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El absurdo burocrático

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La ineficiencia administrativa como ejercicio disciplinado del sinsentido.

Que a menudo vivimos situaciones absurdas es algo que nadie puede negar. Que entre éstas las hay que son paradójicas, irónicas, humillantes o abiertamente estúpidas también es algo indiscutible. El peor problema surge cuando estos escenarios se convierten en la “normalidad” de la vida cotidiana en diversos ámbitos de la actividad social y laboral de un paí­s y un sistema institucional.

Una situación absurda generalizada es la que crean la torpeza y la lentitud de las burocracias, sobre todo en paí­ses en los que éstas carecen de fluidez técnica y por el contrario se enredan en procedimientos lerdos y alargados, y en controles cuya rigidez (que no estrictez) raya en la tragicomedia. Esto, por las consecuencias dramáticas que su inoperancia causa en las personas que son ví­ctimas de sus funcionarios, y también por lo divertido que puede resultar el detenerse en la observación de un hormiguero frenético que no va hacia ninguna parte y que hace a sus protagonistas vivir vidas sin sentido, envejecer improductivamente en medio de la vacuidad y contribuir así­, con gran disciplina, al atraso general de una sociedad.

Las burocracias estatales son ejemplo elocuente de lo dicho. Pero si la impasibilidad del burócrata público es proverbial en el mundo ―al extremo de haber merecido obras de arte literario como El proceso, de Kafka, y cinematográficas, como el Brazil, de Terry Gilliam―, la cacareada eficiencia de las burocracias privadas no se queda atrás en materia de glorificación de lo absurdo y de la circularidad viciosa como rutina de una febril acción sin más sentido, rumbo ni beneficio que el alto lucro de los propietarios y el bajo salario de los empleados.

La torpeza administrativa mata el espí­ritu, destruye la humanidad, enajena la esencia libre y creadora que nos diferencia del resto de mamí­feros, porque con ella la vida se nos va distraí­da en el procedimiento y no en la finalidad. Y si bien es cierto que lo que importa es el camino y no la llegada, también lo es que si hacemos del camino una vereda circular, el movimiento hacia adelante se torna en retroceso, en involución, en paradoja lamentable.

Valga esta reflexión acerca del absurdo administrativo para preguntarnos ¿qué siente una persona a la que no le pagan su salario durante seis meses e incluso año y medio? ¿Trabaja con entusiasmo? ¿Se compromete gustosa con lo que hace? ¿0, por el contrario, se despiertan en ella emociones de frustración y resentimiento por la humillación que supone una violación tal de sus derechos humanos? Porque no es nada agradable ver los rostros impasibles de los burócratas cuyo trabajo no soluciona problemas y cuya lentitud e ineficiencia redunda en tan grande ofensa. Este es al caso de muchos empleados de instituciones públicas, en donde los trámites dan inicio con tres o cuatro meses de retraso y, cuando llegan a la siguiente instancia, ésta los rechaza porque tienen errores que se subsanan en otros dos o tres meses para luego hacerlos pasar a la oficina que sigue, la cual también los devuelve por yerros diferentes o se estancan por olvidos y embrollos (¿intencionales?) o porque Fulanito “no vino hoy” o Menganita “se reportó enferma”. Y así­ pasan los dí­as (como dice la canción). Y también las semanas, los meses… ¡los años! Circularmente, sin sentido.

Por algo dijo Pí­o Baroja que “La burocracia en los paí­ses latinos parece que se ha establecido para vejar al público”. ¿Alguien lo duda?

www.mariorobertomorales.info

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Mario Roberto Morales
Mario Roberto Morales
Escritor, periodista y catedrático guatemalteco; ha sido Premio Nacional de Literatura de Guatemala. Ha escrito novelas, cuentos y ensayos

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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