En el tumbaburros, así le dicen en México al diccionario, esta expresión aparece con ocho significados. El primero es simple y sencillo: bajo, que está en lugar inferior. Ni más ni menos. Y al buscar qué debe entenderse por bajo, se encuentran más de cincuenta acepciones. De esa amplia variedad, dos son las que como “traje a la medida” describen lo que ocurre en el país. Bajo significa algo ruin,mezquino; es lo vulgar, ordinario e innoble. Así de claro y contundente. De ahí su empleo pertinente para señalar con el “dedo acusador” a quienes antes, durante y después de la guerra han conducido el destino patrio. Pero aquellos grupos que tienen en sus manos las riendas de El Salvador desde hace casi cinco lustros, firmantes y anunciantes de una paz que nunca llega, son de lo más bajero que pueda usted imaginar. Y la imaginación, sobre todo en estos casos, no admite barreras.
¿Excepciones? Algunas. ¿Decepciones? Rimeros. Sus voracidades e incapacidades, sus miserias y mediocridades, sus mañas e hipocresías son ilimitadas y hasta hoy inagotables. Lo han sido en lo político, en lo económico, en lo social, en lo mediático… En lo que sea, siempre y cuando les favorezca. Unos más, otros menos –no importa la cantidad– le han robado al pueblo la riqueza producida por su trabajo. Pero, peor aún, lo han despojado de toda esperanza que apunte al disfrute de algo a lo que –con todo el derecho del mundo– aspiró en algún momento ese pueblo: el bien común.
No el buen vivir que prometieron para este quinquenio ni el “cambio” que dijeron venía, “seguro”, a partir del 2009. Desde 1992 a la fecha, ninguno ha gobernado a favor de los más pobres entre los pobres; salvo escasísimos casos y sin meterse en negocios turbios, quienes nacen en esa condición mueren igual. Eso ha sido irremediable hasta el día de hoy. No se estableció una nueva forma de hacer política y las mujeres que no iban a estar solas, siguieron así en un sistema patriarcal tan solo maquillado. Veinticinco años después, por la exclusión, El Salvador es averno para sus mayorías; por la gran corrupción, es paraíso de minorías.
Cualquiera que observe esa patética realidad sin los lentes de uno u otro partido ni de los medios que ese par poseen para tergiversar todo a conveniencia, tendría razón al decir que ya tocó fondo eso que llaman “clase política”. Razones habrían y muchas porque de “clase” –entendida como casta, categoría, grandeza, dignidad– no tiene nada la politiquería vernácula. Un día dicen una cosa; al siguiente otra y después niegan haber dicho ambas. El Diario Colatino –el Colatino, no los rotativos considerados voceros de ARENA– reportó que el recién pasado 7 de marzo, en conferencia de prensa al más alto nivel, se anunció la captura de más de ochenta delincuentes vinculados a la masacre ocurrida en San Juan Opico, perpetrada cuatro días antes. El miércoles 9, el Ministerio Público desmintió el anuncio presidencial lucido a manera de éxito: de ese grupo, ninguna tenía que ver con la matanza.
La oposición que tiene el profesor, tampoco “canta mal las rancheras”. Desde lo más alto de una montaña de arena cada vez más degradada, notables integrantes del partido contrario al Gobierno exigieron combatir la corrupción y la impunidad. “El daño del flagelo de la corrupción y los altos niveles de impunidad están afectando a nuestro país y a la democracia”, declaró el diputado David Reyes cuando una comitiva oficial de su partido demandó a la Asamblea Legislativa pronunciarse por la creación de una Comisión internacional contra la impunidad en El Salvador. “Con este tipo de instancias internacionales independientes se puede solucionar muchos de los problemas y ayudar a recuperar la confianza en las instituciones”, remató.
¿Qué “peros” le ponen, entonces, a la justicia universal ejercida desde la Audiencia Nacional de España en el caso de la masacre en la UCA? ¿No permanecen protegidos por la impunidad sus autores, debido a la corrupta actuación de todos los órganos estatales salvadoreños y del Ministerio Público? Si ARENA no confía en las instituciones y pide una entidad internacional para superar semejantes flagelos –corrupción e impunidad– hay más voces coincidentes. Las víctimas de las atrocidades ocurridas antes y durante la guerra, por ejemplo. La persecución penal de los responsables del enorme daño que les causaron, no prescribe ni cuando en El Salvador se hayan hecho “pantomimas procesales” como en el caso mencionado. Entonces, puede y debe intervenir la justicia universal. Pero ahí no se vale. Las órdenes internacionales libradas para capturar a unos cuantos militares retirados lesiona la soberanía de El Salvador y menosprecia “nuestro ordenamiento jurídico y nuestro Órgano Judicial”. Eso ha dicho ARENA en comunicado oficial.
Además de lo anterior, está la espectacular producción fílmica “marera” –”Maras films”– que ha reventado las redes sociales y otros medios más. Ya salieron a la luz los primeros capítulos de la serie “El porno rock de la cárcel” –sin Elvis– junto a “Dame tu voto y mañana seré tuyo”. Seguro vendrán más, a medida que se acerquen las elecciones. Habiendo tanto “patrón del mal” y tantos “sapos” en El Salvador, seguro vendrán. Por su parte, las industrias mexicanas y colombianas de este tipo de historias truculentas, con semejante competencia desleal ya deberán estar preocupadas y hasta temblando.
Mientras tanto político bajero siga manipulando el rumbo del país, con el pie izquierdo metiéndole zancadilla al derecho y viceversa, no hay duda que el pobre va directo al matadero. ¡No! El matadero de la historia deben ir esos arquetipos de indecencia, incoherencia y doble moral. Recreada y renovada, precisamente de las páginas de la historia nacional hay que sacar aquella consigna que –en la calle y sin permiso– gritaban algunos de esos cuando jóvenes: “Electoreros bajeros, ¡al basurero!”. Las elecciones, parte sustancial pero no única de una democracia real e integral, merecen dejar de estar infectadas por esas especies. Hay que asearlas y hacer que valgan la pena. Si no, ya se conoce el camino que se está recorriendo y ya se sabe el destino al que de nuevo nos están exponiendo.