miércoles, 4 diciembre 2024
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Compra de voluntades en el ámbito polí­tico

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Al principio, pareciera que solo media el ansia de dinero. Dinero fácil. La compra de voluntades en el ámbito de los partidos polí­ticos, sin embargo, también persigue aumentar la membresí­a. El poder viene después. El binomio dinero y poder ya luego harán el resto, para desilusión, ira y frustración del pueblo salvadoreño, honrado trabajador.

Del nivel que sea, la compra-venta de voluntades siempre es una práctica aberrante, indigna y reprochable; porque, grande o pequeña, siempre será un atentado contra la dignidad. Es o no es. Y como elemento de dos ví­as: tanto el comprador como el vendedor tienen responsabilidad compartida, en la falla o irrespeto a si mismos y a los demás. “¿O cual es más de culpar/ aunque cualquiera mal haga:/ el que peca por la paga/ o el que paga por pecar?”, sentenció, preguntando, en sus redondillas Sor Juana Inés de la Cruz, hace cerca de 400 años. “Hechor y consentidor, pena igual”, dice la sabidurí­a popular

La compra-venta de voluntades en la polí­tica viene desde lejanos tiempos y, sin duda, irá hasta lejanos dí­as. Desde hace algunos años, la imagen del hombre del maletí­n negro, rondando por la Asamblea Legislativa, ya parece tradición. Y aquel diputado que ante los medios de comunicación, más o menos, expresó: “… ya no me vuelvo a vender…”. Y la duda justificada del pueblo salvadoreño, sobre el cambio repentino en su estilo de vida de algunos diputados y dirigentes, a quienes, a pesar de no ser tan bajo su sueldo, no es posible que les permita cubrir el alto costo de una residencia de playa… o los repentinos cambios de criterio antes de una votación en plenaria, por una visita sorpresiva, o acordada previamente, del hombre del maletí­n negro…

Igual que la censura, la compra de voluntades en el ámbito polí­tico, puede ser una práctica abierta o encubierta, según los matices. La clase polí­tica salvadoreña de los últimos años es “rica” en esta experiencia. Una práctica con evidentes visos de interés personal y partidario, recrudecida en épocas eleccionarias. Todo mundo recuerda la imagen de los tránsfugas de las últimas décadas En algún caso, hasta se usó helicóptero para ir a sellar la compra; y siempre, alguna cantidad de dinero, y todo fue bajo la absurda justificación de haber dejado el anterior partido por “ser cerrado” o “porque nunca ha apoyado las obras que benefician al pueblo”. ¿Cerrado a qué? y ¿cuáles obras?… Nadie ignora que al diputado tránsfuga no lo mueve un interés de paí­s, pero sí­ grandes intereses suyos y del partido del comprador. Se equivocan los compradores de voluntades y los tránsfugas, si creen que engañan al pueblo.

No sorprenderí­a, entonces, que en estos dí­as preelectorales, la compra de voluntades esté de nuevo de moda. La no elección en tiempo de los Magistrados de la Corte Suprema de Justicia, intensifica la duda. Es el estira y encoge de las “ofertas” entre partidos, y no solo los dos grandes: hay también intereses en los otros partidos (“partidos taxi”, les llama el honrado pueblo), siempre alerta acechando oportunidades. Para mayor daño a la población honrada, más allá de la compraventa, la terquedad polí­tica de “mantener a un candidato a toda costa” llevará al cargo a funcionarios que tienen de todo, menos honradez notoria, capacidad profesional y alto conocimiento del área judicial. La de no terminar…

Sin duda, la compra de voluntades seguirá, a pesar de las demandas de ética de la población indignada. Abolirla es una posibilidad muy lejana, porque para los dómines de la polí­tica, la compra de voluntades es “parte del juego democrático”, no importa si con ello se da al traste y se sigue tirando por la borda la dignidad e inteligencia de los salvadoreños. “El fin justifica los medios”, dirán los polí­ticos. Y todos tranquilos.

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Renán Alcides Orellana
Renán Alcides Orellana
Académico, escritor y periodista salvadoreño. Ha publicado más de 10 libros de novelas, ensayos y poemas. Es columnista de ContraPunto

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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