Por Nelson López Rojas
La pandemia nos eclipsa, es cierto, pero el sentido de la realidad de los salvadoreños es cuestionable. Ya sea que venga del presidente con una estricta cuarentena económica o del ciudadano promedio que actúa tal cual niño al que le dicen que no puede hacer ciertas cosas y por eso las hace.
Si la cuarentena obligatoria no detenía a nadie, una cuarentena voluntaria sería tan útil como un paraguas con hoyos. Durante la cuarentena, Bukele les pedía a los ciudadanos que “por favor” se quedaran en casa, ¡pero si este pueblo no entiende de palabras sutiles! La gente, escurridiza, salía cada vez que podía y, como nos abunda la mentira y la deshonestidad, le pedíamos a un amigo que nos hiciera una carta de la “empresa” para enseñarla al momento de ser cuestionados por la policía. Al terminar la cuarentena, la gente no cabía en los supermercados, en las grandes ferreterías, en las calles… total, como que si el fin de la cuarentena significara el fin de la pandemia.
Un desliz y todo colapsó. Ahora se ven los resultados de nuestra irresponsabilidad. Es como cuando se atrapa a una mosca en una botella y la mosca no sabe que mientras más esfuerzo pone, más se mata contra el cristal. Pasamos por alto la prevención y seguimos sin distanciamiento y hay positivistas que le gritan al viento que “ya no hay virus”; negativistas que le echan la culpa al gobierno y se desligan de toda responsabilidad individual; y alarmistas como el periódico de esta mañana: “caravana de muertos por COVID”. Necesitamos ser realistas y entender que depende de nosotros mismos nuestra propia salud y la de los que nos esperan en casa.
Hay que ser realistas y al serlo nos llevará a ser consecuentes. No tiene sentido que las empresas obliguen a sus empleados a ir a trabajar si no hay transporte público ni proveen transporte de personal; se gesta una campaña para promover productos nacionales pero el nacional siempre quiere aprovecharse de la calamidad del otro; se insta a la población a lavarse las manos con frecuencia cuando ni agua cae en la colonia; se obliga a la gente a usar mascarilla y a comprar alcohol gel cuando la gente no ha tenido ingresos por meses.
La pandemia causa un estrés adicional. Los padres se estresan por el miedo a que sus hijos se contagien, si se reabren las escuelas. Si desde antes de la pandemia los niños no acostumbraban a lavarse las manos, ¡imagínense el contagio masivo! Pero claro, los niños necesitan estar ocupados en algo mientras los padres trabajan pues no pueden quedarse solos en casa. Al quedarse solos, los mareros aprovecharán para reclutar esos niños aburridos y sin supervisión. Los chicos se estresan por la actitud de los padres estresados que quieren que sus hijos aprendan, pero se pierden en el internet y no hacen sus guías de estudio. Los maestros se estresan porque en el campo los chicos no hacen las tareas, pero, ¿a quién se le ocurre llevar cartillas donde no hay costumbre de leer?
Todo esto juega con la mente a tal punto de querer abandonarlo todo y pausar mientras pasa la emergencia. El problema es que nadie sabe cuánto tiempo durará ni cuántos rebrotes habrá.
En el sentido más amplio, el darwinismo social es una teoría inspirada en la selección natural de Darwin donde se trasplantan nociones evolutivas al desenvolvimiento de los fenómenos sociales, es decir, la supervivencia del más apto. Al Coronavirus no se le derrota con cuarentenas que nadie cumple. No se trata de andar con mascarilla hasta en tu casa todo el día pues el monóxido de carbono va a resultar peor que el Covid. No se trata de tener el hospital más grande ni aspirar a ser el ejemplo del mundo. Se trata de que VOS, lector, vos y sólo vos pongás de tu parte para no contagiarte a vos mismo ni a los demás.