lunes, 15 abril 2024
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El harakiri polí­tico del Partido Comunista Ruso Bolchevique

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Hace cien años, entre el 24 y 25 de octubre de 1917, la revolución bolchevique conmocionó al mundo entero y el fantasma del comunismo presagiado por Carlos Marx y Federico Engels en el Manifiesto Comunista se convirtió en una alternativa real al poderí­o y dominio de las grandes burguesí­as nacionales y del gran capital industrial

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Auge, apogeo y caí­da de un proyecto histórico

Hace cien años, entre el 24 y 25 de octubre de 1917, la revolución bolchevique conmocionó al mundo entero y el fantasma del comunismo presagiado por Carlos Marx y Federico Engels en el Manifiesto Comunista se convirtió en una alternativa real al poderí­o y dominio de las grandes burguesí­as nacionales y del gran capital industrial.

El siglo XX, bien podrí­a catalogarse ““desde el punto de vista polí­tico e ideológico marxista”“ como la centuria de las revoluciones sociales y socialistas, o bien, el siglo de la experimentación in vivo de diferentes ví­as de desarrollo al comunismo.

No creo exagerar al afirmar que el siglo veinte fue el gran laboratorio del Manifiesto Comunista a nivel polí­tico-ideológico, social y económico.

El nacimiento de un mundo nuevo fue anunciado en el lugar menos esperado por los pensadores marxistas de la época. La Rusia Zarista, el “eslabón más débil” de la cadena imperialista, a decir de Vladimir Ilich Lenin, fue la primera nación en el planeta tierra en la que un grupo extremadamente pequeño de revolucionarios marxistas tomó el poder polí­tico-militar por la fuerza. Con la caí­da de la monarquí­a zarista y el establecimiento de un gobierno dirigido por el partido comunista bolchevique, comenzó en Rusia el proyecto histórico de la transición del feudalismo al comunismo.

En la construcción del socialismo y del comunismo, también llamado “comunismo cientí­fico”, actuaron variables dependientes e independientes de todo tipo, como en cualquier experimento de campo, las que influyeron en mayor o menor medida en el devenir de la nueva sociedad soviética. Uno de los factores externos que más influyó en los primeros años de la revolución fue el “cordón estratégico polí­tico-económico y diplomático-militar” tendido a la revolución de octubre ““algo similar al bloqueo actual contra Cuba Socialista”“ que culminó con la invasión nacionalsocialista de la Wehrmacht hitleriana en 1941 (Operación Barbarroja).

A pesar de todas las vicisitudes y obstáculos que tuvo que enfrentar la revolución bolchevique, el gobierno soviético cumplió con las condiciones materiales necesarias para alcanzar la liberación real de los hombres, según la teorí­a de Marx y Engels, como son el aseguramiento pleno de comida, educación, salud, bebida, vivienda y ropa de adecuada calidad y en suficiente cantidad.

En el VIII Congreso de los Soviets de toda Rusia celebrado en Moscú entre el 22 al 29 de diciembre de 1920, Lenin, en su informe general dijo entre otras cosas, lo siguiente: “El comunismo es el Poder soviético más la electrificación de todo el paí­s. Sólo cuando el paí­s esté electrificado, cuando la industria, la agricultura y el transporte descansen sobre la base técnica de la gran industria moderna, solo entonces venceremos definitivamente”¦.Para cumplir el plan de electrificación”¦tal vez necesitamos un plazo de diez o veinte años”¦Mas es preciso saber y recordar que no se puede realizar la electrificación teniendo analfabetos”¦Además de saber leer y escribir, es preciso que los trabajadores sean educados, conscientes e instruidos; es preciso que la mayorí­a de los campesinos tenga una noción concreta de las tareas planteadas”.

El Partido Comunista Bolchevique fue capaz de sacar a la sociedad rusa, heredada de la monarquí­a zarista, del feudalismo, del analfabetismo, del atraso industrial y transformarla en una sociedad altamente desarrollada en un perí­odo relativamente corto. Este es uno de los grandes méritos y logros del partido comunista. El otro, es haber derrotado al fascismo alemán durante la Gran Guerra Patria.

