lunes, 15 abril 2024
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¿Cuerpo o Mente?

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Si este bendito órgano lo podemos describir (al menos en un primer acercamiento) como un músculo, la pregunta sería, cómo entonces ejercitamos, cultivamos esas partes en nuestro cerebro

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Si usted está tranquilo, está sentada sin mucha prisa, tiene tiempo para reflexionar brevemente, entonces le pregunto: ¿qué es más importante, la mente o el cuerpo? Piénselo unos segundos. Si ya tiene una respuesta, no se preocupe, esto no es un examen, vamos al siguiente párrafo.

Creo que la mayoría de personas pensará en la mente. Algunos dirán que ambos. Y pocos, creo, aceptarán que es el cuerpo. Estos últimos pensarán en sus miembros más comunes al decir “cuerpo”: cara, brazos, manos, piernas, barriga. Somos lo que pensamos, no lo que en realidad somos. Esta es la gran desgracia de nuestro tiempo, de nuestra sociedad: vivimos como pobres, comemos, ganamos, trabajamos, nos movemos, estudiamos, leemos, nos divertimos como pobres, pero pensamos como ricos. Así, muchos cuando piensan sobre su cuerpo, piensan en lo descrito anteriormente, en la vulgar banalidad, en lo que la moda nos dicta cómo debe ser “el” cuerpo. 

Pero pasemos a lo que yo afirmo sería la respuesta de la mayoría de personas: las que piensan que es más importante la mente. Se suele pensar que la mente es más importante que el cuerpo, puesto que aún y cuando nuestro cuerpo tenga algún problema, limitante, dolencia, etc. Aún ahí, dominando pensamientos negativos como la ansiedad, la ira, la envidia, y si somos verdaderamente poderosos mentalmente, el dolor, el hambre, la impotencia, la intolerancia, etc. podemos superar las deficiencias o desgracias de nuestro cuerpo y más aún, de nuestro ambiente: las dificultades existenciales.

Pues bien, un buen día lluvioso de estos, alrededor de las 14:00, haciendo por cierto algo de lo que me consideraba incapaz físicamente de hacer, una cuestión que no requería fuerza sino habilidad, y por cierto lo hice y muy eficientemente. En ese momento me vino la idea, fuerte y recurrente, a prueba de muchas buenas y, por ilógicas, poderosos argumentos, de que en realidad es el cuerpo lo que importa. ¿Es acaso que lo que pensamos no importa? No precisamente. Esto porque lo que llamamos mente (pensamiento), más bien responde a un órgano de nuestro cuerpo y sus interconexiones con el sistema como un todo. 

Por lo tanto, pensar, lo que llamamos pensar (y por consiguiente amar, crear, enojarse, alegrarse, indignarnos, alegrarnos, etc.) responde a interacciones físicas, probablemente a nivel subatómico, y aún más, cuántico, que se da en uno de los órganos más importantes de nuestro cuerpo y sus interacciones con otros órganos y partes de nuestro cuerpo, es decir, las interacciones de esas partículas llevan información que el cerebro transforma en energía a los músculos, permitiendo hablar, construir, componer, y un largo etcétera de las más fantásticas habilidades que solo el ser humano tiene. Esto, en realidad, es una respuesta física, a partir de la “comunicación” de esas subpartículas. 

Algo así como cuando alargamos la mano y sentimos frío (o calor), el sistema nervioso lleva esa información a través de partículas cuánticas, que se conectan entre sí, que reaccionan entre sí hasta llegar al cerebro y, ahí, en una región específica del mismo, esta información es procesada, las partículas se vuelven a interconectar y bajan al brazo, contrayendo músculos específicos que hacen que nuestra mano sea retirada y, por tanto, ya no moleste lo frío o caliente. Todo esto que usted tarda 10 segundos en leer, el cerebro lo procesó en milésimas de ese tiempo, tal vez menos. Pero lo que aquí importa, es que eso a lo que llamamos pensar, responde a un evento físico, medible, reproducible y predecible. Tal vez a una física distinta a la que conocemos como clásica, pero física al fin.

