A menudo detalles como la muerte del Archiduque Fernando de Austria se identifican como causa de tragedias como la Primera Guerra Mundial, escondiendo la armamentización de fuerzas nacionalistas con ambiciones imperiales. Una y otra vez prevalecen, dibujos de sexto grado, como componentes históricos de nuestra historia identificando eventos detonantes de una guerra -un partido de fútbol- como causas del conflicto armado con Honduras. No solo es impreciso, sino ridículo entre adultos centroamericanos, esconder la deportación de más de 300 mil salvadoreños de Honduras y los crímenes de su mancha brava, en un partido de fútbol. El Salvador no se queda atrás en esa caricaturización de acontecimientos — como la “manzana” de la discordia y el mismo Bukele como causantes de una necesaria recomposición de la clase política que se ha venido fraguando desde hace rato. Es saludable para un progreso que fortalezcan las instituciones del estado en vez de destruirlas un diálogo sincero que llame al pan, pan, y al vino, vino, y no se esconda verdaderas diferencias y ambiciones políticas en vez de ponerlas al debate partidario y público.
“Las democracias no colapsan, son desguazadas” dijo la catedrática Nancy Bermeo, en una conferencia en la Universidad de Yale sobre La Democracia en Estados Unidos junto a otras decenas de estudiosos en la materia, a principios de este mes. Los profesores norteamericanos están preocupados por la erosión del compromiso de los ciudadanos con el estado de derecho, y la confianza en el sistema electoral y económico del país. Las democracias “Mueren por decisiones deliberadas de seres humanos” continuó diciendo Bermeo. Pero el deterioro de la democracia no es único de ese país, ni de El Salvador. Si observamos lo que ha ocurrido al sur del continente, nos daremos cuenta que casi todos los países han intentado darse gobiernos de izquierda y derecha en lo que va del siglo, sin encontrar aun estabilidad y bienestar social. En esta misma conferencia, se presentó un estudio que revela que 18% de los estadounidenses favorece un gobierno dirigido por militares. Un artículo de la edición del 13 de octubre pasado del Washington Post reportó que al 55% de brasileños no les importaría tener un gobierno no democrático, sino que uno que resuelva sus problemas. El sistema de frenos y contra pesos no parece haberles funcionado a los brasileños, sugiere el artículo.
El fenómeno Bukele no es el problema ni la amenaza para el sistema electoral del país como aquellos que lo consideran como un ejemplo de anti-política, por no decir anti-sistema. La democracia de El Salvador se ha venido deteriorando en la medida que los partidos han asumido que las instituciones están allí para beneficiarlos y se han limitado a satisfacer sus necesidades familiares, divorciándose de su electorado, y hasta de su militancia. En El Salvador desde hace mucho tiempo los políticos asumen que los preceptos constitucionales están para garantizarles el privilegio de llegar al poder y permanecer en él hasta la muerte, amén. El irrespeto de los partidos a su propia militancia es obvio — el solo hecho que desde hace muchos años han escogido e impuesto candidatos a su membresía demuestra de sobra la negligencia a la que han llegado los dirigentes políticos en este país. Y este deterioro partidario tampoco es exclusivo de El Salvador. Donald Trump es la más grande prueba de indiferencia de partidos políticos hacia sus miembros y al estado de derecho mismo en la cuna de la democracia moderna. Los participantes en la conferencia de Yale señalaron que el presidente ha irrespetado una norma democrática tras otra, y citaron el hecho que despidiera a su propio director del FBI para socavar una investigación en su contra. También criticaron a la mayoría de republicanos por tolerar esas violaciones al derecho con la intención de avanzar su agenda.
Las noticias sobre la expulsión de Bukele que han girado en medios de prensa y las redes sociales han centrado su atención en la palabra “bruja” con la que el alcalde de San Salvador aludiera a la síndico de su concejo municipal durante un debate acalorado. Después de ver videos en que parlamentarios federales y nacionales de muchos países desarrollados y subdesarrollados se agarran a puñetazos durante sesiones, me es difícil creer que una palabra vaya a causar la implosión de la clase política formada y deformada durante veinticinco años, y más increíble aún que la Fiscalía General de la República priorice el caso del insulto sobre la criminalidad que cobra 25 vidas diarias y el procesamiento de casos de magna corrupción que envuelve a personas acaudaladas del país.
