viernes, 22 noviembre 2024
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De maras buenas y maras malas

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Los mareros que llegaron deportados a El Salvador en la década de los noventa del pasado siglo, especialmente los de Los Ángeles, California, lo menos que tenían era de angelitos

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Por Roberto Herrera

Para todos los salvadoreños nacidos en los años cincuenta del siglo pasado, el término genérico “Mara” siempre estuvo asociado a un grupo de personas relacionadas entre sí, ya sea por vivir en el mismo barrio o colonia o por estudiar en un establecimiento determinado. De tal manera y en sentido general, todo salvadoreño perteneció en un momento dado de su vida a una “mara” en particular.

No obstante, el ser de una “mara” o estar en una “mara” en aquellos años previos al conflicto armado de la década de los ochenta del siglo pasado, nunca tuvo, semióticamente hablando, un sentido connotativo ni denotativo alguno, es decir, nunca fue un signo o símbolo representativo de algo. Luego entonces, ser de la “mara” de La Rábida (colonia popular de San Salvador) o ser de la “mara” del Liceo o del “Externado” (dos colegios elites de El Salvador no implicaba “militancia” ni “pertenencia virtual o abstracta” a una mara determinada. Nadie se definía a sí mismo, por lo tanto, diciendo: Soy de la “mara” del Instituto Nacional Francisco Menéndez (colegio popular con alto nivel educativo o soy de la “mara” de San Jacinto (otra colonia sansalvadoreña más popular que la primera). En resumidas cuentas, la expresión “mara”, utilizada preferentemente por la juventud salvadoreña en aquellos años, tenía la misma connotación que la castiza “turba”, que la “bola” popular mexicana o que la “gallada” chilena. 

¿Cuál es el origen de la expresión “Mara” en El Salvador?

La palabra “mara” en El Salvador es simplemente la apócope de MARABUNTA, nombre con el que se define en zoología comúnmente a una agrupación de cierto tipo de hormigas carnívoras endémicas de regiones tropicales, pertenecientes a la subfamilia de artrópodos Eciton BucheliiEspecie que se distingue de sus otros familiares del orden de los himenópteros, entre otras cosas, por su carácter depredador, por su alto grado de organización y por su agresividad guerrera.

Sin embargo, no creo que ese término se haya popularizado a nivel nacional y arraigado en el pueblo salvadoreño a lo largo del tiempo, debido a razones entomológicas. Tampoco es de mi conocimiento que historiadores, antropólogos y arqueólogos, nacionales o extranjeros, hubieran encontrado alguna correlación entre la idiosincrasia guanaca y estos himenópteros guerreros Eciton B.  Más allá del éxiton (en su desarrollo y proliferación en California) que tuvieron las maras modernas salvadoreñas, mundialmente famosas hoy en día, es decir, las bandas criminales que se formaron de manera espontánea en el sur de Los Ángeles en la década de los noventa del siglo XX, al calor de la dinámica típica de los guetos norteamericanos al mejor estilo del musical West Side Story de Leonard Bernstein.

Soy más bien de la opinión, que la película de horror de Hollywood The Naked Jungle, Marabunta en El Salvador, interpretada por Charlton Heston y Eleanor Parker y filmada en Florida en 1953, fue lo que dio origen, a la apócope Mara. Por lo tanto, pienso que, el término “mara” vio la luz en El Salvador en 1954.

Ahora bien, los mareros que llegaron deportados a El Salvador en la década de los noventa del pasado siglo, especialmente los de Los Ángeles, California, lo menos que tenían era de angelitos. Con la llegada de las pandillas criminales autodenominadas Barrio 18 (por la calle 18) y Marasalvatrucha 13 (MS-13) y su propagacióny explosiva expansiónen todo el territorio nacionalal mejor estilo de los himenópteros Eciton Buchelii, el inicuo y colegial término de “mara” de mi niñez y adolescencia quedó sepultado en el cementerio de La Bermeja (el camposanto de los pobres más pobres de San Salvador y del mundo).

De maras intramuros

En El Salvador, en la actualidad, ni siquiera en broma se puede mencionar en público el nombre de “mara”. Es una palabra maldita, un tabú que solo se pronuncia muy en privado. Es algo parecido al Valdemort de Harry Porter.  Dado que, por el régimen de excepción vigente desde marzo de 2022, expedito y sin preguntar te pueden meter entre los muros de la mega cárcel en Tecoluca; estés tatuado como un Yakuza nipón o tengas el cuero limpio e inmaculado como en un anuncio publicitario de Nivea. Pues, tanto en la policía como en el ejército no hay tutía que valga en el combate contra las maras.

Para muchos connacionales y para la mayoría de los extranjeros, los muros, contramuros y vallas en El Salvador, así como las Maras criminales, son hijos putativos de la guerra. La verdad, sin embargo, sí se quiere tener una visión realista de la situación actual, habría que buscarla en su historia política-económica y social. Es allí donde se encuentran las respuestas a las asimetrías sociales y económica actuales imperante en El Salvador. Las “maras” criminales, sí bien es cierto son un subproducto del conflicto armado, en el sentido que la crisis político-militar de los ochenta provocó la migración masiva de salvadoreños hacia los Estados Unidos, los que tarde o temprano pasaron a militar en las maras MS-13 o B-18.

No obstante, cabe señalar que la causa primaria de la guerra civil o guerra revolucionaria fue precisamente la pobreza e injusticia social en El Salvador. Es decir, que tanto el crimen organizado al estilo marero, la delincuencia y el marco violento del vivir, convivir y sobrevivir al que se ha acostumbrado o habituado la ciudadanía salvadoreña, son expresiones directas del sistema político-económico y social que reina en El Salvador desde más de 200 años. Dado que el poder económico sigue estando en las manos, metafóricamente hablando, de una o varias clases económicas dominantes, la violencia y la pobreza son un mal endémico en El Salvador, desde su independencia del imperio español en 1821 hasta nuestros días.

