viernes, 12 abril 2024
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Del plagio, del plagiador y de (nosotros) los consentidores

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Pero ahí está el detalle, decía Cantinflas. Hay tantos que quieren cárcel para el plagiador y otros tantos que aseguran que ya no se hable más pues ha sido viveza pura del salvadoreño. Ninguna de las dos opciones son adecuadas. Si no hubo reglas en contra del plagio, ¿cómo venir de santos ahora a querer mandarlo a Mariona?

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"Los poetas inmaduros imitan; los poetas maduros roban; los malos estropean lo que roban, y los buenos lo convierten en algo mejor". 
Thomas Stearns Eliot

Mi expareja oyó a su mamá hablando pestes de ella por teléfono, de cómo la infeliz criatura no limpiaba la casa como debería, de cómo su armario estaba patas arriba y de cuán bueno era yo al tolerarla. Después de haberla oído se echó a llorar y le dijo que cómo era capaz, su madre, de hablar tan mal de su propia hija. La madre le dijo que lo sentía mucho, que lamentaba que la hubiera escuchado. Y la muy cándida de mi ex mujer se lo creyó. Y se quedaron en paz.

Yo no.

Medité en sus palabras: “lamento que me hayas escuchado”, e inmediatamente supe que la mujer no sentía remordimiento alguno. Sabía que lo volvería a hacer pues lo que lamentaba no era haberlo dicho, sino que la hija la hubiera descubierto.

Desde que se destapó este tamal del plagio, me había rehusado a expresar alguna opinión al respecto porque era como patrocinar a todos esos que buscan sus 5 minutos de fama. El muchachito este de quien se habla tanto en las redes sociales y en los medios locales hizo lo mismo que mi ex suegra. Si nadie se hubiera enterado, él no habría fabricado esa farsa de que era para darle una lección a Secultura, al jurado y a los escritores institucionalizados. Su plan era engañar a quien se le pusiera enfrente con un descaro al estilo Bill Clinton.

En mi último libro, Semos malos de la Editorial Universidad Don Bosco, describo una serie de chanchadas y vivianadas que nos caracterizan a los salvadoreños para, según nosotros, ser mejores que los demás. Este muchacho es parte de nuestra maldad añejada, sin querer queriendo, o tal vez porque recordó que aquellos pasaron la PAES después de haberse robado las respuestas. O quizás porque Sergio Solórzano engañaba a la gente, o porque Paco Flores se embolsó una billetada, o porque el cobrador no le dio el vuelto o porque el busero le abrió la puerta de atrás para que se subiera. O quizás se sintió mal por lo de FINSEPRO, o las mafiadas en el DUA, o en el IRA, o el quiere-factura-o-no-quiere-factura, o el decile-que-no-estoy. O quizás por tantas ediciones piratas de Cuentos de barro de las cuales ni Salarrué ni sus herederos recibieron nunca un centavo… ¡pero como tenemos una lista interminable de deshonestidades es imposible juzgar de dónde le provino la inspiración!

Si todos robamos en el país, si todos mentimos, si todos hemos copiado en los exámenes, si todos hemos bajado canciones cristianas ilegalmente -en el nombre del Señor, claro está- si todos copiamos frases en Facebook y las ponemos como nuestras, ¿por qué tanto escándalo por un librito y los $1,500 del premio? ¿Acaso estamos nosotros en condición moral de juzgarlo? ¿Acaso no dice Toby que es mejor contratar a un cristiano porque roba menos?

Condenable la actitud de este joven, lo es. Como mi estudiante le pongo cero. Legalmente ha cometido un delito. Si los escritores plagiados quisieran entablar demandas por daños y perjuicios, estarían en su derecho.

Pero ahí está el detalle, decía Cantinflas. Hay tantos que quieren cárcel para el plagiador y otros tantos que aseguran que ya no se hable más pues ha sido viveza pura del salvadoreño. Ninguna de las dos opciones son adecuadas. Si no hubo reglas en contra del plagio, ¿cómo venir de santos ahora a querer mandarlo a Mariona?

Tengo en mis manos un librito fantástico, de donde vino la cita con la que abrí este artículo, de Austin Kleon que se titula “Roba como un artista”. En el libro, Kleon incita a la gente a buscar su lado creativo aceptando las influencias, a aprender del trabajo de los otros y a mezclarlo con el nuestro mientras se descubre el propio camino. Él insiste que nada es original, sino que es el trabajo de otros reinventado o dicho en otras palabras. Abajo incluyo su tabla comparativa del buen ladrón vs. el mal ladrón:

Incluso, para mi más reciente publicación de mi poemario en Nueva York, antes de mandárselo a mi editor tuve que usar Google para asegurarme que por esas cosas del destino yo no hubiera sacado alguna frase de alguien (y eso que mis poemas los escribo a mano), y para asegurarme también que yo había sido un buen ladrón, según las instrucciones arriba.

Ahora, que digan que el certamen se suspende porque hubo plagio me parece poco serio. Es más, yo propongo que se realice y que haya un pre-jurado pagado que use la tecnología para asegurarse que los trabajos son originales. También el jurado debería ser gente pagada y no ad honorem. Sé que es un honor ser jurado, pero teniendo mil y una obligaciones me impedirá dedicarle tiempo -gratis-,  y terminaré leyendo por encimita y eligiendo al ganador al tin marín. Y antes de pasar los trabajos al jurado, ¿no debería alguien asegurarse que sean trabajos originales?

Miren, si yo a mis estudiantes universitarios les digo por escrito que yo uso software que detecta el plagio (vean turnitin.com, por ejemplo) desde el inicio. Mis reglas indican que quien sea sorprendido entregando trabajos de otros tendrá una nota de cero. Cero. Esas son mis reglas. Claras. Y no es que yo desconfíe de mis alumnos, pero también conozco sus cualidades y sus limitaciones y sé que están en esa edad impresionable y de impresionar.

Tenemos que cambiar, amigo lector. No hay que justificar nuestra deshonestidad ni maquillar nuestras mentiras. Este muchacho es un producto de un país con doble moral donde la transparencia no existe y donde al más vivián se le aplaude. Tenemos que enseñarles a nuestros pequeños a hablar con la verdad, diciendo nosotros la verdad. Seamos vivos, no vivianes… recordemos que la biblia y aquel vallenato nos decían que “entre el cielo y la tierra no existe nada oculto y todo se llega a saber”.

(*) Esta nota fue publicada en la revista ContraCultura 

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Nelson López Rojas
Nelson López Rojas
Catedrático, escritor y traductor con amplia experiencia internacional. Es columnista y reportero para ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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