miércoles, 4 diciembre 2024
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El país que no ve

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No basta con hacer guías podotáctiles para los ciegos si no hay educación ni concientización en la sociedad.

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Por Nelson López Rojas.

Recientemente tuve una sesión de masaje con una persona ciega —o no vidente para no ofender a los que patrullan el lenguaje inclusivo y el lenguaje políticamente correcto. Comenzamos a hablar y hablamos de los problemas que nos aquejan a los salvadoreños y en particular, a los ciegos.

No es lo mismo abogar por los derechos de los discapacitados que tener y practicar nuestra responsabilidad ciudadana con los demás. No es cuestión de mostrarle al mundo que yo apoyo a X comunidad solo para la foto y en la vida real me comporto como un charlatán.

Claro, esto es el caso de los pastores que predican el amor y la fidelidad y se enmotelan con las creyentes; de los que dicen dar charlas motivacionales de la felicidad y cómo vivir mejor mientras en el tráfico pitan y gritan obscenidades; o como la nueva clase política que persigue a los que ya robaron, pero hacen el ojo pacho cuando un amigo está en ilegalidades. Hay que predicar con el ejemplo.

No basta con hacer guías podotáctiles para los ciegos si no hay educación ni concientización en la sociedad. La masajista me dice que la gente no sabe para qué han puesto esos ladrillos chistosos en medio de la acera y que generalmente no están libres para que un ciego las use. Hay canastos, ventas, bicicletas, basura y todo lo que no debe estar ahí.

Nos quejamos de la falta de cortesía vial en nuestro país, pero la realidad va más allá de los conductores: hay una descortesía naturalizada donde nadie respeta los pasos peatonales ni los espacios públicos. Como vidente, me es difícil transitar por la jungla de carros, motos, vendedores, limpiavidrios y gestores de tránsito. Si como vidente vivo este caos, ¿tenemos noción del impacto de nuestras malas acciones o costumbres tienen en la comunidad ciega? Reflexionemos con empatía.

La masajista tiene un grado universitario, pero los empleadores no vieron su desempeño sino su discapacidad. Me dice que ella ejerce ad-honorem con las organizaciones de ciegos y que su profesión como masajista es lo que la ha mantenido a flote todos estos años.

Hace unos años me caí de un árbol y, por vez primera, experimenté la disfuncionalidad de la accesibilidad en el país al tener que usar un bastón para caminar. Hay señales que muestran que el establecimiento es accesible, pero no va más allá del parqueo. Si hubiese tenido que andar en una silla de ruedas, ¡hubiera sido imposible llegar a mi mesa en cualquier restaurante! 

El país crece y cambia, pero seguimos tan atrasados como nunca. Se habla de turismo inclusivo y accesible y no hay oportunidades para que las personas con discapacidad puedan disfrutar plenamente de ese derecho. ¿Será que llegará el día cuando exista una narración del Museo de historia natural? ¿Será que una persona con discapacidad física podrá llegar al Boquerón? ¿Será que la masajista de esta historia podrá llegar a un café donde la reciban con un menú en Braille? No basta con decir que somos un país inclusivo y accesible, hay que actuar. Tenemos mucho camino que recorrer en este país que no ve.

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Nelson López Rojas
Nelson López Rojas
Catedrático, escritor y traductor con amplia experiencia internacional. Es columnista y reportero para ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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