Era el 8 de octubre de 1982. Solo recibí un regalo: el de mi abuela.
Era una camiseta de un color entre sepia y rosado, no sé qué nombre decir porque aún los modistos inventores de la felicidad arropada no le ponían nombre a ese color. Pero la camiseta era la más bonita que tuve, en el centro estampada con el hombre nuclear, Steve Austin corriendo con la mirada del ojo biónico imposible.
Partimos el pastel a mediodía bajó un árbol de granadillas en el jardín polvoriento de otoños en la casa del barrio la Guadalupe, con todos los cipotes del barrio, todos juntitos, cabían en un puñado de ilusiones y yo en el centro con mis tenis Caprisa, con mi camisa estrenada del hombre nuclear, Con mi jeans jordache que mi papá me compró la navidad pasada en México lindo de la peatonal capitalina.
Todos sudados estaban mis amigos, los chinos, Omar, Lenin, Ico, Tamarita, Max, Mando, Monchito, Dirla, La Terry, Claudia, Soraya, Mauro, Melissa, Marlon, Javier, los hijos del sastre, Dennis, Elías… todos allí desde el más chiquito hasta el más grande que tenía 10 años, todos en una gavilla de almas vivientes a rededor de un pastelito de chocolate, partiéndolo, y los gritos y la alegría volando como un pájaro fabuloso sobre nuestro cielo de niños felices. Y Monchito con la pelota bajo brazo, como quien lleva un recién nacido huérfano.
Y después de un pedacito de pastel y el fresco de culey que hizo mi tía Tina; la potra en esa polvosa calle y yo sin querer jugar de portero para no ensuciar la camisa del hombre nuclear.
Y después al cine decía mi papá, hoy estrenan E.T. en el cine clamer.
Y todos los cipotes con tenis Caprisa, todos blancos y hacían fila para que yo, con la destreza de mis primeros años y de mis manos pálidas les dibuja la estrella divina de la nueva ola ochentera: old Star. Y se las dibujaba por 10 centavos, y ese día dibujé gratis la estrella, y los tenis Caprisa eran Old Star idénticos a los que vendían en Toys, y éramos felices todos.
Hoy, ya viejo, con todos los años cumplidos encima, los extraño como nunca en la vida. A mi “noviecita” del barrio, la Wendy, que vivía en la exclusiva colonia Alameda, la que no jugaba con nosotros. La “novia” de ojos cruzados por una ventana de cortinas azules.
¿Dónde estarán?… de vez en cuando me voy a la Guadalupe, me corto el pelo, cruzo la calle de charcos de antes, y le digo a Abril: – acá jugaba, que me tiraba al polvo, que fui el mejor portero que jamás tuvo la infancia de ese barrio, que por una lechita de chocolate sula en tarrito volaba de sol a sol.
Busco con los ojos de vidrio a mis amigos, y solo veo al Monchito en la puerta de su casa, a la Terry con su alegría inventada sabrá Dios pese a que momentos tristes, y entonces los tres nos sentamos en la acera a comer pastelitos de perro de los toneles y nos alegramos el día.
La última vez que fui no los vi.
Me fui despacito y miré a Wendy frente a su casa, y por única vez en la vida me sonrió.
Por el espejo la vi desaparecer.
Le di un beso a la manito de mi hija y nunca más vi el retrovisor.
…El pastel fue de chocolate.