Su paso por aquí fue fugaz, pero deja un legado. Un mito, un cineasta que no existe, un cineasta desconocido. Edwin Arévalo me habló de él. Y también hablan por él sus cortos. Una noche de 2013, se realizó un evento con Milcho, en el Museo de la Palabra y la Imagen. Ella hablaría sobre La pasión por el encuadre. Venia de Miami, donde reside hace muchos años. Era la sobrina de Baltazar Polio, me dijo Santiago. Aun no ataba cabos. Milcho habló de su trabajo audiovisual. Esa noche estaba ahí entre la gente Marcos Antonio Menjívar “Topiltzin”, pero se perdió entre el tumulto.
Baltazar Polío nació en San Salvador, El Salvador el 10 de noviembre de 1949, hijo del Dr. Baltazar Polío y María de Polío, una familia de clase media afincada en Quezaltepeque. Cuando tenía tres años, perdió a su padre que era en ese entonces Diputado por el Departamento de La Libertad. Su primera infancia la pasó entre San Salvador y Quezaltepeque. A los ocho años, ya demostraba su inclinación cinematográfica al dibujar figuras en papel celofán y proyectarlas con una lámpara en las paredes a sus amigos. Su madre le compró un proyector de juguete y así se fue ilusionando hasta que le regalaron una cámara de cine de 8 milímetros. Empezó a montar sus primeras películas jugando, y de juego en juego aquello se volvió en una verdadera vocación.
Estudió en el Liceo Salvadoreño. Cursaba el último año de bachillerato, siempre en el Liceo cuando decidió irse a Europa a vivir con su hermano, a Fribourg, Suiza, en 1968. Ese mismo año se fue a Niza, Francia, y tomó cursos de fotografía. Viajó a París a estudiar fotografía y con su cámara se fue a España y Marruecos. Estuvo un tiempo en Nueva York. A su regreso a El Salvador montó un “estudio”. Se fue a Costa Rica a estudiar fotografía. Regresó de nuevo a El Salvador, y trabajando como fotógrafo le fue bien, y pudo entonces dedicarse a “hacer cine”.
Contador de historias cortas. Más bien, es el rey del cortometraje experimental salvadoreño. Siempre pensando en cine, todo era cine. Su arte refleja la inocencia de la niñez, los contrastes de la cruda realidad, la pobreza, la fantasía y esperanza”¦ las niñas y los niños, siempre presente en sus films. El trabajo, la naturaleza, la meditación, la sutileza. La niñez, Siempre fue importante, su foco de atención.
Baltazar fundó la empresa de cine Zoom Productions. En 1974, conoció a un niño adolescente de 14 años, quien habitaba en una comunidad que ya no existe, en la colonia Escalón, era Antonio Menjívar, conocido después con el nombre que le dio el director de cine: Topiltzin. Con él, trabajó su idea de realizar el film en blanco y negro donde sería el protagonista, “Topiltzin” (00:17:13 minutos), Terminado en 1975, este primer cortometraje experimental, es sobre un niño descalzo vendedor de periódicos en San Salvador o sea “un canillita”, como se le conoce a este tipo de trabajo. En la vida real, la madre de Antonio Topiltzin muere, pero Baltazar le apoya llevándoselo a vivir a su casa. Y participa en las otras dos películas. “Soy lo que soy, por Don Baltazar” me dijo. Hace unos años entrevisté a Topiltzin, también a Manuel Sorto, para mis Entrevistas EN OFF.
En 1980 por la guerra Baltazar saca del país a Topi, pero este regresa meses después, él es uno de los sonidistas más reconocidos por su profesionalismo, continua la lucha diaria por ganar el pan, en el oficio que le enseñó e inspiró su maestro, su padre Baltazar”¦ Antonio Menjívar “Topiltzin”, de ahí en adelante participó trabajando junto a los cineastas Guillermo Escalón, Manuel Sorto y otros”¦
En todo su tiempo libre, Baltazar trabaja sus ideas, y de una forma muy rudimentaria con pedacitos de cintas de cine que sobraban de la agencia publicitaria, logró hacer películas. No paraba, y realizó otras dos, siempre en 16 milímetros, pero esta vez a color “El Gran Debut” y “El negro, el indio”, presentadas en 1976, 1977, respectivamente.