Mientras  los medios de comunicación del mundo entero, sobre todo, los de los continentes americano y europeo, protestan vivamente contra la violación de los Derechos Humanos de los mareros y los vejámenes antidemocráticos  cometidos por el flamante y engominado presidente del pequeño país centroamericano, Nayib Bukele, en su cruzada contra las  bandas criminales, gran parte de la ciudadanía salvadoreña, aprueba y aplaude la construcción de la Mega-Cárcel  con capacidad para 40000 reos, rodeada de un muro perimetral de 2,1 kilómetros, y que será vigilada día y noche por 600 soldados y 250 policías.

Todas estas medidas jurídicas no son exabruptos autócratas o dictatoriales del ciudadano Bukele, sino que se encuentran legalmente plasmadas en la constitución política salvadoreña. Comenzando por el artículo 131 que le otorga a la Asamblea Legislativa, entre otras cosas, suspender y restablecer las garantías constitucionales de acuerdo con el Art. 29 (Régimen de excepción), pasando por la suspensión temporal (30 días) de los artículos 7,12, 13 hasta llegar al artículo 24 que tiene que ver con toda clase de correspondencia entre personas y la prohibición explícita de intervenir e interferir las comunicaciones telefónicas.

La suspensión temporal del articulo 24 es, según mi opinión, el dardo letal que apunta al corazón de la estructura paramilitar de las maras. Sin comunicaciones de ningún tipo tanto de adentro como hacia afuera o viceversa, las maras, Marasalvatrucha MS-13 y Barrio-18, más temprano que tarde desaparecerán (como estructuras) en el terreno de operaciones criminales. Sin comunicaciones y con el asedio permanente de los tres poderes estatales, estas bandas criminales (MS-13 y B-18) tienen sus días contados.

¿Desaparecerán entonces el crimen, la delincuencia y la violencia en El Salvador con las maras intramuros?

Lo dudo. Sí todavía existe en los países más desarrollados del globo terráqueo la delincuencia, el crimen organizado y la violencia en general y, en especial la de genero como en España.    ¿Cómo pretender que estas lacras desaparezcan metiendo a los delincuentes en una cárcel por muy grande que esta sea?  Claro, se mata al perro rabioso, pero no se elimina el virus que provoca la enfermedad. Sin embargo, se requiere mucho más que cárceles y penitenciarias para combatir la violencia y el crimen organizado en un país tan pobre, turbulento, violento y subdesarrollado como El Salvador.

“…Hace poco fui a Japón…”‒relataba Nayib Bukele al cuerpo diplomático ‒ y “…es un país impresionante, limpio, ordenado…ahí la gente camina a las tres de la mañana en la calle…sí tienen policía es porque tienen que tener, porque casi ni lo necesitan, es una cosa increíble…”

Claro, él no se reunió con ninguna de las maras niponas conocidas como Yakusa.  Y, en Paris, no creo que haya dado un paseíto por el 19e Arrondissement.  

¿Qué hicieron Japón, Francia, Inglaterra y otros países en el pasado para estar dónde están?

Hicieron efectivamente cambios estructurales importantes y radicales. Así, diversos países de economías centrales realizaron reformas agrarias, empezando por Francia e Inglaterra. A lo largo del siglo XX, por ejemplo, Japón implementó una de las reformas agrarias más profundas en Asia a partir de la segunda guerra mundial. De 1945 a agosto de 1950, el sistema de terratenientes desapareció por decreto imperial y más del 80% de las tierras fueron redistribuidas a los antiguos aparceros. Italia realizó expropiaciones mediante indemnización a los antiguos propietarios, desarrolló infraestructura en el campo, recuperó áreas degradadas y construyó casas para los campesinos.

En fin, hay que leer la historia político-económica de los países desarrollados para comprender y entender que el desarrollo integral de una nación comienza con la redistribución de la tierra, como conditio sine qua non. La cuestión agraria es un debate central para el desarrollo político y socioeconómico de cualquier país que aspire a convertirse en una nación soberana y con igualdad social. El instrumento concreto de esa reorganización agraria se llama reforma agraria.

Sí a Nayib Bukele se le atribuye tanto poder político-militar es de esperar que su cruzada por el bienestar de la sociedad salvadoreña no se limite solo al encarcelamiento, desmantelamiento y aniquilación de las bandas criminales, sino que también tenga la valentía política de tocarle los ijares a las clases económicas dominantes.

El Salvador es, en efecto, un lindo país, pero como lo explicó Roque Dalton en su poema “El Salvador será”, el Pulgarcito de América todavía tiene muchos desniveles, muchas shuquedades (suciedades), llagas y fracturas causadas por la guerra, muchos desengaños y sin sabores, mucha decepción y desesperanza. 

Todavía tengo mis dudas políticas y recelos ideológicos con relación a Nayib Bukele. En el fondo de las cosas, no creo que sea el Mesías o el político que salvará a El Salvador. Mientras tanto, espero con mucha expectativa el momento en que él  toque a degüello por Twitter,  Instagram, Tik Tok or what ever y ordene a sus ministros y al pueblo entero ir a   por ellos, a por los oligarcas. 

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Roberto Herrera
Roberto Herrera
Columnista y analista de ContraPunto. Salvadoreño residente en Alemania. Ingeniero graduado en electrotecnia, terapeuta ocupacional independiente con especialidad en pediatría y neurología. Narrador y ensayista.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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