucial para el mundo entero, el simple hecho de postrarse a los pies de la OTAN significa llanamente encender más el fuego y la pólvora de una guerra que ha dejado ya tantos muertos, que no tienen precio para parangonarlos ni con el todo el gas ni con todo el petróleo del mundo para quienes amamos la civilidad, como si resultan números y estadísticas triviales para las pervertidas mentes guerreristas que intervienen directa e indirectamente.

Tampoco creemos que la cultura ganada con siglos de historia o la tradición socialdemócrata que ha acaparado la admiración mundial desemboque en la puerilidad del caos militar, y en la consagración después de tantos saltos humanos en un acicalado espíritu prusiano borrado por decreto de la faz de la tierra.

Estas tierras, sobre todo Suecia, cuna del Premio Nobel de la Paz, porque un desquiciado millonario se avergonzó de haber creado la dinamita, ha dado pasos contrarios a su tradición de erigir juicios de valor contra el conflicto en el mundo. Afincado en este contexto es absurdo pensar que el gran fomento de su educación formal y la cultura de la paz los ha preparado todo este tiempo para evolucionar hacia razones instintivas de trogloditas atados a espurios motivos raciales de reivindicar la presunta leyenda vikinga apuntalada por una cultura de la imaginación que la reivindicado frente a la también presunta poquedad sanguínea de los eslavos.

Quizás estas declaraciones que se han vertido por más de algún medio mundial de la derecha sean rectificadas, y estas dos naciones aparentemente autónomas política y militarmente vuelvan a las sendas de la razón, y nos persuadan que “la buena educación” que predica ser la mejor del mundo, no lleve a sus ciudadanos como ovejitas bobaliconas al matadero de la civilización: la guerra y su apocalipsis de carnicería humana.

¡Hola! Nos gustaría seguirle informando

Regístrese para recibir lo último en noticias, a través de su correo electrónico.

Puedes cancelar tu suscripción en cualquier momento.

Milson Salgado
Milson Salgado
Analista y escritor hondureño, abogado y filósofo; colaborador y columnista de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

spot_img

También te puede interesar

spot_img

Últimas noticias