lunes, 2 diciembre 2024
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El león piensa que…

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Recibí varias amenazas públicas y privadas mientras trabajé con los jesuitas José María Tojeira y Rodolfo Cardenal acompañando a otras víctimas de violaciones de sus derechos humanos ocurridas antes, durante y después de la guerra

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Por Benjamín Cuéllar Martínez

En estos días, hace 74 años proclamaron la Declaración Universal de Derechos Humanos; hace 42 violaron y asesinaron acá a dos monjas, junto a otro par de ciudadanas estadounidenses; se cumplieron también 41 de la operación conjunta encabezada por la Fuerza Armada en El Mozote y cantones aledaños, al norte del departamento de Morazán, con un saldo de casi mil personas asesinadas. Y el conflicto bélico estaba por reventar. Diciembre es, pues, un mes cargado de conmemoraciones sentidas y significativas para quienes en El Salvador abrazamos de una u otra forma la causa de la dignidad humana procurando, según nuestras posibilidades, promoverla y defenderla con aciertos y errores ‒como suele suceder‒ pero sobre todo con conciencia, convicción, coherencia y corazón.

A propósito de estas cuatro condiciones, en una “red social” alguien que firma como José Ramírez escribió hace poco sobre mí ‒cual si me conociera de toda la vida‒ que “en los momentos mas [sic] críticos de la guerra” yo no estaba “en la cancha de los derechos humanos en el país. cómodamente [sic] sin ningún riezgo [sic] estabas en mexico [sic]. en [sic] cambio nosotros en san salvador [sic], asistíamos todos los dias [sic] a la Comisión de Derechos Humanos no gubernamental”. Con “marianela garcia [sic]” ‒asegura este sujeto‒ anduve “disfrutando las donaciones de los organismos internacionales”.

El tal José Ramírez tilda a mis “antiguos jefes” como “parásitos jesuitas, que también viven de la política partidaria”. Ciertamente trabajé en la universidad de la Compañía de Jesús dirigiendo, por 22 años, su instituto de derechos humanos. Durante esas más de dos décadas enfrenté y acusé públicamente a la alta jerarquía militar, comenzando por el general René Emilio Ponce; también denuncié penalmente a sus integrantes y a Alfredo Cristiani en marzo del 2000, exigiendo verdad y justicia para las víctimas de la masacre perpetrada en ese campus por el batallón Atlacatl el 16 de noviembre de 1989. Además, con Almudena Bernabeu logramos condenar por lo mismo al coronel Inocente Orlando Montano en la Audiencia Nacional de España el 11 de septiembre del 2021.

El 13 de julio del 2016 derrotamos la amnistía protectora de criminales aprobada el 20 de marzo de 1993, tras la demanda que presenté veinte años después con un reducido grupo de personas. Fui víctima de un atentado criminal el 4 de octubre de 1995, cuando exigíamos investigar al general Mauricio Ernesto Vargas por el asesinato de Ramón Mauricio García Prieto Giralt consumado el 10 de junio de 1994.

Igualmente, recibí varias amenazas públicas y privadas mientras trabajé con los jesuitas José María Tojeira y Rodolfo Cardenal acompañando a otras víctimas de violaciones de sus derechos humanos ocurridas antes, durante y después de la guerra en la que Ramírez afirma no estuve presente. Pues se equivoca. Ese tipo no sabe porqué, cómo ni cuándo viajé a México; tampoco cómo me tocó y qué hice allá. De estos dos curas doy fe de algo: sí eran, son y serán “partidarios” pues tomaron partido por las mayorías populares salvadoreñas, por el “pueblo crucificado”. “Partidista” es él, pienso, al afirmar que el oficialismo encabezado por Nayib Bukele “es apoyado por el 98 % de la poblacion [sic]”.

Finalmente pregunta qué busco con mi “retorica [sic] de la oposicion [sic]”. Sugiere que pretendo conseguir “empleo”, ambiciono “maletines obscuros” y anhelo “premios, diplomas, medallas”… ¡Pobre Ramírez! Como bien dicen, “anda más perdido que Adán en el día de la madre”. Para este individuo y también para Félix Ulloa, no padre sino hijo, quien ose cuestionar las decisiones y acciones de Bukele ‒cuando violan dignidad y derechos de personas y comunidades‒ lo que busca son beneficios personales, laborales, monetarios o de cualquier otro tipo. “Son los parásitos que viven de hablar de los derechos humanos”, declaró Ulloa recientemente.

Por ello le exijo, Ramírez, dejar de mentir sobre mi historia en esta cancha; la misma supera el medio siglo desde que Rutilio Grande ‒también jesuita‒ siendo prefecto de disciplina de secundaria en el entonces elitista Externado de San José me apoyó para pensar y redactar el discurso que pronuncié en dicho colegio ‒el 15 de septiembre de 1971‒ ante un desconcertado auditorio compuesto por sacerdotes, maestros y maestras, padres de familia y alumnos. Lo emplazo, además, para que compruebe o se retracte sobre lo que insinúa ansío obtener para mi provecho al denunciar hoy lo que ya denuncié antes durante los Gobiernos de “los mismos de siempre”, desde que regresé al país en enero de 1992.

Posdata: En estos días, además, hubiese cumplido cien años mi madre… ¡La entrañable niña Lydia!

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Benjamín Cuéllar Martínez
Benjamín Cuéllar Martínez
Salvadoreño. Fundador del Laboratorio de Investigación y Acción Social contra la Impunidad, así como de Víctimas Demandantes (VIDAS). Columnista de ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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