Al principio, pareciera que solo media el ansia de dinero. Dinero fácil. La compra de voluntades en el ámbito de los partidos políticos, sin embargo, también persigue aumentar la membresía. El poder viene después. El binomio dinero y poder ya luego harán el resto, para desilusión, ira y frustración del pueblo salvadoreño, honrado trabajador.
Del nivel que sea, la compra-venta de voluntades siempre es una práctica aberrante, indigna y reprochable; porque, grande o pequeña, siempre será un atentado contra la dignidad. Es o no es. Y como elemento de dos vías: tanto el comprador como el vendedor tienen responsabilidad compartida, en la falla o irrespeto a si mismos y a los demás. “¿O cual es más de culpar/ aunque cualquiera mal haga:/ el que peca por la paga/ o el que paga por pecar?”, sentenció, preguntando, en sus redondillas Sor Juana Inés de la Cruz, hace cerca de 400 años. “Hechor y consentidor, pena igual”, dice la sabiduría popular
La compra-venta de voluntades en la política viene desde lejanos tiempos y, sin duda, irá hasta lejanos días. Desde hace algunos años, la imagen del hombre del maletín negro, rondando por la Asamblea Legislativa, ya parece tradición. Y aquel diputado que ante los medios de comunicación, más o menos, expresó: “… ya no me vuelvo a vender…”. Y la duda justificada del pueblo salvadoreño, sobre el cambio repentino en su estilo de vida de algunos diputados y dirigentes, a quienes, a pesar de no ser tan bajo su sueldo, no es posible que les permita cubrir el alto costo de una residencia de playa… o los repentinos cambios de criterio antes de una votación en plenaria, por una visita sorpresiva, o acordada previamente, del hombre del maletín negro…
Igual que la censura, la compra de voluntades en el ámbito político, puede ser una práctica abierta o encubierta, según los matices. La clase política salvadoreña de los últimos años es “rica” en esta experiencia. Una práctica con evidentes visos de interés personal y partidario, recrudecida en épocas eleccionarias. Todo mundo recuerda la imagen de los tránsfugas de las últimas décadas En algún caso, hasta se usó helicóptero para ir a sellar la compra; y siempre, alguna cantidad de dinero, y todo fue bajo la absurda justificación de haber dejado el anterior partido por “ser cerrado” o “porque nunca ha apoyado las obras que benefician al pueblo”. ¿Cerrado a qué? y ¿cuáles obras?… Nadie ignora que al diputado tránsfuga no lo mueve un interés de país, pero sí grandes intereses suyos y del partido del comprador. Se equivocan los compradores de voluntades y los tránsfugas, si creen que engañan al pueblo.
No sorprendería, entonces, que en estos días preelectorales, la compra de voluntades esté de nuevo de moda. La no elección en tiempo de los Magistrados de la Corte Suprema de Justicia, intensifica la duda. Es el estira y encoge de las “ofertas” entre partidos, y no solo los dos grandes: hay también intereses en los otros partidos (“partidos taxi”, les llama el honrado pueblo), siempre alerta acechando oportunidades. Para mayor daño a la población honrada, más allá de la compraventa, la terquedad política de “mantener a un candidato a toda costa” llevará al cargo a funcionarios que tienen de todo, menos honradez notoria, capacidad profesional y alto conocimiento del área judicial. La de no terminar…
Sin duda, la compra de voluntades seguirá, a pesar de las demandas de ética de la población indignada. Abolirla es una posibilidad muy lejana, porque para los dómines de la política, la compra de voluntades es “parte del juego democrático”, no importa si con ello se da al traste y se sigue tirando por la borda la dignidad e inteligencia de los salvadoreños. “El fin justifica los medios”, dirán los políticos. Y todos tranquilos.