Esta reflexión, podría parecer a simple vista irrelevante. Podría pensarse que, está bien, aceptar que la mente o el pensamiento se da a través de interacciones físicas, de algo que es concreto, muy pequeño, muy muy pequeño, pero concreto, que no es algo abstracto, invisible. Pero al fin y al cabo, qué gano con ello, qué gano con saber que mi pensamiento responde a un evento físico de mi cuerpo y no a algo abstracto; ¿qué diferencia hay con saber que mi cuerpo genera mi pensamiento a, por ejemplo, pensar que lo hace la uña gorda del dedo chiquito del pie? 

Esto es lo importante del asunto, este conocimiento tiene una consecuencia importante, porque si decimos que el pensamiento, pensar, es el origen de crear, componer música, estudiar, hacer un rico café o diseñar un imponente puente, wasapear o tocar (o incluso componer) una sinfonía de Mozart, conducir civilizadamente o como un cafre, ignorar un insulto o responder con una puteada mayor, rezar piadosamente un rosario o sentirse inteligente por afirmar “Dios no existe”; podría seguir toda la noche así eh, pero no es mi objetivo. 

En fin, de todo lo que usted hace y de lo que deje de hacer. Si aceptamos esto, entonces conocer de dónde viene todo eso que llamamos “nuestra forma de pensar” representa en un alto porcentaje el primer y mejor paso para conocernos como seres humanos y, lo más importante, sacar de ese ser humano “lo mejor posible que dentro de las posibilidades cada quien tiene”. El primer paso es reconocer entonces que, ese proceso que llamamos pensar y que nos permite hacer todo lo que en vida hacemos, proviene de un conjunto de actividades físicas que se dan en nuestro cuerpo. De ese cuerpo, el principal responsable de esa actividad es un órgano, un súper músculo, en el sentido que es más complejo que unos bíceps, unos cuádriceps o uno tan fino y delicado como el auditivo estapedio. ¡Ya no digamos lo que promueve la vulgar banalidad! Ese supremo, ¿divino?, órgano, es el cerebro.

La conclusión más importante de esta hipótesis es esta: es más importante el cuerpo y, de él, el cerebro. Porque el cerebro es quien hace que funcione (o no) la mente. Por tanto, pensemos y, pensando, hagamos. Una razón importante de aquellas personas en el primer párrafo que probablemente votaron por la mente, y que esta teoría contradice, es que si mi mente permanece inalterable (el Nirvana dirán en algunas religiones, Paraíso en otras) hace que ante cualquier dificultad, encuentre paz. Pues voy un poco más allá, pienso que esa mente inalterable no es algo abstracto, intangible, sino más bien responde a esa parte (a ese sub-músculo) de mi cerebro que hace que mi mente no se altere. 

Así como hizo que retirara mi mano, así como evitó que un pensamiento de hacer daño fuera reprimido por otro más fuerte, así puede hacer que las partes de mi cerebro que se alteran ante problemas existenciales, ante la vida, ante el ambiente, permanezcan inalterables. Esto trae una importante implicación. Si no me importa, es decir no se mueve esa parte en mi cerebro, entonces no existe. Hay una parte más fuerte del músculo que evita que la mente altere nuestras funciones.

Si este bendito órgano lo podemos describir (al menos en un primer acercamiento) como un músculo, la pregunta sería, cómo entonces ejercitamos, cultivamos esas partes en nuestro cerebro. Yo creo que se hace similar a cuando levantamos pesas, igual que cuando sembramos un tomate, igual que cuando andamos en bicicleta y el corazón eleva el ritmo, similar a cuando sacamos la mala hierba de nuestro pasto, igual que cuando nadamos, igual que cuando podamos esa rama que necesita retirarse para dar una forma más armónica y mejor balance a nuestro árbol.

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Adonay Molina
Adonay Molina
Colaborador

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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