Resumiendo: A pesar de todos los logros sociales, económicos, industriales y cientí­ficos alcanzados por la revolución soviética socialista, estos no fueron suficientes para dar el salto de calidad del feudalismo al comunismo. Tampoco fue por falta de voluntad ni de esfuerzo ni del sacrificio de los revolucionarios ni del pueblo trabajador que el proyecto comunista fracasara.

¿Por qué fracasó entonces?

Esencialmente, porque: “žNinguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más elevadas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado dentro de la propia sociedad antigua. Por eso, la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar, porque, mirando mejor, se encontrará siempre que estos objetivos sólo surgen cuando ya se dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización”. Prólogo a la Contribución a la Crí­tica de la Economí­a Polí­tica de Carlos Marx, 1859.

Por otra parte, Federico Engels, también expresó claramente en su ensayo “Principios del Comunismo”, 1847, que la revolución comunista en un solo paí­s no era posible: “La gran industria, al crear el mercado mundial, ha unido ya tan estrechamente todos los pueblos del globo terrestre, sobre todo los pueblos civilizados, que cada uno depende de lo que ocurre en la tierra del otro. Además, ha nivelado en todos los paí­ses civilizados el desarrollo social a tal punto que en todos estos paí­ses la burguesí­a y el proletariado se han erigido en las dos clases decisivas de la sociedad, y la lucha entre ellas se ha convertido en la principal lucha de nuestros dí­as. Por consecuencia, la revolución comunista no será una revolución puramente nacional, sino que se producirá simultáneamente en todos los paí­ses civilizados, es decir, al menos en Inglaterra, en América, en Francia y en Alemania. Ella se desarrollará en cada uno de estos paí­ses más rápidamente o más lentamente, dependiendo del grado en que esté en cada uno de ellos más desarrollada la industria, en que se hayan acumulado más riquezas y se disponga de mayores fuerzas productivas. Por eso será más lenta y difí­cil en Alemania y más rápida y fácil en Inglaterra. Ejercerá igualmente una influencia considerable en los demás paí­ses del mundo, modificará de raí­z y acelerará extraordinariamente su anterior marcha del desarrollo. Es una revolución universal y tendrá, por eso, un ámbito universal”.

El capital, dijo Carlos Marx en el Manifiesto Comunista, “es un producto colectivo; no puede ser puesto en movimiento sino por la actividad conjunta de muchos miembros de la sociedad y, en última instancia, solo por la actividad conjunta de todos los miembros de la sociedad. En consecuencia, si el capital es transformado en propiedad colectiva, perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma en propiedad social. Solo cambia el carácter social de la propiedad. Esta pierde su carácter de clase.”

Con la disolución de la Unión Soviética en 1991, el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) fue desplazado del poder polí­tico, económico y militar, y, en consecuencia, la propiedad de el “Capital” de la sociedad soviética, que hasta ese momento era de carácter social y estaba administrado por el PCUS, pasó a manos de la vieja y nueva burguesí­a soviética. El derrumbe del “socialismo real soviético” o, dicho en otras palabras, la derrota del “capitalismo de Estado y de Partido”, trajo también consigo, por una parte, el surgimiento de una nueva clase social dominante compuesta por antiguos funcionarios del estado soviético y por dirigentes del PCUS, y por otra, la apertura al gran capital industrial y financiero internacional. En cierto sentido, el fracaso de la Unión Soviética también es el éxito de la contrarrevolución burguesa soviética y de la burguesí­a financiera internacional. No obstante, hay que señalar al PCUS como el principal responsable del fracaso del proyecto revolucionario socialista y de la involución de la economí­a al capitalismo burgués y transnacional.