En “Topiltzin” su primer corto, en lugar de Dolly, para seguir los desplazamientos, utilizó un carro escarabajo; en lugar de una grúa para seguir ascenso y descenso, usó un sube y baja, y una rueda de La Chicago. Topiltzin, se traduce del náhuat “pequeño príncipe”. Baltazar posa su mirada sobre un niño vendedor de periódicos en la ciudad de San Salvador. Se realiza los fines de semana, por lo que el rodaje dura casi un año. Su exhibición se reduce a círculos universitarios y culturales, aun cuando se presenta en Estados Unidos y en festivales de España y Latinoamérica. Se presenta en el Festival de la Juventud y de los Estudiantes de La Habana (1978).
Un niño camina y camina por esas calles, va descalzo, pasa por el Parque Cuscatlán, juega, se sube a los juegos, mira los otros niños, se mira él. Sigue el camino, llega al Liceo Salvadoreño, a través de las rejas ve a otros chicos vestidos de uniforme con cuadernos, limpios y felices, él, harapiento, sucio, descalzo, rota su ropa, su rostro angelical, voltea y prosigue. Baja por el nuevo Boulevard de Los Héroes, pasa por las grandes avenidas, baja por el centro histórico, en medio de la calle, es un príncipe de la calle, de repente, surge el rio mugre entre la gran ciudad, la tristeza inunda el paisaje. Desnudo, entra a las aguas del río Acelhuate, se baña, toma agua entre esa agua del rio basurero, a lo lejos lo observa sonriente un anciano, le da miedo, no hay más nadie, el señor lo llama, le dará lo que tiene en las manos: una flauta. Topiltzin se acerca, sube la vereda, y el señor le entrega la flauta que ya tiene el nombre del príncipe de la calle: Topiltzin. La toma, y comienza a tocar su música, y corre feliz entre las veredas de la orilla del rio.
Siguiendo sus ideas experimentales, en 1976 termina “El Gran Debut”, (00:15:14 minutos), realizado con apoyo de la empresa Cinespot del cineasta José David Calderón. La historia también es la de un niño y sus sueños, esta vez de convertirse en un gran artista de circo. Pero el drama, es justamente que el niño muere el mismo día de su debut, el cual se convierte en su funeral. Filmada en la colonia Zacamil, registra escenas cotidianas de esa zona, aun se logran ver zonas verdes y limpios espacios entre esa zona populosa de la ciudad, apartamentos con personas curiosas por el circo. Maizales, árboles, veredas, entre los edificios que lucen como nuevos. En los créditos aparecen Guillermo Escalón y Noé Valladares.
En 1977 es cuando presenta el film “El Negro, El Indio” (00:15:50 minutos), el cual versa sobre un paralelismo entre estas dos etnias, marginales, casi esclavas, fundadoras de América Latina. Filmado entre Santo Domingo, República Dominicana; y Panchimalco, El Salvador. Aquí sale nuevamente Topiltzin, con la flauta que entrega a un hombre indígena. También en los créditos de este film aparece la colaboración artística de Lyn Sorto, Roberto José Castillo, Mariano de Jesús Espinoza. Asesor de grabaciones Manuel Sorto.
El film comienza con el trabajo arduo de sol a sol de las comunidades afro descendientes del caribe. Aparecen pinturas, música, hombres y mujeres viviendo y trabajando sin zapatos, picando los paredones de tierra blanca. El sol se impregna y me llega hasta la retina. Una mujer blanca le sonríe a un niño de ese caribe quien también se alegra, escenas naturales sin ser actuación, la gente en su entorno. Luego, un hombre irrumpe y camina con su rostro cansado y va desnudo hacia la orilla, encuentra a una joven que lo ve como queriendo hablar. Y el hilo conductor es la mano, a través de ese efecto; la próxima escena es en El Salvador. Aparece en la lejanía un hombre, con pantalón blanco, camisa desabotonada que después se quita, pasa entre el ganado, los perros le siguen. Sus manos hacia el sol, cara de angustia.