Desde una perspectiva de los salvadoreños en Estados Unidos, la cual ha tomado forma en dos países después de haberse ganado el destierro buscando un mejor futuro, los ataques a su participación en la política de su país de origen es deplorable y le trae memorias negativas de la persecución y exclusión de su destierro. Además de ser los que subsidian a la familia salvadoreña y las empresas que incrementan sus precios y ganancias basados en dicho subsidio, debemos tener en mente que esos hermanos “lejanos” son una población binacional con una experiencia política democrática muy desarrollada. Al igual que los que huyeron de la persecución del vaticano y de la hambruna en Europa, los salvadoreños han entrado por la puerta grande a Estados Unidos, pese que la mayoría de su población no haya sido autorizada -por autoridad alguna- para ingresar al país. Son una población que vive niveles de libertad de expresión que son punibles en El Salvador. Temo que el clasismo favoritista que persiste en la administración de justicia en El Salvador se haga el desentendido con los crímenes perpetrados contra los que ya somos considerados hermanos lejanos, o que nos vaya a perseguir por ejercer nuestra libertad de expresión, y termine forzándolos a exigir al gobierno de Estados Unidos y organismos internacionales no otorgarles préstamos, ni ayuda financiera, como lo hicimos contra la violación de los derechos humanos, la ayuda militar y deportaciones en la década de los ochentas.
Las noticias que dedicadamente sigo en las redes sociales respecto de la crisis política de El Salvador, me hacen concluir que la suerte del edil ya estaba deliberadamente establecida con anterioridad. Creo que si Bukele hubiera cambiado por “hada madrina” o “pitonisa” su término ofensivo, no se hubiera salvado de ser expulsado del partido. Ya, en meses anteriores, el jefe del FMLN le había limitado su incursión en la política bajo la bandera de su partido al decirle que podría candidatearse para alcalde, pero no para presidente. Nayib por su parte ya había empezado su campaña presidencial, y sus ahora adeptos ya habían iniciado su movimiento, no nos hagamos borregos ante esta realidad. Es más, aunque la dirección del frente le haya dicho a su militancia que iba decidir entre cuatro candidatos era secreto a voces que la candidata sustituta ya estaba preparada y hasta había cambiado residencia del departamento de Cuscatlán a San Salvador 37 días antes de la esperada decisión.
Mis conclusiones llevan un doble interés: primero que si se van a reorganizar los partidos, lo hagan en base a diálogos sin conspiraciones, y la segunda es la participación que han empezado mis connacionales Salvadoreño-Americanos en el destino de su tierra natal, a la cual sueñan volver. Ya he sugerido en anteriores entregas en periódicos de las redes sociales el establecimiento de elecciones primarias como mecanismo democrático al interior de los partidos políticos. Quiero aclarar que hablo de los partidos y no solo del FMLN, porque la no candidatura de Nayib Bukele con el frente abre las puertas para candidatos de dentro de las filas de Arena, y se la pone más fácil a otros partidos. Con una alcaldía de alto presupuesto y más notorio protagonismo, los victoriosos en el 2018 podrían considerar a un miembro de chaleco sudado para presidente y no solo un millonario.
En un país cuya mayor contribución al fútbol la hizo un individuo que en El Salvador consideraron “mago” y al llegar a España se transformara en “mágico”, no sería una premonición descabellada que la mayor contribución política al país la haga una política ofendida con la palabra “bruja.” Considerando que entre los presidenciables hay aficionados al Príncipe de Maquiavelo, al Principito de Saint Exupery, unicornios árabes de ajedrez Taiwanés y otras yerbas, la ficción puede seguir escondiendo la realidad y el país siga creyendo en los mismos políticos organizados en diferentes partidos. Si por el impacto del calificativo de “bruja” se transforma la clase política de El Salvador, sería dignificante reemplazar la palabra ofensiva por el término constructivo de “Alquimista” que habría superado a Midas.