Cuando llegué al campamento guerrillero, el Cascajal, ubicado en los filos montañosos de Arcatao y muy cerca de La Cañada, en el norte de Chalatenango, había un joven al que le decíamos Toño. Era fuerte, blanco como los chalatecos y su pelo negro le llegaba más debajo de los hombros.
Creí que Toño era medio hippy, pero no: era un campesino hecho y derecho. Recio. Era simpático. Algo callado lo recuerdo, pero siempre se estaba riendo. Todos en general, mis compañeros de El Cascajal, donde fundamos las Fuerzas Especiales (FES) eran jóvenes y alegres. Éramos jóvenes, enamorados y románticos; audaces. El riesgo siempre iba más allá de los límites.
Cuando ocurren hechos que confrontan mi alma con la realidad pienso en ellos. Hoy pienso en especial en Toño. Nunca supe su verdadero nombre y quizás quede siempre en el anonimato del guerrillero desconocido porque de aquel grupo quedamos contados con los dedos de una mano.
Recientemente murió en la pobreza y enfermo Gerónimo, también de Chalate y fundador de las FES; hacía chistes de "humor negro" cuando recordaba que había sido capataz de los Daglio y agente de la choricera o la benemérita Guardia Nacional (GN).
Todos aquellos jóvenes aguerridos sabían que ni siquiera sobreviviríamos a la guerra. Entonces nadie tenía grados de comandantes ni los jefes se consideraban jefes: todos éramos sencillamente compas: las mujeres y los hombres.
Cuando conocí a Toño me acordé del Maestro Gregorio Selser, que había descrito a las tropas de Sandino como "el pequeño ejército loco"; unas tropas de descalzos.
La guerrilla salvadoreña era eso entonces y Toño fue uno de sus combatientes descalzos.
En la guinda de Octubre de 1981, antes de que me capturaran herido vi morir en combate al Toño. En su rostro se dibujaba una sonrisa. Estaba boca arriba con una minúscula herida de bala de M-16 debajo de la tetilla izquierda. Alguien recogió su arma y dijo: Se nos fue el Toño, el descalzo de las FES.
Esa alma de Toño, esa bondad, humildad y entrega son las actitudes congruentes en el quehacer diario de quienes nos decimos transformadores y renovadores constantes de nuestra realidad en beneficio de la sociedad. Otra actitud no cabe ni se justifica jamás por más empinado que se pueda llegar al poder.