jueves, 6 febrero 2025
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Aprender a desaprender: Hacia una nueva cultura vial

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"No esperemos a que una multa o un accidente nos obliguen a cambiar; el momento de aprender a desaprender es ya": Nelson López Rojas.

Por Nelson López Rojas.

Hace seis años profetizaba en mi columna en ContraPunto que

“La velocidad deberá ser medida con radares. Al excederse un 10% de la velocidad indicada, el radar tomará una foto y se le enviará al infractor a su casa junto a la boleta de pago y una invitación para un curso re-educativo sobre la ley de tránsito”.

Y ahora que las fotomultas, recientemente implementadas, son un paso en la dirección correcta, profetizo que son insuficientes si el sistema en su conjunto sigue arrastrando las mismas carencias: la obsoleta forma de otorgar licencias, el mal estado de las calles, la falta de señalización adecuada, y policías que, más que solucionar problemas, a menudo los agravan con su falta de empatía y formación.

En El Salvador, manejar no es un derecho, sino un privilegio que debería ser tratado como una responsabilidad. Sin embargo, basta con recorrer cualquier calle para darse cuenta de que estamos lejos de vivir en un entorno vial ordenado.

¿Compraste la licencia o te la vendieron? Parece chiste, pero no lo es. Esa es la pregunta incómoda que subyace en el sistema actual. Desde hace décadas, se sabe que muchos conductores obtienen su licencia sin pasar por los filtros necesarios, gracias a un sistema donde el soborno o la negligencia permiten que cualquiera tome el volante. Yo mismo fui producto de esa cultura permisiva. Aprendí a manejar a los 16 años, sin licencia y sin experiencia, en un carro viejo que apenas cumplía con las mínimas condiciones para circular. Al igual que muchos jóvenes en esa etapa, pensé que ser dueño de un automóvil me convertía automáticamente en un experto. Años después, al intentar obtener una licencia en Estados Unidos, me enfrenté a un estándar mucho más exigente. Fallé la prueba práctica cinco veces antes de aceptar que, aunque había conducido durante años en El Salvador, mi estilo era peligroso e impropio. Fue entonces cuando entendí la importancia de aprender a desaprender.

La reeducación vial es un concepto que va más allá de enseñar a manejar o de imponer multas. Se trata de transformar la forma en que nos relacionamos con el espacio público y con los demás. Vivimos en una sociedad donde el respeto al derecho ajeno es la paz, pero en nuestras calles impera la ley del troglodita, del más fuerte: el carro más grande, el conductor más audaz o el peatón más imprudente. Este caos no es inevitable; es el resultado de años de negligencia institucional y cultural que debemos comenzar a revertir desde la raíz.

El respeto al peatón es el primer paso para construir una sociedad más justa y humana. En países como Inglaterra, España o Estados Unidos, es común que los automovilistas se detengan automáticamente al ver a un peatón esperando en un cruce. En nuestras ciudades, sin embargo, las aceras son tomadas por vehículos mal estacionados, vendedores informales o, simplemente, no existen. No podemos hablar de una cultura vial si no garantizamos a los peatones un espacio seguro y libre de obstrucciones. Esto implica no solo sancionar a quienes invaden las aceras —sea quien sea— sino también rediseñar nuestras ciudades para priorizar a las personas sobre los vehículos.

Por otro lado, los conductores necesitan entender que las señales de tránsito no son meras sugerencias. El semáforo en rojo significa detenerse, no acelerar para cruzar a tiempo. La línea amarilla significa que no se debe adelantar, no que se puede hacer si nadie está mirando. Las señales de alto, de ceda el paso y los límites de velocidad están ahí por una razón, pero muchas veces son ignoradas porque no hay consecuencias claras. Las fotomultas pueden ayudar, pero solo si se complementan con una vigilancia efectiva y un sistema de sanciones que sea percibido como justo y transparente. Ahora, ¿a quién se le ocurrió que 30KPH debe ser el límite en la Jerusalén? Seamos lógicos y consecuentes.

La impunidad es otro gran problema. Cuando un conductor con recursos económicos puede pagar una multa sin pestañear, el castigo pierde su efecto disuasorio. Para cambiar esto, propongo un sistema escalonado de sanciones: una advertencia para la primera infracción, una multa para la segunda y, para las reincidencias graves, la suspensión de la licencia. Pero no basta con castigar; también debemos educar. Los infractores deberían ser obligados a asistir a cursos de reeducación vial, donde se les enseñe no solo las normas de tránsito, sino también el impacto de sus acciones en la seguridad de todos.

La falta de cultura vial no se limita a los automovilistas: los repartidores, los camioneros del agua embotellada y los conductores de transporte público también enfrentan presiones que los llevan a comportarse de forma peligrosa. Muchos trabajan jornadas extenuantes, con metas de entregas imposibles de cumplir sin infringir las normas. Esto no excusa su comportamiento, pero sí señala la necesidad de abordar el problema desde una perspectiva más amplia.

El estado de las calles también contribuye al caos. Los baches, las alcantarillas sin tapaderas, los semáforos mal sincronizados y las señales ocultas por árboles son problemas que deben ser resueltos de inmediato. Un conductor responsable puede ser víctima de un accidente simplemente por no ver una señal o por caer en un bache profundo. Esto no solo pone en peligro vidas, sino que también afecta la economía del país al aumentar los costos de reparación de vehículos y los tiempos de traslado.

Los policías de tránsito, por su parte, necesitan una formación mucho más completa. Su función no debe limitarse a imponer multas, sino también a educar y orientar a los conductores. Un oficial que aborda a un infractor con empatía y disposición para explicar el porqué de la norma tiene muchas más posibilidades de generar un cambio de actitud que uno que actúa de manera arbitraria, autoritaria o corrupta. Además, es imprescindible que las autoridades de tránsito implementen tecnologías modernas para monitorear el tráfico y detectar infracciones de manera más eficiente.

La cultura vial no se cambia de la noche a la mañana, pero cada paso cuenta. Es cierto que la reeducación vial requiere tiempo y recursos, pero los beneficios son inmensos: menos accidentes, menos estrés en las calles y, sobre todo, una sociedad más respetuosa y empática. Como dicen los salesianos, la prevención es siempre mejor que el castigo. Si logramos inculcar desde temprana edad el respeto a las normas y a los demás, no necesitaremos tantos túmulos ni tantas multas.

Todos, todos, somos responsables del estado actual del tráfico. No basta con señalar a los demás; debemos mirar hacia adentro y cuestionar nuestras propias actitudes al volante. ¿Nos detenemos para ceder el paso a un peatón o a un perro? ¿Respetamos los límites de velocidad? ¿Planificamos nuestras salidas para no conducir apresurados? Cambiar nuestra cultura vial requiere un esfuerzo colectivo, pero comienza con decisiones individuales. No esperemos a que una multa o un accidente nos obliguen a cambiar; el momento de aprender a desaprender es ya.

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Nelson López Rojas
Nelson López Rojas
Catedrático, escritor y traductor con amplia experiencia internacional. Es columnista y reportero para ContraPunto.

El contenido de este artículo no refleja necesariamente la postura de ContraPunto. Es la opinión exclusiva de su autor.

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