De repente, sentado en el suelo un hombre que parece muerto, sentado, y detrás de él, unas pintas en la pared con sangre”¦ Me dice Topiltzin, “cuando hicimos el negro, el indio, yo estaba bien desvelado, justo aparezco en esa escena de la flauta, yo había estado en una huelga y no había dormido ni comido nada, estaba bien seco, bien flaco”. De repente, el pueblo de Panchimalco, mujeres con sus refajos, canastos, la vida del pueblo, que ya casi deja de ser, que ya no es lo mismo. Él hizo ese registro valioso. En silencio graba estas calles, sus rostros, sus manos, sus trenzas, sus atuendos, su música. En la película, el hombre de ropa blanca, susurra una oración, el Padre Nuestro, los tambores suenan, se encuentra a un niño sentado en el suelo, le dice su nombre también susurrando “Topiltzin”. Se miran a los ojos, y Topi le entrega la flauta. Las manos son el hilo conductor de nuevo entre El Salvador, y Republica Dominicana, las dos pieles, los colores. Pero siempre pies descalzos.
Baltazar, se presenta con sus películas en el Festival de la Juventud y de los Estudiantes de La Habana en 1978. Filma todo lo que puede, y hay un corto sobre eso. Que no tengo idea dónde está. Con la crisis política del país en esos años de intensas luchas sociales, la guerra inminente que se veía venir, sufre en su labor como productor publicitario, lo contactan las FPL para filmar para ellos, pero al saber que esa guerra no se ganaría tan fácil y que podrían pasar muchos años, mejor emigra a San Francisco, California, donde continúa trabajando colaborando en otros audiovisuales, y también en Miami, donde su trabajo era publicitario.
Sus últimos días se los pasó viendo una y otra vez sus películas. Murió a los 39 años, el 27 de octubre de 1989 en Miami. Hasta hace unos años, su hermana quien tenía sus restos cremados en Miami, vino y los esparció por las costas del mar salvadoreño.
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Tras la donación al MUPI de estas cintas, contenida en formatos de 16 mm, según me contó el cineasta salvadoreño Edwin Arévalo, quien murió a los 40 años en junio de 2018, él apoyó el rescate digitalizando con sus propios recursos en México, esas “latas” de Baltazar Polio, inclusive “El Rostro” de Alejandro Cotto. En 2016, Arévalo fue el impulsor y curador del I Festival Latinoamericano de Cine, con el apoyo de la Secretaría de Cultura de la Alcaldía de San Salvador, entre las actividades, realizó un conversatorio donde invitó a Guillermo Escalón, hablaron sobre la vida y obra de Baltazar Polio en La Casa Tomada, de la colonia San Benito. En noviembre de 2018, estudiantes de la Universidad de El Salvador, en Santa Ana, me invitaron a realizar en marco de la Semana del Estudiante, un cine foro, al preguntarme de qué podría ser, sin dudar les dije que podría hacer una proyección de “Topiltzin”, un homenaje a este personaje del cine salvadoreño, y sí, lo hicimos y retumbó el salón, fue un impacto para este grupo de estudiantes de Letras.
Sigue vigente el mensaje de estas películas cortas, vive Baltazar, no se aburre, toca su piano mientras ve las películas, sale y observa la cotidianidad, escucha jazz, el tambor y la flauta ancestral le llama, es elegido, tiene propuesta, saca a la luz la belleza entre la pobreza, las cosas de la vida, los ojos inocentes, las manos y el trabajo, el amor al cine, su amor, vos. No existes y existes, el cineasta desconocido. Invento en tus fotos, registro tus gestos, solo encuentro una chispa, la pasión por el encuadre.