El principio del fin

Las revoluciones sociales, así­ como todos los procesos dinámicos en los que interviene la mano y la mente del hombre, la probabilidad y posibilidad de cometer errores forman parte del proceso dialéctico de desarrollo. Sin embargo, la resolución: “Acerca de la Unidad del partido”, aprobada por mayorí­a (de los 400 delegados, 25 votaron en contra y 3 abstenciones) en el X-Congreso del partido celebrado en Moscú del 8 al 16 de marzo de 1921, puede considerarse, a la luz de todo lo ocurrido a partir de esa fecha hasta la disolución de la Unión Soviética en 1991, como el craso error estratégico o el harakiri polí­tico del partido comunista ruso bolchevique (PCR(B) [El dilema de Lenin ].

El proyecto de resolución estuvo rodeado de circunstancias (o factores externos e internos) particulares que, a decir de Lenin, poní­an en peligro la unidad del partido y, por ende, a la continuidad de la dictadura del proletariado. Es decir, que para Lenin y el sector duro de los Bolcheviques, decir “Dictadura del Proletariado” equivalí­a a decir Partido Comunista Bolchevique.

Sin entrar en mayores detalles ni en los pormenores de la lucha ideológica del partido bolchevique, cabe resaltar un detalle importantí­simo: La existencia de fracciones polí­ticas al interior del partido era legitima y aceptada por toda la membresí­a, al menos oficialmente, hasta marzo de 1921.

La iniciativa, o propuesta de resolución, fue planteada precisamente por Lenin, quien siempre estuvo abierto, en particular al dialogo, la discusión, el compromiso y la negociación y, en general, a la lucha ideológica. La resolución que bien pudo entenderse en su momento como una maniobra de Lenin para aislar a las fracciones conocidas como “Oposición Obrera” y “Centralistas Democráticos”, al fin y al cabo, actuó al interior del partido como un bozal.

Anecdótico resulta el hecho que todo el Comité Central del partido votó a favor de la resolución, incluyendo al mismo Trotski y a Karl Radek, quien al principio de los debates tuvo una posición crí­tica frente a la resolución y fue el único que presagió en su momento el advenimiento de un dictador.

El Marxismo-Leninismo según Stalin

A nivel polí­tico – ideológico, Stalin hizo lo mismo que Paulo de Tarso con Jesús de Nazaret y convirtió a Lenin, post mortem, en un santo; y a sí­ mismo, en su legí­timo y verdadero sucesor [La canonización de Lenin]. Además, se inventó el “marxismo-leninismo” como la “única ideologí­a marxista” verdadera. Luego, no conforme con esa primera medida, Stalin comenzó su cruzada de exterminio y neutralización de los “enemigos de la revolución”, es decir, a todos aquellos lí­deres polí­ticos que divergieran de su lí­nea polí­tica e ideológica, utilizando métodos poco dialécticos, al mejor estilo de Tomás de Torquemada, durante los años de la Santa Inquisición. El vil asesinato de León Trotski a manos del catalán Jaime Ramón Mercader del Rí­o es el mejor ejemplo de la forma en que Stalin entendí­a la lucha ideológica. Así­, de esa forma, pasaron por la hoguera estalinista, además de Trotski, Bujarin [Koba, para qué necesitaste mi muerte], Kamenev, Zinoviev y cientos de miles de comunistas, tanto de izquierdas como de derechas.

El “marxismo-leninismo” de Stalin, tal y cual él lo entendió y lo aplicó con mano dura, fue la exégesis religiosa de la concepción dialéctica y materialista de Carlos Marx y Federico Engels. A partir de ahí­, el materialismo dialéctico e histórico, dejó de ser una “guí­a” para la práctica revolucionaria y se convirtió en catequismo.

¿Murió el estalinismo con la muerte de Stalin en 1953?

Para los apologetas del “marxismo-leninismo” estaliniano, el periodo histórico comprendido entre la muerte de Lenin en 1924 hasta la celebración del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1956, estuvo caracterizado por el culto a la personalidad de José Stalin. Incluso algunos comunistas modernos ““tengan ellos conciencia o no de su neo estalinismo”“ se atreven a afirmar que el término “estalinismo” es un invento propagandí­stico del Gran Capital y la burguesí­a financiera imperialista.

