En toda circunstancia del quehacer humano, la transparencia se logra a base de coherencia. Coherencia y transparencia son inobjetables señales de honestidad. Coherencia y transparencia en lo personal, familiar, social y, con mayor énfasis, en el accionar de los políticos. Coherencia y transparencia en el decir y el hacer en beneficio del país.
De la coherencia/transparencia derivan otros atributos, como la credibilidad y la confianza, haciendo un todo ideal -la honestidad- que, sin duda, llevaría a los entes políticos, y al político mismo, a fortalecer su condición como tal, porque motivaría la participación ciudadana y, consecuentemente, generaría una efectiva rendición de cuentas, cuyos resultados, además de satisfacer las demandas de la población, contribuirían al mejoramiento integral del país.
Desafortunadamente, la falta de coherencia es, quizás, la mayor característica que –con mínimas excepciones- distingue a los partidos políticos y, como expresión de ellos, a los diputados a la Asamblea Legislativa. Igual afirmación -siempre con las mínimas excepciones- puede hacerse de los órganos Ejecutivo y Judicial. El pueblo salvadoreño lo sabe. Con aparente aceptación y conformidad, no desconoce que, bajo falso ropaje democrático, a diario se atenta contra el bien común, en beneficio del interés personal y partidario.
No sorprende, entonces, que la coherencia/credibilidad sean las grandes ausentes en la Asamblea Legislativa; como tampoco sorprende que, con rechazo creciente, el soberano cuestione con un ¡basta ya! todo irrespeto a la dignidad e inteligencia de los salvadoreños, especialmente cuando, a nivel del pleno legislativo, los temas que debieran ser discutidos con altura y en función de país, se vuelven verdaderos motivos de insulto, de verdades inexistentes y, lo peor, de falta total de coherencia/transparencia humana y política.
No se trata de negar o querer eliminar los pesos y contrapesos, los debates o el diálogo coherente, cuando son actos positivos, serios y productivos. No. Ellos son necesarios. Son el sustento y soporte de la verdadera democracia. Pero, de eso a la amenaza y los insultos -que siempre serán denigrantes- de unos políticos contra otros, durante la transmisión de las plenarias por TV y otros medios de comunicación, hay enorme diferencia.
Además, el ser y quehacer de los políticos -especialmente de algunos diputados- en los últimos años, no solo han sido claros ejemplos de incoherencia, sino acciones -hasta punibles a veces- porque lastiman la dignidad e inteligencia de los salvadoreños, aparte de constituir verdaderos saqueos a la cosa pública.
No hay espacio ya para que alguien se aferre -por ofensivo e improcedente- al obsoleto decir popular “hagan lo que yo digo no lo que yo hago”, tal como pareciera que ha sido la muletilla de algunos políticos, al ignorar la necesaria coherencia que volvería transparente sus actuaciones, evitando los señalamientos de fallas y hasta de ilícitos que, hoy por hoy, penden sobre algunos de ellos.
Desde luego, como por ahora pareciera que casi todas son sólo denuncias -aunque la sociedad tiene su propio veredicto- si son inocentes, los funcionarios y sectores que aparecen cuestionados no tienen nada que temer, y esta es la mejor oportunidad para demostrar su inocencia. Y demostrar también que, en general, siempre han actuado con total honestidad.
Pero, todo parece indicar que, en algunos casos, les resulta cosa muy difícil de sostener y probar, porque ahí están, aunque todavía impunes, muchos señalamientos de recursos y dineros mal administrados y de total abuso y despilfarro, en el manejo de la cosa pública.
Mientras no se compruebe su inocencia, la población espera que la Fiscalía General de la República, haciendo honor a la justicia que juró defender -y con pruebas bien fundamentadas- resuelva positivamente los numerosos casos de corrupción, no solo en aras de cumplir su juramento constitucional, sino también como muestra de haber asumido y actuado con coherencia y honestidad.