“Baremo no es sinónimo de criterio o medida”; eso afirma la Fundación del Español Urgente. El diccionario lo define como un “cuadro gradual” para “evaluar”, entre otros, “los méritos personales”. Dicho término se ocupó mucho en medio de las elecciones de “segundo grado” realizadas en 2018. El último mensaje del papa Francisco lanzado hace unos días, en el marco de la 52 Jornada Mundial de la Paz, es más que eso y debería servirnos para hacer valoraciones serias ante los inminentes comicios presidenciales. Su sugerente título: “La buena política está al servicio de la paz”. Por cuestión de espacio solo compartiré los que considero sus aportes más valiosos, para justipreciar ese escenario nacional.
Sostiene el pontífice “que la búsqueda de poder a cualquier precio lleva al abuso y a la injusticia. La política es un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre, pero cuando aquellos que se dedican a ella no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción”. Agrega que “la función y la responsabilidad política constituyen un desafío permanente” para quienes “reciben el mandato de servir a su país”.
Recuerda las “bienaventuranzas del político” establecidas por Franí§ois-Xavier Nguyá»…n Ví£n Thuáºn. Bienaventurado ‒expresó el fallecido cardenal vietnamita‒ quien tiene “alta consideración” y “profunda conciencia de su papel”; aquel “cuya persona refleja credibilidad”; el que “trabaja por el bien común y no por su propio interés”; quien “permanece fielmente coherente” y “realiza la unidad”, “está comprometido en llevar a cabo un cambio radical”, “sabe escuchar” y “no tiene miedo”. El santo padre también está convencido de que “la buena política” ‒además de estar “al servicio de la paz”‒ “respeta y promueve los derechos humanos fundamentales, que son igualmente deberes recíprocos”, en aras de crear “entre las generaciones presentes y futuras un vínculo de confianza y gratitud”.
Los “vicios de la política” ‒fruto de la ineptitud personal y las distorsiones institucionales‒ “restan credibilidad” a los sistemas; también “a la autoridad, a las decisiones y a las acciones de las personas que se dedican a ella”. Esos “vicios” devalúan “el ideal de una democracia auténtica, son la vergüenza de la vida pública y ponen en peligro la paz social”. ¿Cuáles son? Las diversas formas de corrupción, negar el derecho, incumplir “normas comunitarias”, el “enriquecimiento ilegal”, justificar el poder “mediante la fuerza o con el pretexto arbitrario de la ‘razón de Estado´”, “la tendencia a perpetuarse en el poder”, “la xenofobia y el racismo”, no cuidar la Tierra, explotar ilimitadamente “los recursos naturales por un beneficio inmediato” y despreciar a quien fue forzado a abandonar su país.
“Cuando el ejercicio del poder político ‒advierte Francisco‒ apunta únicamente a proteger los intereses de ciertos individuos privilegiados, el futuro está en peligro y los jóvenes pueden sentirse tentados por la desconfianza, porque se ven condenados a quedar al margen de la sociedad, sin la posibilidad de participar en un proyecto para el futuro. En cambio, cuando la política se traduce, concretamente, en un estímulo de los jóvenes talentos y de las vocaciones que quieren realizarse, la paz se propaga en las conciencias y sobre los rostros. Se llega a una confianza dinámica, que significa ‘yo confío en ti y creo contigo´ en la posibilidad de trabajar juntos por el bien común”.
“El terror ejercido sobre las personas más vulnerables ‒declara‒ contribuye al exilio de poblaciones enteras en busca de una tierra de paz”. Y no deben aceptarse “discursos políticos” que priven “a los pobres de la esperanza”. La paz “se basa en el respeto de cada persona, independientemente de su historia, en el respeto del derecho y del bien común, de la creación que nos ha sido confiada y de la riqueza moral transmitida por las generaciones pasadas”. “El testimonio de cuantos se comprometen en la defensa de la dignidad y el respeto de los niños ‒asegura‒ es sumamente precioso para el futuro de la humanidad”.
Hay más en el mensaje de Francisco, pero con esto basta para concluir que ‒tras el esperanzador fin de la guerra hace 27 años‒ lo que ha imperado en el país no ha sido la “buena política”. No hay paz para las mayorías populares que, individual o colectivamente, no tienen más salida que salir del mismo. Las principales víctimas: niñez y juventud. En el corto plazo, no se observa una posibilidad cierta del cambio radical: los protagonistas de la próxima contienda electoral no parecen ser diferentes aunque pretendan aparentarlo, lo que augura continuidad de la “malísima política”. Eso…, mientras sigamos permitiéndolo.