Nikita Khrushchev, quien conoció muy de cerca a Stalin, reconoció en su “Informe Secreto” al XX Congreso del PCUS el 25 de febrero de 1956, que el “culto a la personalidad” socavó los principios democráticos del partido comunista y de la sociedad soviética. Pero Nikita se quedó corto en su crí­tica al reducir todos los errores cometidos al problema del “culto a la personalidad de Stalin”, en cuanto a que la veneración al lí­der comunista no fue lo único que causó tanto miedo y terror en la sociedad soviética y sobre todo al interior del partido comunista, sino que fueron principalmente los métodos de subordinación polí­tica partidaria, persecución, tortura y muerte utilizados por Stalin y sus seguidores, entre ellos, Genrich Jagoda y Lavrenti Beria.

En este sentido, el estalinismo es una desviación teórica y práctica del materialismo dialéctico e histórico. Es decir, que el estalinismo hay que considerarlo como una enfermedad viral de los partidos comunistas o agrupaciones “marxistas-leninistas”, que afecta, así­ como la rabia en los animales y en los humanos, todo el sistema nervioso central, polí­ticamente hablando el Comité Central y otros órganos de decisión, y cuya letalidad es cercana al cien por ciento. Por lo tanto, si Nikita Kruschev pensó en 1956 que, “muerto el perro se acaba la rabia”, estaba muy equivocado.

Conclusión

Sin duda alguna, existió en el mundo un antes y un después del triunfo de la revolución bolchevique en 1917. El auge de la Unión Soviética tensó las fuerzas polí­tico-sociales a escala mundial e intensificó la lucha de clase a nivel internacional. La Unión Soviética demostró que sí­ era posible romper el nudo gordiano de las relaciones de explotación y dependencia de una clase social sobre otra. En este sentido, la Unión Soviética fue un buen ejemplo para los pueblos de otras naciones sometidas y subyugadas por las burguesí­as y oligarquí­as nacionales. Tal fue el impacto provocado por la revolución bolchevique que muchos creyeron ver en el horizonte, las cruces del panteón de la historia en el que el proletariado enterrarí­a al capitalismo.

La tragedia de la revolución bolchevique de octubre de 1917, según mi opinión, no fue el triste final en diciembre de 1991. La verdadera tragedia de la revolución ocurrió 70 años atrás, cuando Lenin, el lí­der máximo de la revolución y el Comité Central aprobaron la resolución “Acerca de la Unidad del partido”. Ahí­ quedó guardada in sécula seculórum y bajo sello, la única “vacuna” efectiva contra el estalinismo o cualquier desviación totalitaria: La lucha ideológica y la libertad de expresión, dialéctica y abierta, al interior del partido en cualquier tiempo que sea, sobre todo en tiempos de crisis y/o de guerra.

El Parlamento ruso, convertido en un gigantesco cuadrilátero, fue el escenario en el que Mijaí­l Gorbachov y Boris Yeltsin se enfrentaron el 25 de diciembre de 1991 como dos pesos pesados de la polí­tica soviética. Gorbachov, secretario general del partido comunista, cayó en la lona a causa del fulminante y trapero gancho de derecha al hí­gado que le propició Boris en el momento menos esperado, sin comprender lo que acontecí­a a su alrededor. Efectivamente, la contrarrevolución habí­a triunfado. Sin embargo, la suerte de la Unión Soviética ya estaba echada independiente de quien fuera el perdedor o ganador.

Por suerte, y eso abriga esperanzas, la lucha de clases no es una contienda boxí­stica.

La lucha continua”¦

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Roberto Herrera
Roberto Herrera
Columnista y analista de ContraPunto. Salvadoreño residente en Alemania. Ingeniero graduado en electrotecnia, terapeuta ocupacional independiente con especialidad en pediatría y neurología. Narrador y ensayista.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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