Hace cuarenta y seis años, el primer día del cuarto mes de 1970, Salvador Cayetano Carpio –el legendario “Marcial”– junto a un reducido grupo de personas dispuestas a impulsar la lucha armada en El Salvador, se juntaron en lo que después se conoció como el “núcleo inicial” de las Fuerzas Populares de Liberación. Así nacieron las FPL o las “efe”, como fueron más conocidas; pero fueron mucho más reconocidas, dentro y fuera del país, por su desarrollo político y militar. Venían de una larga lucha ideológica en el seno de un Partido Comunista Salvadoreño aletargado, la cual culminó con la salida de su secretario general –el mencionado “Marcial”– y una parte de su militancia.
En sus primeros documentos, se encuentran sus certeras críticas a las “organizaciones tradicionales”. Destacan la pérdida del “espíritu de sacrificio revolucionario” y el acomodamiento de muchos de sus miembros a una “vida fácil”, así como “las concepciones derechistas y oportunistas, economistas y reformistas”, que hacían “estragos en la mentalidad y en las acciones de tales organizaciones” al adoptar “posiciones cada vez más oportunistas”. En sentido contrario, las FPL debían contar con integrantes de “alta calidad revolucionaria”; ello conllevaba, entre otros requisitos, “un profundo amor al pueblo” y “honestidad en su vida privada”.
Tanto en el tiempo como en su nivel de respeto, qué lejos están hoy estos últimos valores y compromisos para algunos. Si antes los enarbolaron y lucharon por los mismos, ahora distan mucho de ser la guía de su práctica cotidiana. En estos días es más evidente; pero desde que entregaron armas e ideales, la coherencia es cosa del pasado. Lo primero, la entrega de armas, era parte esencial de los acuerdos para parar la guerra. Lo segundo, la de los ideales, no; pero fue la decisión fundamental para que viniera el cambio prometido. Cambio pero solo en sus vidas, tanto en lo político como en lo económico y social. Para el resto, siguió vigente el “para vos nuay” de Roque y Salarrué.
Y con esa renuncia al amor profundo por el pueblo y a una vida honesta, no solo privada sino también pública, traicionaron todo. Todo, empezando por su palabra empeñada en el texto del Acuerdo de Ginebra firmado hace veintiséis años. Fue el 4 de abril de 1990 cuando ofrecieron el camino hacia la paz cierta y perdurable. Era la línea recta hacia la construcción de un nuevo El Salvador, cimentado en el respeto irrestricto de los derechos humanos y la democratización del país; sueños realizables, a partir de algo elemental: la unidad nacional.
Pero no. Silenciados sus fusiles y archivadas sus quimeras, encontraron su álter ego en el campo electorero; convirtieron a su antípoda en alma gemela, dedicándose con iguales mañas a pelearle y restarle votos al enemigo que combatieron a balazos cuando lo acusaban de imponer, mantener y extender el mal común. Surgen entonces las irremediables interrogantes: con los “héroes” de la insurgencia rural y urbana que tras la guerra ya fueron oposición y ahora están instalados en Casa Presidencial, ¿se ha avanzado sustancialmente en el imperio y el disfrute del bien común? ¿Qué pasó con esa paz, que “siempre noble soñó El Salvador”? ¿Se logró siquiera la tan ansiada y urgente seguridad ciudadana? ¡Para nada!
Que no quepa duda. Hoy por hoy “hay frente frío y mal tiempo” en el país, ha dicho alguien honda y honradamente enamorado de ese pueblo que al beato Romero le facilitó ser buen pastor. “Se ha dañado moral y éticamente a la izquierda –afirma– y al movimiento social democrático, progresista”. En ese mismo tono, hay que decirlo claro: señoras y señores de una “izquierda” hoy impresentable, “light” le dicen, dejen de seguir mancillando la historia.
Con su actuar ofenden a “Polín” Serrano y a “Juancito” Chacón, enormes dirigentes del Bloque Popular Revolucionario; a “Memo” Rivas y a “Neto” Barrera, organizadores de la clase obrera; al liderazgo campesino de Númas Escobar y “Chanito” Meléndez; al intachable trabajo en los tugurios de Óscar López y de la preciosidad de adolescente que era María Elena Salinas, cuando la masacraron aquel 25 de abril de 1979. No dañen, por favor, el supremo encanto de la “Ticha” –la enorme Patricia Puertas– tan revolucionaria por ser honesta, coherente y –en consecuencia– modelo impecable de rectitud y valentía. No como ahora.
Tampoco hablen mal de la linda y querida “Tulita” Alvarenga. No lograron ni lograrán, por más que se esfuercen, enlodar la imagen de la compañera de “Marcial”. La “tía”, en su precariedades de años y actuales, no renuncia a su amor por el pueblo; sigue y seguirá siendo congruente como pocas, digna e incorruptible a pesar de su limitación de recursos materiales. No transige. Es de las revolucionarias de verdad.
Señores patrones hoy en el poder: no sigan sumándose a su rival en la joda del país. No sigan siendo estorbo para los cambios serios, por ser profundos. Ni la izquierda ni el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, el FMLN histórico, les pertenece. Dejen de obstaculizar la organización popular, ya paren de ofender la memoria de quienes sí fueron consecuentes hasta la muerte. No sigan siendo piedra en el zapato.
Hoy no queda más que salvar la integridad de un bien político que costó tantas vidas: la lucha social. Hay que ejercer el derecho del pueblo a buscar el bien común, rescatando su honesta militancia; hay que moverle el piso a las juventudes limpiamente rebeldes, llamadas a irrumpir en pos de su protagonismo transformador. Son ese pueblo y sus juventudes, titulares en la alineación para enfrentar y ganarle la partida a quienes fingen representar sus intereses. Hoy por hoy, esta última es una titularidad falsa y fraudulenta, espuria e inmerecida. Por eso, hay que mandarla a la banca o sacarla del estadio.
PD: En Guatemala, la reciente caída del Gobierno “Ottomano” inició siguiéndole “la línea” a su vice… En El Salvador, para cambiar de verdad, hay que comenzar a delinear y escudriñar en serio “el caminito” de la gran corrupción y la alta impunidad.